POR JOSE A. RAMOS RUBIO, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES)
Los orígenes se Cáceres se remontan al Paleolítico Superior, el hombre de Cro-Magnon decoró las paredes de la Cueva de Maltravieso con signos abstractos. También, se han localizado restos del Calcolítico en los aledaños de la actual ciudad moderna, concretamente en la Cueva del Conejar.
Esta parcela de la historia hemos de reconstruirla con los restos materiales localizados en estos lugares por los arqueólogos ya que no tenemos testimonios escritos hasta más allá del tercer milenio a. C.
La villa romana de Cáceres fue fundada sobre el agreste cabezo que domina el lugar, en donde fue edificada la Colonia Norbensis Caesarina, una de las cinco que contenía la provincia de Lusitania. Siendo conmemorado su segundo milenario en 1966. Los restos de este floreciente centro romano se encuentran en los basamentos de las torres del recinto fortificado y en las numerosas lápidas y objetos que han sido descubiertos en las inmediaciones.
Esta Colonia fue destruida por los bárbaros. El lugar estuvo habitado durante largos siglos, hasta que a mediados del siglo XII los almohades rehicieron las antiguas fortificaciones de Norba, y hoy puede decirse que levantaron la ciudad actual, que desde entonces no ha perdido su importancia.
Se la daba por un lado su posición difícilmente expugnable y por otro el hallarse en el único camino practicable que une el norte y el sur de la Península por medio del Tajo. Esta vía fue convertida por los romanos en calzada imperial, enlazando Emérita Augusta con Astorga.
Los árabes llamaron a este centro comercial y estratégico Qazrix, palabra que procede del latín Castris, de aquí proviene el nombre de Cáceres. Después de largas campañas fue conquistada esta población fortificada por Alfonso IX de León en 1229, y por celebrarse este día la festividad del mártir San Jorge, le recibió Cáceres por principal Patrono, acudiendo a lo largo de la Baja Edad Media su Ayuntamiento a vísperas y misa solemne con sermón en la parroquia de Santa María, llevando el estandarte de la conquista. Desde su conquista es cabeza de su arciprestazgo con primer voto en sinodales.
A lo largo de la Baja Edad Media floreció en Cáceres una esclarecida nobleza, cuyos caballeros formaron parte del Consejo Real, destacando Diego García de Ulloa y Sancho Sánchez de Ulloa. Alfonso IX otorgó a sus moradores la Carta de Población y el Fuero, especificando en ellos los dominios asignados a la villa. El rey Alfonso X confirmará el Fuero de Cáceres y resolverá de esta manera una cuestión de límites entre Cáceres y Badajoz.
Los reyes sucesores otorgaron a Cáceres muchos privilegios en favor a los beneficios que los caballeros cacereños habían otorgado a la Corona. Los mismos Reyes Católicos mostraron un gran interés que se tradujo en nuevos beneficios tales como la reconstrucción del patrimonio artístico de la villa (murallas, calles) así como el suministro de agua. Este esfuerzo de los monarcas se vio compensado con la cooperación que los cacereños mostraron en la conquista de Granada.
En el siglo XVI observamos una gran prosperidad en Cáceres, que se ve acrecentada con la llegada de sus hijos procedentes de la conquista de América y el consiguiente desarrollo urbanístico extramuros de la ciudad.
En la siguiente centuria sufrió mucho Cáceres durante la Guerra de la Independencia Portuguesa (1640-1668), provocada por el abandono de Felipe IV y la intemperancia del Conde Duque de Olivares, pues aunque los sublevados no llegaron a entrar en la villa de Cáceres, las milicias de ésta tuvieron que prestar socorro a varias poblaciones vecinas, asediadas por los portugueses.
En el año 1790, por disposición del rey Carlos IV, fue establecida en Cáceres la Real Audiencia de Extremadura. Años después, tras la reforma constitucional, se fijó en Cáceres la capitalidad de la Alta Extremadura, aunque hubo litigios con Plasencia que se disputaba tal primacía.
Por Real Orden de 9 de febrero de 1881 fue declarada ciudad la hasta entonces villa de Cáceres.
De todas las definiciones que para la capital de la Alta Extremadura se han propuesto, ninguna es más certera que la del pintor Eugenio Hermoso: «Cáceres es como la viñeta de un libro de caballerías». Feliz esquema verbal que sintetiza y evoca en un instante toda la belleza de esta ciudad bajomedieval. Si un Quijote de nuestra época diera en repetir la idea del cervantino, su imaginación febril no tendría que trabajar mucho para encontrar en cada casa de Cáceres un castillo, más que nada porque real y verdaderamente lo es. Cada pared plasma una leyenda de ajimeces,
matacanes y ventanales por las cuales lo mismo podría asomar el enano anunciador de que un aventurero ideal espera ante el ferrado portón de la entrada, que la dama envuelta en delicada almejía para otorgar un signo de bienvenida a su caballero cautivo.
Cáceres ofrece al visitante la sorprendente visión de una ciudad que se encuentra en el mismo estado en que la dejaron los últimos hidalgos de fines de la decimosexta centuria, con sus calles empinadas tan evocadoras y tan propias para un escenario de películas con temas medievales. La carne feneció hace siglos, pero el espíritu subsiste en la calidad perdurable de las cosas inanimadas.
Desde el punto de vista topográfico, Cáceres resulta ser una de las ciudades más antiguas de España, ya que estuvo poblado desde tiempos remotos. Las numerosas cuevas que se abren en los alrededores de la ciudad moderna han proporcionado importantes restos y objetos del Neolítico.
Singularmente, la Cueva de Maltravieso, contiene un grupo de pinturas rupestres, descubiertas en 1956 por Carlos Callejo, que datan del pleno Paleolítico Superior, con antigüedad de 20.000 años.
Es monumento Artístico Nacional desde el año 1963.
Más tarde el agreste cerro que domina el lugar estuvo ocupado por la Colonia Norbensis Caesarina, una de las cinco que contenía la provincia de Lusitania. Los restos de esta ciudad romana subsisten en los basamentos de torres y murallas y en las numerosas lápidas que han ido aflorando por las inmediaciones. El camino del Sur de la Península por el Tajo, era antiquísimo, fue utilizado por los romanos como calzada imperial, enlazando Mérida con Astorga, y hoy día es aún esencial vía de tráfico. Esta colonia Norba fue destruida por los bárbaros, el lugar estuvo ocupado durante siglos, hasta que a mediados del siglo XII los almohades rehicieron las antiguas fortificaciones romanas, y levantaron la ciudad actual.
