BUDIA, LA VILLA MILENARIA
Ene 25 2024

POR  ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE GUADALAJARA

Budia cuenta con 208 habitantes empadronados, de acuerdo a la última actualización ofrecida por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Sin embargo, su historia es muy luenga. Se cuenta por centurias. Incluso, las fuentes más antiguas rebasan el milenio de antigüedad. De hecho, las primeras referencias encontradas proceden del siglo XI, tras la toma de la zona por parte de los castellanos. No obstante, algunos de los historiadores más optimistas retrasan el origen de esta villa a la época prerromana, aunque todavía no se han encontrado menciones concretas –arqueológicas, escritas o de otro tipo– sobre dicho particular. Se está trabajando en este sentido.

En cualquier caso, lo que se sí que se sabe con seguridad es que la población se conformó con la llegada de los castellanos. De hecho, hace 1.000 años se la mencionaba como integrante de la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza. Pero al subdividirse la referida unidad, el enclave estudiado pasó a formar parte de la jurisdicción de Jadraque, dentro del sexmo de Durón. Desde ese momento, Budia fue adquiriendo una mayor relevancia.

De todos modos, el 15 de noviembre de 1434, este municipio –con el resto de localidades próximas– fue entregado por Juan II a Gómez Carrillo y María de Castilla –nieta de Pedro I El Cruel–, con motivo de su matrimonio. A pesar de ello, ese mismo año –1434– el pueblo consiguió un privilegio real, por el que se declaraba villa. Gracias a esta consideración, “adquirió unas prerrogativas legales muy importantes, aunque seguía estando sometida –en los elementos territoriales, jurídicos y fiscales– a los señores de la «casa Carrillo»”, aseguraban Juan José Bermejo y Antonio Herrera Casado, en «Budia, corazón de La Alcarria».

Pero la mentalidad aristocrática de la época –que consideraba a los municipios como parte de la propiedad de los nobles– facilitó que la localidad fuera cambiando de manos. “Alonso Carrillo de Acuña traspasó en 1478 –junto con la cabecera del territorio, Jadraque– todas las aldeas de las sesmas al Cardenal Mendoza”. La «Casa del Infantado» conseguía –así– incrementar sus dominios. Pero, a pesar de ello, Budia no perdió ni un ápice de su autonomía. “El lugar estaba gobernado por el «Concejo», una institución muy arraigada en Castilla, que actuaba en nombre del señor, aunque con muy amplia independencia”, indicaban Bermejo y Herrera Casado.

Esto no fue óbice para que, en determinados momentos, la villa analizada sufriera crisis profundas. Y para muestra, la Guerra de la Independencia, cuyos embates supusieron una pérdida de 44.000 ducados, “una cantidad astronómica para la época”. Incluso, se produjo un descenso demográfico muy relevante, pasando de 364 a 202 vecinos. Pero una vez concluido el enfrenamiento, el enclave se recuperó muy rápidamente. Vio cómo floreció su industria de los cueros, gracias a diferentes medidas ilustradas procedentes de la monarquía. Un estímulo que se multiplicó a partir de 1768, cuando Carlos III implementó una reorganización territorial que permitió a Budia ser cabeza de un «Departamento». Bajo esta calificación se integraron Durón, Gualda, Valdelagua, Valfermoso, Balconete, Irueste y los dos Yélamos.

De esta forma, el emplazamiento vivió un periodo de pujanza, que se prolongó durante siglos. Para comprobarlo, sólo hay que consultar la población del municipio a mediados del XIX, cuando alcanzó los 1.539 habitantes, siete veces más que en 2024. En aquella época –hace casi dos siglos– el pueblo aparecía descrito en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, de Pascual Madoz. En el mismo, se comentaba que contaba con 450 casas, entre las que se hallaban la consistorial que tenía una cárcel, soportales y una torre en la cual se hallaba colocado el reloj público.

Asimismo, a mediados del siglo XIX existía una escuela elemental con 100 alumnos; tres fuentes públicas de abundantes aguas; tres ermitas, las de santa Lucia, la Soledad y San Gregorio; un hospital y una iglesia parroquial dedicada a san Pedro Apóstol. De igual forma, Madoz mencionaba otros santuarios, los de Santa Ana, Nuestra Señora del Peral y San Roque, así como el conocido convento de carmelitas descalzos, cuyas ruinas aún se pueden visitar hoy en día.

Igualmente, en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar se aseguraba que, en el término budiero, había “cuatro montes poblados de encina, en los cuales se hacen considerables cortas para carboneo”. La producción económica de la localidad se basaba en la producción de trigo, cebada, avena, legumbres y “mucho aceite y vino”.

