BUSTOS PARLANTES DE PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Ago 05 2020

POR LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES

¿Dónde está el alma de las grandes figuras literarias? Desparramada, sin duda, por su obra; pero, como especie invasora que es, intangible, asimismo alada, también se enreda en el alma del público más selecto, despertando pasiones incontroladas e incontrolables. Y, en fin, hay quienes quieren plasmar la genialidad de las celebridades literarias mediante retratos y esculturas.

Ante semejante panorama de enredos continuos e inacabables, Pepe Monteserín decidió liar, a su modo, mucho más la madeja, escribiendo Con mucho busto.

Aquí, Monteserín es el viajero que se detiene ante las estaturas de montones de escritores. Les rinde, así, su personal y transferible homenaje (transferible mediante su palabra de escritor), les habla, les recuerda los libros que tiene suyos, que leyó hace tiempo o recientemente, que le entusiasmaron más o menos.

Un literato es, además de otras muchas cosas, aquello que ha leído, haciéndolo suyo, metiéndolo en las entrañas. Y Pepe decide visitar a aquellos genios con los que tanto aprendió, que tanto llegaron a asombrarle, que tanto le enseñaron.

Monteserín convierte a las estatuas que visita en bustos parlantes, les hace hablar, oficia, en cierto modo de ventrículo, y aquello que les hace proferir es, en no pequeña parte, la lectura que nuestro literato hizo de ellos.

Figuras esculpidas a las que Pepe les añade la palabra, la palabra hecha literatura, la palabra, por fortuna contaminada, del homenajeado y del que homenajea.

El listado de estos bustos parlantes es enorme, sí, pero, aun así, el propio Monteserín nos advierte que hay muchos autores que están fuera a los que, sin embargo, admira. Bustos parlantes, cuyos mensajes sólo son audibles para el escritor que los escucha. Bustos que también oyen lo que les dice la mirada de este literato que se acerca a ellos. Todo un diálogo de sordomudos que se descodifica en este libro.

A la escultura y a la escritura, se añade aquí la fotografía, la instantánea en el que comparecen el escritor esculpido y el autor de este libro, conforman una pareja de hecho que, de algún modo, tiene como destino engendrar más literatura.

Recuerdo un poemario de Jorge Guillén que tiene como título “Homenaje”. Por el citado poemario, desfilan, entre otros muchos, Valery y Quevedo. El poeta de la mal llamada generación del 27 hace suyos versos y estilos de quienes homenajea, lo que, en modo alguno debe considerarse plagio, sino apropiación lectora de quien supo no sólo captar el alma del maestro a quien rinde homenaje, sino que además acertó a ponerla en palabras, entremezclándose homenajeado y el poeta que le rinde culto, que le da la palabra en su particular universo literario.

En el presente libro, hay un sentimiento lúdico de la vida y de la literatura. Es un libro divertido, escrito por alguien que leyó mucho y que leyó bien. No se incurre en ningún momento en esa erudición aburrida, donde ocupan más espacio las notas a pie de página que el propio texto.

Otra de las grandezas de esta obra de Monteserín consiste en que se puede empezar a leer por donde se quiera, no hace falta seguir ni orden cronológico, ni tampoco geográfico.

Monteserín viaja y, con él, también se pone en camino la palabra, la que lleva de sus lecturas ante el homenajeado, la que manifiesta de sus impresiones en el momento mismo de hacerse la foto correspondiente.

Literatura, escultura y fotografía. Palabra viajera y juguetona, divertimento para adictos a la literatura.

Prodesse y delectare horacianos. Aprenderán divirtiéndose. Se divertirán aprendiendo.

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