Los árabes llamaron a la reconstruida población Qazrix, palabra que es versión del latín Castris y está relacionada con el vicus Castra Cecilia, que existía en las inmediaciones de la Colonia Norba. De este Qazrix proviene el actual nombre de Cáceres.
Alfonso IX de León se adueñó de ella en 1229. Geográficamente la moderna ciudad cacereña se encuentra emplazada en un valle elevado que rodean, por el sureste, por el norte y por el noroeste, varias colinas cubiertas de verdura, lo que da a su situación un gran valor panorámico. El terreno tiene tres ondulaciones, la más oriental es el Cáceres viejo, antigua ciudad árabe y romana; la occidental representa la expansión de aquélla en los tiempos de la Reconquista, y la meridional, es donde se hallan los paseos, jardines y anchas plazoletas, resultado de los amplios ensanches de los últimos tiempos.
La actual Cáceres es un complejo urbano conformado a lo largo de los siglos por diferentes mentalidades constructivas. El trazado de Cáceres de forma rectangular, aunque con cierta irregularidad, corresponde al recinto antiguo de herencia romana, con líneas interiores de calles que se cruzan perpendicularmente. Después se ha derivado la ciudad medieval interior o intramuros, que resulta binuclear, por los dos núcleos religiosos de las iglesias de Santa María y San Mateo, que fundamentan la organización colacional del Cáceres amurallado desde la Edad Media. Con sus plazuelas y calles respectivas.
Este recinto amurallado es el núcleo de una expansión radioconcéntrica de calles principales unidas por viales secundarias, en donde entrarían en juego otros dos núcleos religiosos formados por las iglesias de San Juan y Santiago. Estas viales van a parar a los caminos carreteros medievales, hoy carreteras que comunican el casco antiguo con el exterior. No podemos olvidar, el centro clave que formaría la Plaza Mayor, como umbral de la ciudad amurallada hacia la extramuros.
Desde aquí, se produce la expansión moderna hacia el llano, a través de un planteamiento lineal que partiendo del Paseo de Cánovas llega hasta la Plaza de América, nodo o centro de comunicaciones, donde se ha formado un extenso núcleo en forma de estrella de donde surgen las diferentes carreteras hacia Miajadas, Mérida, Badajoz y Salamanca. A estos núcleos se unen barrios a lo largo de los años setenta y ochenta de diferente trazado y ubicación, tomando como referencias las avenidas de Alemania, Gil Cordero y Antonio Hurtado, este último foco de mayor expansión en los últimos años, hacia las Casas Baratas y Barrio de las Trescientas, ya en el Calerizo, en donde la historia moderna se funde con la Prehistoria (Cuevas de Maltravieso).
La citada expansión, conformada de manera lineal y estrellada, se encuentra situada al sur de la ciudad, mientras que en el norte apenas existe un desarrollo urbano: la plaza de toros, el cementerio, el cuartel y seminario, han sido posibles tabúes para edificaciones, existiendo zonas urbanísticas excepcionales en los barrios de Pinilla y Crtra. de Cáceres a Trujillo en donde se han ido conformando los distintos centros facultativos.
Hasta el siglo XX los edificios no pasaban de los tres pisos y en la actualidad han crecido formando torres. Una ciudad que ha sufrido un desarrollo muy lento en su transcurrir histórico desde el siglo XVI hasta nuestros días, con un escaso crecimiento y a través de la cual el transeúnte sólo excepcionalmente necesita utilizar el transporte, sobre todo los peatones que viven en barrios de la periferia.
Cáceres, la ciudad que empezó su historia como villa al ser reconquistada por Alfonso IX en 1229, que asume el papel de Capital de la Provincia en 1820, confirmándose en esta capitalidad de la Alta Extremadura en 1833, que recibe el título de ciudad en 1882 por el Rey Alfonso XII, pues hasta entonces había sido calificada como «La Muy Ilustre y Leal Villa de Cázeres».
Pero, lo que mayor interés tiene de la ciudad es el casco antiguo, rodeado en su mayor parte por una muralla de planta rectangular irregular, al que se accede por cinco puertas: la del Socorro o de Coria, la del Cristo o del Río, la de Mérida, la del Postigo o arco de Santa Ana y la puerta de la Estrella. Estas puertas están flanqueadas por torres almohades y cristianas. En 1949 fue declarado Monumento Nacional todo el recinto del Cáceres viejo, dando así estado oficial a lo que desde antiguo proclamaba la lógica. En 1969, el Consejo Internacional de ciudades monumentales de Europa, reunido en Venecia, consagró a Cáceres como uno de los conjuntos arquitectónicos antiguos más puros del continente. En 1986 fue declarado Patrimonio Universal. El visitante se infunde en el pretérito aquí con una fuerza que no le mueve quizá en ninguna otra ciudad española.
Cáceres tiene un embrujo impalpable que muchos turistas no aciertan a explicar, pero que les persigue en el recuerdo con más vehemencia que los primores artísticos de otras ciudades españolas vistas.
Todo el Cáceres monumental está circundado por una línea de murallas de la época árabe, flanqueadas por numerosas torres albarranas como son la de la Yerba, la del Postigo, la Desmochada, la torre de Santa Ana y la del Horno. Esta se levanta en la Plaza Mayor, junto a la Fuente renacentista de los Pilares. El conjunto forma un pintoresco lugar en el que está, puede decirse, escrita la historia esencial de Cáceres como ciudad. La Colonia Norba en la réplica de la estatua del genio andrógino, la fortaleza Qazrix, representada por la torre y la muralla, y el Cáceres de la época conquistadora imperial simbolizado en la fuente.
También, en la Plaza Mayor, está la Torre Bujaco, cuyo nombre procede del califa árabe Abu Yaqub. Una antigua tradición explica que en 1173 se refugiaron aquí, ante los ataques almohades, los Fratres de la Espada, orden caballeresca que más tarde dio lugar a la de Santiago. Aunque más fácil es que su refugio fuese la torre cilíndrica de la calle de la Amargura, más antigua que esta y de estilo cristiano, ya que la Torre Bujaco hemos de fecharla en el siglo XV, después de la reconquista.
En 1820 se colocó en lo alto de la torre una espadaña que cobijaba la estatua romana de mármol representativa del Genio de la colonia Norba, antes citada, cuyo original actualmente se encuentra en el Museo de las Veletas y una réplica en la citada Fuente de los pilares.
Las iglesias constituyen referencia esencial de las diversas colaciones que en torno a ella organizan parte de su vida comunitaria. No es solo la presencia física y la riqueza artística que contienen, sino su función generadora del urbanismo, al desarrollar plazas ante ellas, la referencia visual que suponen sus torres en la silueta de la villa, el sonido de sus campanas o el reloj que rigen la vida diaria de los habitantes. Además de los aspectos estrictamente religiosos, tan importantes, son centros de los momentos más importantes del proceso vital de los individuos, y de un modo especial constituyen el lugar de enterramiento de la nobleza que en ellas dispone los monumentos sepulcrales blasonales con los cuales perennizan su memoria.