Asimismo, existía cría de ganado lanar, mular, asnal y caballar, y toda especie de “caza de pluma y pelo”. También se censaron factorías donde se producían “paños ordinarios y de curtidos”, una de jabón y siete zapaterías. Incluso, existían 18 tiendas “de toda clase de artículos y géneros de consumo”. La intensa vida de la villa se mantuvo durante el XIX, aunque comenzó a decaer hace 100 años. “El convulso siglo XX inició su singladura con la progresiva pérdida de población”. Una tendencia que se mantuvo tras la Guerra Civil y que se pronunció a partir de 1960 –debido al éxodo rural–, hasta llegar a los 208 habitantes actuales.

Sin duda, estamos ante un periplo histórico muy intenso, que ha legado un patrimonio monumental en Budia de gran relevancia. Por ejemplo, su iglesia parroquial del siglo XVI, en la que se distingue una portada plateresca, mientras que su interior se estructura en tres naves, con un coro a los pies y una pila bautismal románica. La torre rectangular se encuentra en un extremo del santuario, presidiendo todo el conjunto.

Además, se deben mencionar las ermitas que todavía se mantienen en pie, como la de «Nuestra Señora del Peral de la Dulzura», patrona de la localidad; la de Santa Lucía, del siglo XVII; la de la Soledad; la de San Roque; o la de Santa Ana. También se ha de visitar la picota, que da fe del villazgo del lugar, o los diferentes palacios y casonas, que confieren a la localidad un aspecto castellano único en la comarca.

Entre ellos, destaca la Casa de los Condes de Romanones, “un edificio noble con abundancia de ventanas enrejadas y gran portalón de moldura sillería coronado de escudo de armas”. También existe la posibilidad de conocer la magnificencia del palacio del Duende y de la casona de los López Hidalgo. Dentro del conjunto urbano, ocupa un lugar especial el Ayuntamiento –del siglo XVI–, en el que son reseñables su pórtico y la galería alta de columnas, con capiteles tallados en piedra de traza renacentista.

El visitante no puede irse de la localidad sin conocer el convento de las carmelitas, fundado en 1688. “Se trata de un edifico que encarna una parte muy importante de la historia de la villa”, explicaban Juan José Bermejo y Antonio Herrera Casado. “Es, asimismo, un elemento capital y muy singular del patrimonio artístico de toda la Alcarria”. Este cenobio fue “un referente religioso, cultural y económico de la localidad”.

El origen del conjunto se vincula con “la piedad netamente popular”, ya que “varios vecinos de los alrededores entregaron algunas cantidades para fundar con ellas una abadía de la Orden Carmelita reformada”, describen los especialistas. A lo largo del siglo XVIIII, la existencia de este monasterio fue tranquila. Incluso, en 1796, “la Orden puso en el enclave una moderna fábrica para hacer sayales de religiosos carmelitas”.

No obstante, el principio del fin del monumento tuvo lugar durante la Guerra de Independencia. Ante la llegada de los franceses, los profesos decidieron abandonar el lugar, dejando –únicamente– a dos miembros de la comunidad entre sus muros. Una vez acabada la contienda, regresaron a ´su hogar, donde permanecieron hasta la Desamortización de Mendizábal, que los exclaustró al no llegar al número mínimo de iniciados exigido. El 21 de abril de 1842 se firmó una Real Orden que transformaba el edificio en hospital y escuela, dejando a la iglesia dedicada al culto. Sin embargo, la Diputación Provincial se opuso a dicha decisión, exigiendo que “todo saliera a subasta”. Una idea que fue aceptada por el gobierno central. Así, en 1847, el monumento fue adquirido por María Isidra Pastor, por la cantidad de 140.000 reales.

Actualmente, se pueden visitar los restos de esta abadía, que se domicilian a las afueras de la localidad, en la parte occidental del casco urbano. “En una meseta amplia, se divisa la estructura de la iglesia conventual, con su magnífica fachada todavía en pie”, narran los expertos. “Se trata de un ejemplo muy importante y característico de la arquitectura carmelitana del siglo XVII español, en la línea de las portadas conventuales de Ávila, Madrid y Guadalajara capital, que se construyeron en esa misma centuria”. Por tanto, nos hallamos ante “una de las últimas grandes fábricas cenobiales trazadas de acuerdo con el modo de la Orden”.

Por tanto, Budia tiene mucho que ofrecer al visitante. El caminante ha de pasear por las calles y plazas, para empaparse el devenir, sabor, monumentalidad y cultura de esta villa alcarreña, que cuenta con más de un milenio de vida a sus espaldas. Una experiencia de la que no se puede excluir el convento carmelita del siglo XVII, situado en los alrededores del pueblo. Todo ello acompañado por una gastronomía muy variada y unas tradiciones centenarios. Simplemente, impresionante. ¡No te lo pierdas!

FUENTE: https://henaresaldia.com/budia-la-villa-milenaria/

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