POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Las recientes obras de rediseño del intercambiador de autobuses en las Eras de la Sal contemplaban la creación de una barrera acústica natural para rebajar el ruido que provoca el paso y espera con los motores en marcha de los autobuses que realizan la carga y descarga de pasajeros del transporte urbano.
Lo que ahora hay sobre el terreno son siete pequeños arbolitos, un tanto desmejorados sin ramas ni hojas, de una especie a la que habrá que ver en su mayor grandiosidad en los próximos años. Es decir, la barrera acústica natural no existe. Tiene que crecer, pero dejando pasar el tiempo, cuidándolos con mimo y regándolos adecuadamente puede que alcancen el tamaño necesario para el cometido que tienen, y no olvidando el dicho de ser «más malo que el agua de Las Eras». Con el tiempo se verá.
La historia de Torrevieja, que no es más que el tiempo por ella ya ha pasado, ha estado jalonado por ajardinamientos en sus calles y plazas, y no precisamente con la finalidad de reducir ningún ruido. Las primeras noticias de arbolado en la población nos las ofrece Josef Montesinos Pérez de Orumbella en su obra ‘Compendio histórico oriolano’, escrito entre los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, relatando también el veraneo en Torrevieja de numerosas familias de las poblaciones la Vega baja del Segura y de Murcia, describiendo el paseo junto de la torre vieja que dio origen al nombre de la hoy ciudad: «El defensivo de esta población estriba en un cañón del calibre de quatro libras, que está puesto junto a la Torre de la costa, fundada desde tiempo inmemorial. Es [lugar] muy divertido con su ‘buena alameda’. A esta torre acuden innumerables gentes de Orihuela, Murcia, Callosa, Catral, y otras villas y lugares a bañarse». Montesinos también describió el arbolado existente en las cercanas haciendas plantadas de almendros, higueras, algarrobos y pinos.
Años después, tras el aciago terremoto del 21 de marzo de 1829, el ingeniero José de Larramendi fue el encargado de la reconstrucción de las poblaciones destruidas -Torrevieja, Benejúzar, Almoradí y Guardamar-, dictó en su memoria urbanística acertadas normas para evitar nuevas víctimas en caso de repetirse otros seísmos, medidas atendidas en parte con la plantación de arbolado. Según su informe, las calles se construirían con una anchura no inferior a 12,19 metros. Las casas, o más bien las manzanas, porque en cada calle todas debían de tener la misma altura, debían ser, cuanto más 4,57 metros en la calle principal o mayor, y en las demás 4,37 y 3,96 metros, y las manzanas exteriores 3,66 metros de altura. En una región tan ardiente como esta, y teniendo las casas tan bajas y tan anchas las calles, pensó Larramendi que sería intolerable el sol en el verano; por esta razón en todas las calles se debían de plantar árboles que, además de la sombra, dieran seguridad, produjeran leña y madera, a la vez que conseguir que Torrevieja y los otros pueblos levantados tuvieran unas hermosas alamedas; porque los árboles frondosos ofrecerían una «comodidad y delicia que nada habrá que sea comparable en España».
Añadió que todas las casas tuvieran un hermoso patio, de manera que al menor ruido o temblor las gentes pudieran salir a él o a la calle, según la mayor proximidad de donde se hallaran en el momento del peligro. Los vecinos de Torrevieja no tardaron en convertir esos patios en verdaderos vergeles, plantando higueras, palmeras, parrales, jinjoleros, nispoleros, auracarias, etc.
En algunas de las placas fotográficas de Juan Darblade, tomadas hacia 1877, todavía aparece el paseo de Vista Alegre jalonado a lado y lado con hermosos ejemplares de álamos en lugar de las palmeras con las que estamos acostumbrados a verle en la actualidad.
El abogado, músico y escritor Luis Cánovas Martínez (Torrevieja,1857-Alicante, 1927) detalló en su obrita ‘El Obstáculo’ a aquella Torrevieja de principios del siglo XX describiendo las típicas tarjetas postales de aquella pequeña Torrevieja a la que él denomina ‘Turviel’, con detalles del arbolado, ya sustituido en el paseo de Vista Alegre por palmeras: «Son unos fotograbados hechos, sin duda, para desacreditar el descubrimiento. Uno representa la playa y el paseo que hay en la orilla del mar. Larguísima fila de palmeras anémicas y polvorientas lo circuye, y en el centro una imagen bastante exacta de del desierto del Sahara. Entre el paseo y el mar, sin duda para embellecer el sitio creado para esparcimiento de los vecinos de Turviel, hay levantadas tres o cuatro casucas de tablas, una para los carabineros, otra para el bote salvavidas de la estación de Salvamento de Náufragos y otra para un cantinero que hace, a la vez, oficios de barbero y cirujano, y tiene allí un huerto, corral, terraza y todo género de comodidades y desahogos». Se refiere al edificio que hasta hace poco ocupaba el restaurante Miramar, convertido ahora en Tourist Info.
Bastantes años después, desde la década de los veinte ya hasta los años cincuenta del pasado siglo XX, se plantaron más árboles que sombreaban nuestras soleadas calles y plazas: los eucaliptos en la Avenida de la Playa -hoy avenida de la Libertad, y el mismo tipo de árboles de origen australiano en las plazas orgullo del Alcalde Waldo Calero, las glorietas de la iglesia y del cine, avenida de la Purísima y en otras calles del tablero de ajedrez torrevejense.
También fue la moda los setos de ‘siempreverdes’ que, aunque no daban sombra, adornaron las plazas de la ermita, las glorietas de los palomos -Miguel Hernández- y de la iglesia, y el paseo de Vista Alegre. Y así hasta llegar a los años setenta del pasado siglo, con primer ajardinamiento de las plazas de Castelar, de Capdepón, de la Madera, de las Mazas, etc.; plantándose ficus en muchas de ellas, sirviendo de cobijo bajo sus espléndidas sombras del fuerte sol de estas tierras a numerosos vecinos.
Al día de hoy diremos, haciendo uso de la fraseología popular que «los médicos tapan sus errores con tierra, y los arquitectos con plantas» en forma de ‘barreras acústicas naturales’. Yo prefiero el dicho de «árbol que crece torcido nunca se endereza». Habrá que esperar ver crecer a los arbolitos del intercambiador de las Eras y guiarlos empinado hacia el cielo azul de Torrevieja. Y si se desvían habrá que hacer las rectificaciones necesarias.
Fuente: http://www.laverdad.es/