Como antesala de la zona antigua, hemos de citar a la ermita de la Paz, en la Plaza Mayor, antes de ascender hacia el recinto murado.
En la plaza se encuentra la Ermita de la Paz, junto a la torre de Bujaco. Es una construcción realizada en sillarejo, con una nave de un tramo y presbierio recto, y una capilla en el lado del Evangelio. Todos los arcos son de medio punto, y las bóvedas, de arista en nave y capilla, y semiestérica en el presbiterio.
Puerta en arco de medio punto a los pies, precedida de pórtico con triple arquería en medio punto, cerrada con verja de hierro en la que te consta la inscripción: ESTA CAPILLA ES DE NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ. SE IZO ESTA OBRA AÑO DE 1756; en la parte superior tiene dos escudos con rosario y una cruz-, las otras verjas se rematan en águila bicéfala coronada y el anagrama IHS; se conoce la intervención, al menos en los remates, del artista rejero Juan de Acedo. Del edificio consta su realización entre los años 1733 y 1734.
En el Presbiterio, destaca la imagen del siglo XVIII en madera policromada, de incierta identificación, quizá de San Benito. Retablo mayor dorado, de hacia 1750, rococó; tiene columnas estriadas con rocallas en las que se representan motivos de la Pasión, y hornacina central con imagen de la Virgen don el Niño, bien estofada y encarnada; a los lados, esculturas policromada de Santa Benedictina y Santo Benedictino, del XVIII; en el remate, Espíritu Santo dentro de nubes con querubines. Imagen de San Juan Evangelista, en madera policromada, del XVIII.
A la derecha de la Torre Bujaco, una amplia escalera permite el acceso al Arco de la Estrella, del siglo XVIII, que ocupa el lugar de una antigua puerta árabe, la Puerta Nueva. El arco está diseñado en esviaje para facilitar el paso y el giro a los carros. Es obra del arquitecto catalán Manuel de Larra y Churriguera, sobrino de los famosos maestros barrocos que dieron nombre al estilo artístico de la época. A la derecha del arco y antes de trasponerlo, puede verse la Torre de los Púlpitos, nombre que recibe por las garitas de esquina que tiene. Es obra posterior a la reconquista.
Desde la terraza de la pequeña torre, un arco tendido sobre el Adarve, comunica esta torre con el palacio de Mayoralgo.
En la Edad Media, la actual Plaza era una explanada que servía para ferias de ganado y mercancías, paradas de ejércitos y torneos. Precisamente, con motivo de un torneo en 1464, entre el clavero de Alcántara Alonso de Monroy y un pariente del Maestre, Gómez de Slís, surgió una cruenta guerra civil en Extremadura, durante la cual fue destruido el antiguo alcázar árabe, existente en el actual Palacio de las Veletas (Museo Arqueológico).
Subiendo por el Arco de la Estrella, llegamos a la parroquial de Santa María, que en 1957, a raíz de haber sido otorgado a la diócesis de Coria el título de Coria-Cáceres, la antigua iglesia arciprestal de la ciudad recibió el título de Concatedral de Santa María.
La Plazuela de Santa María, asimétrica, pero tan refinada, es un espacio verdaderamente mágico. Fue, desde sus inicios, el lugar más importante de la población; centro religioso y escenario de las reuniones semanales del Concejo hasta el siglo XVI. Es un espacio irregular en el que se dan cita diversas calles limitadas por nobles palacios que ocupan amplios solares.
La iglesia de Santa María, con título de concatedral, domina el conjunto. Obra de transición del romántico al gótico, fue levantada a finales del siglo XIII con sillares graníticos; es la primera iglesia construida dentro del recinto amurallado tras la Reconquista; al exterior destacan sus dos portadas góticas y la torre renacentista. El edificio se llevó a cabo en una gran parte durante los últimos años del siglo XV y primeros del siglo XVI, realizándose nuevas intervenciones en la segunda mitad del siglo XVI, momento en que se lleva a cabo la escalera y puerta de acceso al coro y la torre. Aunque la documentación no nos ha revelado demasiados datos, sabemos que a principios del siglo XVI dirigía los trabajos Pedro de Larrea, y, en las posteriores construcciones, encontramos a Pedro Marquina, siguiendo las trazas de Pedro de Ibarra y Pedro Gómez.
Se trata de una proporcionada y amplia construcción realizada por sillares graníticos. En su exterior sobresalen dos portadas góticas y la torre renacentista, coronada con elegantes flamencos. En su interior cuenta con tres naves, que tienden a la misma altura, separadas por pilares fasciculados góticos y cubiertas por elevadas bóvedas de crucería, dibujando en algunos tramos ricas tracerías a base de combados. La nave principal remata en un presbiterio ochavado y las laterales en capillas absidiales con trompas aveneradas para solucionar el ochavo. Algunas capillas, como la de San Miguel, amplia a mediados del siglo XVI por la familia Carvajal, y la del Cristo, realizada a finales del siglo XV por Hernán Blázquez de Cáceres y Mogollón para enterramiento, y la amplia sacristía en la que sobresale su plateresca portada, realizada en 1527 por el entallador Alonso de Torralba, completan el conjunto arquitectónico de la concatedral de la Diócesis de Coria.
En su interior sobresalen algunas piezas artísticas relevantes como en su retablo mayor, conjunto renacentista realizado por Roque Balduque y Guillén Férrant entre los años 1549 y 1555. Está realizado en madera de cedro sin policomar y cuenta con magníficas tallas de los apóstoles así como logrados relieves con diversos asuntos religiosos. El calvario que coronaba el retablo ha sido trasladado a la capilla de los Blázquez Muñoz, donde puede contemplarse con detalle. En esta misma capilla sobresale un sepulcro renacentista realizado en mármol.
En el coro se conserva un órgano y también podemos comtemplar, en los laterales del templo y capillas, un conjunto de sepulcros góticos y renacentistas, la mayoría muy austeros. También cabe destacar en la capilla de los Blázquez Mogollón la talla de Jesús crucificado conocido como el Cristo Negro, imagen gótica de patética expresión.
Hemos de destacar en la parroquia de Santa María tres retablos de madera labrada y dorada. Los tres presentan un estructura semejante, si bien, y como veremos más adelante con notables diferencias entre el primero y los dos restantes. El retablo de San Miguel se localiza en la capilla de su advocación en la cabecera de la nave del evangelio. Es una pequeña obra, estructurada en banco, cuerpo y ático. El banco es de una pequeña altura y se dispone directamente sobre la mes del altar. En él destacan las cuatro ménsulas curvas de hojarasca que sustentan las columnas del cuerpo y el pedestal sobre el que se apoya la imagen del titular. Los planes dispuestos entre estos resaltes se decoran también con temas vegetales. El cuerpo se divide en tres calles por medio de estipites que flanquean la central. Esta se retrasa respecto a las laterales y las columnas de los extremos,creando un curioso juego de planos. Los estirpes y las columnas se decoran con cabezas aladas de querubines y profusa trama vegetal. La calle central acoge una hornacina avenerada de planta poligonal. Su interior así como la rosca del arco y las finas pilastras cajeadas que la flanquean están ornamentadas con roleos de abultada talla. Las calles laterales entre estípite y columna se adornan con repisas de plástica vegetal sobre los que se disponen grandes florones y doseles de paños colgantes.Sobre ellas aparecen dos broches de hojarascas.
La cornisa de este cuerpo sustenta dos pequeños jarrones. En la calle central se rompe el entablamento con un broche de abultada talla remarcado por telas suspendidas en arco.
El ático se cierra en cascarón de bóveda de horno, que se adapta perfectamente al nicho que acoge el retablo. La rosca del arco está interrumpida por tres brochas de hojarasca, el central de mayor tamaño. Todo el remate se adorna con abultada decoración vegetal.
El retablo está presidido por una animada imagen de San Miguel Arcángel en actitud de vencer al negro y alado demonio que surge a sus pies. El santo aparece vestido de soldado romano llevando en su mano derecha una espada llameante. Es una buena talla barroca, llena de movimiento y dinamismo, resaltada por una excelente policromía, que se conserva en su totalidad. Los retablos de San Juan Bautista y de San Lorenzo se localizan en la nave de la epístola, en la capilla de los Becerra, junto a la sacristía, el primero y en la fundada por Gonzalo Lorenzo Espadero, junto a la entrada de la capilla del sagrario, el segundo. Ambos presentan la misma estructura y unas formas generales muy semejantes. Los bancos son de pequeña altura y se asientan directamente sobre las mesas del altar. En ellos destacan los cuatro mensulones en que apoyan los soportes arquitectónicos del cuerpo superior. En el retablo de San Lorenzo, los paneles dispuestos entre estos resaltes se decoran con temas vegetales; mientras que en el de San Juan aparecen pequeñas puertas, en los laterales, un sagrario con la imagen del Cordero Divino, en el central.
El cuerpo se divide en tres calles por medio de columnas y pilastras, en el de San Lorenzo. En ambos casos las calles centrales se adelantan respecto a los laterales y en ellas se disponen hornacinas de planta poligonal abiertas en medio punto. Igualmente en ambos casos, las calles laterales acogen pequeñas hornacinas aveneradas de planta poligonal. Las diferencias entre ambos retablos estriban en la presencia de pilastras adosadas en los laterales del retablo de San Lorenzo, y de grandes elementos a modo de repisas con decoración vegetal sobre los nichos laterales en el de San Juan. Los áticos tienen la misma estructura: unas pequeñas pilastras que sustentan dos grandes volutas que culminan en grandes broches de hojaresca, que deben adaptarse forzadamente a las bóvedas de las capillas. Ambos áticos cobijan grandes relieves de la Paloma del Espíritu Santo, en el retablo de San Lorenzo, y del Padre Eterno, en el retablo de San Juan. Otra diferencia estriba en los remates de las calles laterales: cresteras caladas de temas vegetales, en este último, y broches de hojarascas, hoy desaparecidos, en el primero.
Como el retablo de San Miguel, ambos conjuntos se ornamentan con abultada y carnosa decoración vegetal, como corresponde a la época de su realización. Antes de tratar el tema de la autora queremos aclarar, en lo posible, el cambio de imágenes que se ha producido entre los diferentes retablos de la concatedral y que ha provocado la curiosa situación de que sólo San Miguel ocupe el retablo para el que fue realizado. Originariamente el retablo de San Juan Bautista acoja las tallas del titular, siglo XVII, de San Juan Apóstol, y una tercera desconocida; a principios de este siglo lo ocupaban Santa Rita, Santa Teresa y esa tercera imagen desconocida; y, finalmente, en la actualidad recibe tres imágenes modernas del Sagrado Corazón, la Virgen Milagrosa y San José y el niño. Por otro lado, el retablo de San Lorenzo cobijaba a principios de siglo las tallas del titular, de San Ramón Nonato, siglo XVIII y de San Juan Bautista; en la actualidad, por el contrario, recoge las imágenes de San Pedro de Alcántara, siglo XVIII, de la Dolorosa siglo XVIII, y una moderna de San Francisco Javier. Los titulares, por tanto, están fuera de sus retablos originales: el Bautista en la Capilla del sagrario y San Lorenzo en el nicho de la familia Saavedra-Figueroa, en la nave del Evangelio.
La talla de San Lorenzo es coetánea a los retablos que estamos viendo. El Santo está nimbado y aparece vestido con alba talar y dalmática dorada. Lleva la palma de los mártires y una bolsa de dinero en su mano derecha y la parrilla en la izquierda. Las evidentes similitudes en la disposición de los cabellos y en la delicadeza de las manos y del rostro entre esta imagen y la de San Miguel nos hacen pensar en un mismo pintor, dadas las semejanzas existentes entre la policroma dorada sobre fondo rojo del peto del arcángel y la dalmática del santo español.
El Palacio de Carvajal, adquirido por la Diputacion careña para instalar en la sede del «Patronato de Promocion del Turismo y la Artesanía de la provincia de Cáceres», es una edificación entre gótica y renacentista levantada hacia la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI.
Situado intramuros de la ciudad, frente al ábside de la iglesia concatedral de Santa María , cerrando en cierto modo un marco de incomparable belleza, constituyente un típico exponente de concepto, aun medieval, de casa señorial, índice de poder, cultura y riqueza, y de edificación protectora y defensiva, con su torre de vigía y ataque y escasas ventanas al exterior.
Difícil de precisar, como tantas otras, la genealogía familiar, cuyas ramas y raíces se extienden por toda España y por América, dato cierto es que el palacio de Carvajal lo mandó construir Pedro de Carvajal, casado con María de Mayoralgo; que fue después de los condes de Torre Arias y que, la primogénita de éstos, Cecilia Carvajal, con García Golfin Portocarrero, pasó a engrosar el patrimonio cultural de los Golfines, famosa familia cacereña que allá en su tumba , según reza el epitafio, «esperan el juicio de Dios».
Vendido más tarde a Fernando Muñoz y Fernández de Soria, cuya familia jugaría importantes papeles en el período de la Restauración, a finales del siglo XIX sufrió un pavoroso incendio, que lo mantuvo por muchos tiempo en estado de ruina e hizo que popularmente se conociera con el sobrenombre de «Casa Quemada». hasta que en 1960 una descendiente del linaje de lo Carvajales, casada con Alvaro Cavestani, procedió a su reconstrucción.
La Diputación Provincial de Cáceres, que lo adquirió de los herederos de estos últimos en 1985, no tuvo más que proceder a leves reformas para adaptarlo al uso al que se iba a destinar, así como a amueblarlo en buena parte.
Entre dos calles, la de la Amargura y la de Tiendas, en su fachada principal, sencilla y majestuosa, de sillería granítica, una linea simétricamente la gran portada, de arco de medio punto, con el escudo de los Carvajal. La rematan, de un lado, un bello balcón de esquina, de arco apuntado, y del otro, una torre redonda de mampostería, con pequeños vanos, que algunos expertos consideran de estilo almohade y de finales del siglo XII.
La fachada de la calle Tiendas es de la misma sobriedad: Ventanas las de abajo con rejas y balcones adintelados con balaustradas de hierro en el piso superior. En el interior, tras su amplio vestíbulo, con bóvedas de artistas y austeros muebles de la época renacentista, se pasa al patio que hace de distribuidor de todas las dependencias de la planta baja, la mayor parte de las cuales están ocupadas por el Patronato de Promoción del Turismo y la Artesanía. Es un claustro rectangular con bóvedas de ladrillo asentadas sobre seis columnas góticas, con capiteles poligonales pometados, fustes lisos y sencillas basas de moldura.
A través de él se accede al jardín, bello espacio con setos y flores, de distintas alturas y en el que se alza una hermosísima higuera que la tradición popular cuenta como milenaria. En él se celebran, cuando el clima lo permite, recepciones y pequeños conciertos para grupos reducidos de visitantes.
La capilla, también en la planta baja, ocupa el piso inferior de la torre. Es una pequeña estancia circular, con ventana abocinada y un pequeño altar, a la que remata una bóveda hemisférica.
La amplia banda que la rodea está decorada con pinturas de estilo manierista e italianizante.
Escenas de la vida de Jesús -la Anunciación, la Visitación de la Virgen a Santa Isabel, el Nacimiento, Jesús entre los doctores -se sitúan de forma ordenada entre elementos arquitectónicos y todo un mundo entremezclado de figuras vegetales, animales y humanas, grotescos en general.
En el piso superior una galería, a la que se accede por escalera inspirada en las de los palacios trujillanos, abre las puertas a todas las estancias.
De los dos dormitorios, que la Diputación reserva para hospedar a visitantes de excepción, el más pequeño tiene cama y cómoda de estilo catalán, segunda mitad del siglo XIX; lo adornan dos «países» de finales del XVIII y un cuadro con la Virgen y el Niño de comienzos del mismo. El más grande, de estilo Imperio, con lecho de principios del XIX, está decorado con una tabla flamenca del XVI y grabados del XIX, época ésta a la que pertenecen el resto de los objetos en él contenidos.
El comedor es una amplia habitación aboveda, con dos valiosos bargueños, uno del siglo XVII y otro del XIX, y contiene unos candelabros de plata de estilo isabelino, reloj de la época de Napoleón III y una delicadísima vajilla de Limoges que luce en sus vitrinas. La mesa es de estilo castellano.
La biblioteca, valiosa por su contenido bibliográfico y documental, con primeras ediciones y manuscritos originales, es la única habitación del edificio en la que la techumbre está resuelta con artesonado y magnífico. Tiene chimenea de piedra y, como decoración excepcional, sendos cuadros de los pintores extremeños Juan Caldera y Eugenio Hermoso.
El salón más grande tiene mobiliario de principios de siglo. Sobre una chimenea francesa, de mármol, un gran espejo veneciano; reloj de estilo Imperio y dos jarrones de Sajonia; sobre la mesa, una sopera de plata antigua española. Un intradós y dos dibujos de Eugenio Hermoso completan la decoración.
La salita ambientada en el siglo pasado, tiene sillería alfonsina y mesa de galápago en palosanto. El bargueño, arquimesa en este caso, es italiano, del siglo XIX, así como el brasero y la tarima. Preside la pared más amplia el cuadro de Juan Caldera » Jueves Santo » , obra costumbrista que fue medalla en la exposición Regional de arte de 1920. Dos paisajitos del XIX, de Gorrisi, y un cuadro de 1877, » tablao » , original de Lucas Villamil completan la decoración.
En la misma línea se encuentra el pasillo que une estas dos habitaciones; consola isabelina de caoba, sobre la que reposa un centro de Sevres, un espejo del XVIII, un intradós francés del XIX y un busto de estilo Imperio.
Numerosos son los cuadros, la mayor parte de autores anónimos, que lucen en las paredes de la galería. Entre los que llevan firma, » Florero» , obra de la segunda mitad del siglo XVII, del madrileño Grabiel de la Corte; de Martín de Vos, pintor finales del XVI, es el cuadro » escenas de la vida de Cristo» , de Eugenio Caxes, del siglo XVII, un » San Andrés y de Govert Kamper un pequeño » paisaje», que data del XVIII.
Anónimos , » un príncipe», del siglo XVIII; » Santa Teresa de Jesús recibiendo la inspiración del Espíritu Santo «, del XVII; «visión de Santo Tomás de Aquino «, » Escena de caza» puede situarse hacia finales del XVIII, «Desposorios de Santa Catalina», copia del taller de El Guercino, es del XVII.
En Cáceres, no basta conservar y remozar sus edificios. Es preciso darles vida y hacerles hablar para que nos cuenten historias románticas, rivalidades feudales, soledades y angustias, triunfos y glorias. Uno de estos viejos inmuebles, cargado de visicitudes y contrastes, es el Palacio de la Diputación Provincial o antiguo convento de Santa María, ubicado en la Plaza de Santa María. Brindar algunas noticias sobre su origen e historia servirá de satisfacción para unos y de novedad para otros.
Sirvió este edificio, durante varias décadas, de piadoso beaterio o refugio de linajudas damas y doncellas, esposas o hijas de hidalgos caballeros ausentes por motivos de guerra.
Luego se convirtió en Convento de monjas jerónimas, siendo obispo de Coria D. Fray Juan Ortega. Año 1483.
Las beatas pidieron convertir su residencia en monasterio. Y el obispo que había sido General de los jerónimos, aconsejó las reglas del Santo Doctor. Y se llamó Convento de Santa María de Jesús. Nunca se escribió la historia del primer convento de jerónimas en Cáceres. Pero su nombre y su vida fueron importantísimos. Y al cumplirse los quinientos años de su existencia, es justo publicar algunas noticias.
Dos etapas comprende el Priorologio. La primera del convento de Beatas o beaterio. La segunda de Monjas con rigurosa observancia de las reglas de San Jerónimo, donde se aunaron la grandeza y la hidalguía extremeñas a la grandeza de las más hondas virtudes cristianas.
Guardaba el monasterio diez cartas de privilegios y provisiones reales, en sendos pergaminos, firmadas por los Reyes Católicos y otros monarcas. Gozaron de exención tributaria y otros beneficios. Conservaba también once privilegios de los Comisarios Generales de la Santa Cruzada condonándoles el pago de subsidios. Largo y minucioso es el padrón de la riqueza urbana que perteneció al convento. Su estudio brinda muchas noticias urbanísticas.
Al reunirse las «Beatas» para vivir comunitariamente, lo hicieron en la casa de Gómez González. Una de sus hijas, Hermana Inés de Cristo, fue de las primeras. Indirectamente se dan noticias de genealogía y razas, como de judíos ubicados en casas descritas en los inventarios. El consejo que en 1538 gobernaba la comunidad estaba formado por las monjas siguientes: D.ª María de Ocampo, Priora, D.ª Ines de Rivera, D.ª María Gutiérrez de Ulloa, D.ª Elvira Alvarez de Mendoza y D.ª Leonor de la Cerda Holguín, consiliarias D.ª Elvira Alvarez Holguín y D.ª María Alvarez, sacristanas y D.ª Beatriz de Tremiño portera.
A pesar del riguroso voto de pobreza de las monjas de clausura, en 1662, previa licencia del obispo D. Fray Francisco de Gamboa, una monja, D.ª Leonor de Carvajal y la Cerda, tomó posesión de un título nobiliario al que renunció enseguida en favor de un sobrino.
Llegó a tener cinco capellanes para solemnizar el culto litúrgico. Fue muy apetecido el cargo de Mayordomo o administrador y generalmente recaía en algún pariente de las monjas.
Recopiló abundantes datos históricos sobre este convento desaparecido, D. Pablo José de Mayoralgo y Enriquez, Caballero del Orden y Caballería de Alcántara, vecino y regidor perpetuo de esta villa de Cáceres, año de 1686.
En el siglo pasado las monjas fueron arrojadas de su cenobio. Se incautaron del inmueble y fue destinado a los más variados destinos. Después de algunos derribos y reconstrucciones, poco o nada queda de lo primitivo. Artísticos despojos de otras edificaciones se han acumulado en su exterior para darle un bello aspecto monumental, que nada recuerda su lejana pristinidad.
Hoy es el Palacio de la Diputación Provincial. Aquel silencioso monacal de sus claustros se rompe con el tecleo de las máquinas en cada oficina. La austeridad de sus compartimentos ha sido desplazada por el lujo de los salones y despachos.
Los que actualmente podemos contemplar, tanto en la portada y fachada principal, como en la esquina del gran Palacio de la Diputación Provincial, pertenecieron al derribado Seminario Diocesano, construido por el insigne obispo D. García de Galarza, cuyas armas campean repetidas veces, testimoniando la esplendidez y grandeza de su espíritu y de sus obras.
El testimonio de aquellas Hermanas Beatas, algunas fundadoras del Beaterio, merece estimarse como auténtico y verídico, por ser de los más próximos a la fundación, que protagonizaron algunas de ellas ocupando la casa y convirtiéndola en el histórico Beaterio, luego Convento de Santa María de Jesús, gloria de la villa de Cáceres.
La Iglesia de Santa María se ubica siempre muy próxima al Beaterio y Convento, Pero estuvieron separados ambos edificios por una callejuela, hoy desaparecida y aprovechada para patio de luces.
Con esta calle cerrada comunicaba la tercera puerta de la Iglesia de Santa María, cuya portada se conserva y sirve para dar acceso a la nueva capilla del Santísimo.
La espléndida generosidad del donante de las casas que se convirtieron en Beaterio y Convento de Santa María de Jesús.
En la Plaza de Santa María está el palacio de los Golfines, cuya fachada es la única que se hizo en Cáceres de estilo plateresco florido, aunque respetando el esquema arquitectónico tradicional en la ciudad. Los golfines proceden de Francia. En el siglo XIV aparece en Cáceres un Alfonso Pérez Golfín, del que descienden los demás, éste se granjeó la amistad de los RR. Católicos en las luchas por el trono, de manera que los monarcas se hospedaron en su casa en las frecuentes visitas que realizaron a Cáceres.
En la plaza de San Jorge se levanta el conventual de San Francisco Javier. La iglesia sigue el esquema jesuítico, obra de 1775. La fachada tiene dos torres gemelas, es grandiosa en tamaño, pareciendo más alta por el desnivel del terreno, siendo magnífica la portada renacentista del tipo abarrocado y con espacioso atrio. Los jesuitas solo disfrutaron de su templo doce años, pues en 1767 sobrevino su expulsión y no han recuperado nunca este edificio, que en la actualidad lo administran los PP. de la Preciosa Sangre.
La cuesta de la Compañía nos conduce al otro nudo más importante de la ciudad intramuros, la plaza de San Mateo, amplio espacio irregular en el que se dan cita una serie de plazoletas, calles y construcciones de diverso carácter. Sobresale en el punto más elevado la iglesia de San Mateo, que fue la parroquia de la nobleza cacereña. A juicio de numerosos historiadores el templo se levantó en el solar de una antigua mezquita, aunque los datos ciertos que se tienen de esta construcción son del siglo XVI, centuria en la que se llevará a cabo el edificio, que no concluirá hasta principios del siglo XVII. Más tardía es su torre parroquial, obra de finales del siglo XVIII.
A pesar del largo proceso constructivo se observa en el edificio una unidad estilística, respondiendo a las características constructivas del gótico tardío dejándose sentir, mínimamente, el gusto renacentista imperante en el momento. Claramente renacentista es la capilla de los Sande, cuyas trazas fueron dadas por Gil de Hontañón.
El templo posee gran amplitud y su planta exterior se aproxima bastante al rectángulo, aún con los salientes de las capillas. El ábside es plano y en él destacan dos contrafuertes de complejas formas. Los restantes estribos, salvo uno visible en el costado de la Epístola y otro que refuerza el ángulo Suroeste, no se ven en su parte inferior debido a la existencia de las citadas capillas. El material utilizado para la construcción del edificio fue la piedra sillar, procedente de las canteras graníticas de la Zafrilla próximas a Arroyo de la Luz, aunque los remates de la torre, como veremos, se realizaron con ladrillo y mampuesto. Destaca la fachada de los pies, en cuyo centro se abre una bella portada de estilo manierista, labrada en la década de 1560 utilizando seguramente las trazas que presentó en 1549 el entallador Guillén Ferrant, autor, junto a Roque de Balduque, del espléndido retablo mayor (1547-1551) de la vecina Concatedral de Santa María: sobre altos plintos se alzan dos hermosas columnas con fustes acanalados, cuyas acanaladuras son gruesas en la mitad superior separada de la inferior por un anillo y más finas en la parte baja, según un juego típico del estilo manierista imperante en la época; tales soportes se proyectan sobre retropilastras y van coronados por capiteles compuestos. Las referidas columnas enmarcan un arco carpanel con casetones de angelitos, y en las enjutas de dicho arco hay sendos medallones con las efigies de San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, y San Pablo, el Apóstol de los Gentiles. El friso del entablamento, adornado con motivos bajorrenacentistas («eses» vegetalizadas rematadas en fantásticas carátulas humanoides y modillones a los extremos), tiene en su centro otro clípeo, sostenido por dos niños, con el busto de un joven varonil que, al no poseer distintivo iconográfico, no se puede relacionar con San Mateo, sino que será un medallón decorativo al gusto «romano» de la época. Posee elevada torre, de tres cuerpos separados por elementales impostas, fue ultimada entre los años 1781-1785 por el arquitecto garrovillano Pedro Vecino; se alza sobre la capilla de San Juan Bautista o de doña Juana de Ulloa hoy del Cristo de la Encina, en cuya esquina destaca un escudo angular de esa familia inscrito en una cartela. Una ventana rectangular, sencillamente moldurada y abierta en el año 1760, proporciona luz a la citada capilla. Se nota perfectamente la unión de los muros de la torre con los restantes paramentos del templo: los ángulos del campanario son de sillería, pero el núcleo de las paredes se construyó con ladrillo y mampostería. El cuerpo de campanas tiene cuatro vanos de medio punto, uno por cada frente, flanqueados por toscanas pilastras de ladrillo. Remata el conjunto un chapitel piramidal de ladrillo con deteriorada veleta de hierro del siglo XVIII.
En el extremo derecho de la fachada de los pies, en oposición a la descrita torre, se ubica una bonita espadaña-campanario del siglo XVI.
En el interior hay una sola nave, flanqueada por las capillas laterales, cuatro tramos de
elementales bóvedas góticas de terceletes cubren el edificio, descansando en pilares con basas y capiteles de carácter gótico. Por tanto, el edificio eclesial es una construcción gótica, continuándose las obras a lo largo de los siglos XVI y XVII. La pieza de más valor que guarda la parroquia de San Mateo es el imponente retablo mayor, que sustituyó a otro anterior, cubre la totalidad del plano testero absidal y llega hasta lo alto de las bóvedas. Se trata de una gran «máquina» de estilo rococó que permanece «en blanco», es decir, que la madera no está dorada salvo en la parte relativa a la custodia-manifestador. Descansa la arquitectura retablística en un pedestal de cantería, sobre el que se dispone un alto banco dotado de adornadas y molduradas puertas laterales, que dan entrada al maderamiento interior y a la referida custodia. Tres cuerpos, con otras tantas calles cada uno, conforman el alzado; y hermosas columnas de menor canon las del segundo nivel ciñen las calles de los cuerpos primero y segundo: muestran fustes acanalados, adornados con grandes tarjas de rocallas, y complicados capiteles inspirados en el orden compuesto; en cambio son estípites los soportes que separan las calles del tercer y último cuerpo.
En el interior, el ábside lo preside un retablo rococó de exhuberante decoración dieciochesca, labrada de forma magistral, obra de Vicente Barbadillo, autor de otras notables obras en la región
extremeña, este autor también labraría para esta misma parroquia de San Mateo, el marco del Cristo de la Encina, sito a los pies del templo, y el tornavoz del púlpito, obra esta última sin policromar que evidencia ser coetánea del retablo mayor. Tiene la parroquia de San Mateo varias capillas de nobles con sus correspondientes sepulcros, imágenes y pinturas, que conviene visitar. El presbiterio se cierra con una reja de media altura en la que se incluyen dos águilas de madera dorada, a modo de atriles, todo ello fabricado en el año 1762 y posteriormente reformado. Pues bien, en dicho lugar, junto al retablo mayor, hay un sepulcro parietal abierto en arco escarzano, cuya rosca se decora con los típicos pometeados góticos del tiempo de los Reyes Católicos: en nuestros días acoge una interesante estatua yacente de alabastro, revestida de armadura con collar y espada y tocada con el peculiar bonete de finales del siglo XV; dicha escultura no pertenece a la tumba que analizamos y permaneció en la frontera capilla de San Benito hasta las reformas del año 1913: por este tiempo, el descrito sepulcro tenía simplemente tapa inclinada con un escudo en la misma, dos en la caja y otro en la parte superior, todos partidos de Ovando-Mogollón; más arriba se observaba otro blasón similar y la inscripción de la que hablaremos cuando comentemos la citada capilla de San Benito. Al presente adornan la tumba tres escudos de Ovando-Mogollón, dos en la caja y otro más en lo alto del muro.
También es muy decorativa la sepultura parietal de Rodrigo de Ovando (hacia 1530). Así lo indica la inscripción incluida en dos cartelas del basamento: «SEPVLTVRA / D RRODRIGO / DOVANDO» (en la cartela de la izquierda) «HIJO DEL CAP/ITAN DIEG/O DE CACERES» (en la cartela de la derecha). La urna funeraria, cerrada por arco rebajado con orla de rosetas, se decora con elementos platerescos y tiene tres escudos de la familia Ovando-Mogollón, dos en el frente y uno en la inclinada tapa; hermosas columnas balaustrales ennoblecen los dos cuerpos que componen el monumento.
A los pies del templo, bajo el coro, hay dos sepulcros parietales, muy sencillos y dispuestos bajo arcos apainelados con clasicistas pilastras cajeadas. Sobre ellos se ven escudos de Ovando- Mogollón (en el de la izquierda) y de Paredes y Saavedra (en el de la derecha).
En el nicho de la derecha se ha colocado hace poco la pintura dieciochesca de San Miguel Arcángel venciendo al demonio, que tiene un bello marco de rocallas y antes se encontraba en su descrita capilla del lado de la Epístola: el lienzo se restauró en Madrid, en el año 1959, por Manuel Rodríguez Beltrán. Ocupa la tribuna coral el órgano, fabricado entre los años 1760-1769. En el lado del Evangelio, a los pies del templo y ocupando el espacio inferior de la torre, está la actual capilla del Cristo de la Encina, que representa al Cristo que un misionero escondiera en una encina, descubierto posteriormente por un leñador indígena sorprendido por la inesperada aparición.
Iconografía americanista que se repite en otros lugares de la región, como en la ermita de la Virgen del Encinar, patrona de Ceclavín, en la parroquia de Villamiel o en la de San Vicente de Alcántara.
El retablo, constituido por un medio punto, forma un bonito marco de hojarascas y rocallas, con guardamalletas y cortinajes entelados. Por el intradós del arco se observan cinco casetones con cartelas de rocallas, que encierran diversos símbolos pasionistas: jarra, dados, cruz, martillo y pala y los clavos. Tuvo el Cristo de la Encina una gran devoción en Cáceres y, por licencia del 7 de marzo del año 1763, el obispo cauriense don Juan José García Alvaro instituyó fiesta perpetua el día 14 de septiembre de cada año.
Más adelante está la capilla de los Saavedra, cuya estructura y detalles estilísticos indican que se alzaría en los años finales del siglo XV. Constituye la cubierta una sencilla bóveda de crucería con terceletes apoyada en ménsulas decoradas con pometeados, característicos los últimos del gótico hispano-flamenco de tiempos de los Reyes Católicos. La clave central de la referida bóveda se adorna con el escudo de los Saavedra que, junto a los blasones de esta misma familia que también ennoblecen los muros, constituye un indudable signo de propiedad del recinto. En sus muros hay tres sepulcros blasonados, a manera de cajas con tapas inclinadas, incluidos en hornacinas de arcos rebajados y cuyo estilo gótico-renacentista manifiesta que se labrarían hacia la década de 1530; los dos del frente tienen abundante decoración vegetal y plateresca en la caja y en la tapa, y, sobre esta última, una venera flanqueada por sendos candeleros florales. El de la derecha muestra dos escudos de Saavedra (uno en la tapa y otro en la caja) y una inscripción alusiva a sus propietarios: «AQVI ESTA IVAN SAIAVEDRA I Gº GOMEZ SV HIJO / I LEONOR DE ORELLANA SV MVGER». Sabemos que Juan de Saavedra, llamado «El del Postigo» por el palacio que tenía junto a la puerta de la muralla llamada Postigo de Santa Ana, fallecería a finales del siglo XV y que su hijo, Gonzalo Gómez de Saavedra, testó en el año 1507. El nicho de la izquierda tiene otros tantos blasones de Saavedra-Alvarez y un epígrafe: «DOÑA BEATRIZ ALVAREZ MVGER DE IV / SAAVEDRA I SV HIJO FRA. SAAVEDRA»; se refiere a Beatriz Alvarez de Cáceres, fallecida en la segunda mitad del siglo XV como su marido, el citado Juan de Saavedra. Por encima de los descritos sepulcros y flanqueando el óculo de iluminación cerrado por una polícroma vidriera moderna en la que se representa a San Emeterio se distinguen otros dos blasones del linaje
Saavedra. El tercer sepulcro se incluye en el muro izquierdo de la capilla: es similar a los anteriores con lucillo rebajado y baquetoncillos góticos y tres escudos de Saavedra (uno en la caja, otro en la tapa y el tercero por encima del arco) lo ennoblecen. La inscripción visible sobre la referida tumba está incompleta, ya que ha sido picada en parte: «AQVI ESTA? (…) SAAVEDRA / HIJO DE JVAN SAAVEDRA (…)». Otro letrero se inscribe en una de las dos cartelas labradas en la caja: «F. Pr. F. / V. A. C». En el moderno altar de los Sagrados Corazones estas esculturas fueron labradas hacia el año 1913 por el artista barcelonés Tomás Marqués hay dos blasones de López-Montenegro: uno en la misma piedra del altar y el otro sobre el arco bilobulado que cierra la hornacina.
La llamada capilla de San Benito o de los Ovando-Mogollón ocupa el espacio inmediato al testero eclesial y se alzó al lado de la primitiva sacristía. Guarda la capilla tres sepulcros parietales de los Ovando-Mogollón, que ocupan el muro frontero a la nave del templo y se adornan nada menos que con doce blasones de los referidos linajes y uno de Ovando-Mayoralgo. El más bello es el central, en el que reposan Francisco de Ovando de Ribera «El Rico» (1534) y su esposa Ximena Gómez de Mayoralgo. El conjunto se incluye en una hornacina de medio punto con borde floral, rematada con unas pilastrillas cajeadas sobre las que carga una cornisa clasicista.
En la plaza de San Mateo se encuentra un grupo interesante de construcciones palaciegas. Frente al palacio de las Cigüeñas, obra renacentista, se alza la iglesia y convento de San Pablo, en el que destaca el bloque del templo, construcción gótica del siglo XV sobre una ermita anterior dedicada a la Magdalena, de pequeñas proporciones, con reformas barrocas en su interior. Está constituido por la iglesia y distintas dependencias conventuales, en cuya fábrica se alterna sillería y mampostería.
A la iglesia puede accederse directamente desde el exterior a través de una puerta situada en el lado del evangelio. Esta es de arco apuntado enmarcado en alfiz; sobre la misma, en lo alto, se alza una espadaña de sillería, con dos vanos de medio punto, rematada con frontón, con clípeos de los Santos Pedro y Pablo en el arquitrabe. El interior de la iglesia se compartimenta en una sola nave de dos tramos cubiertos con bóveda de cañón con lunetos, más el presbiterio con cabecera ochavada que se cubre con bóveda de crucería estrellada. Se añade al conjunto el volumen de una capilla ubicada en el lado de la epístola, cubierta con bóveda de crucería, con terceletes.
Entre las dependencias conventuales destaca su pequeño claustro de planta rectangular, dispuesto en dos pisos, con arcos carpanales en el inferior y de medio punto rebajado en el de arriba.
Como es habitual en los edificios de continuada vitalidad, pueden registrarse en este convento distintos estilos artísticos y etapas constructivas, remontándose en lo más antiguo a finales del siglo XV, con el presbiterio de la iglesia, muros y portada; a esta etapa se añadieron las reformas barrocas en la cubierta de la nave y en algunas dependencias y compartimentos de la clausura.
Diversas son las piezas de arte mueble que se conservan en su interior. Lo más destacable y monumental es el retablo mayor, churrigueresco, datado en los años 1733 y siguientes, con la autoría de Luis González. Se constituye-con un solo cuerpo articulado en tres calles y remate, sin dorar; estípites y columnas profusamente decoradas con querubines y motivos vegetales, separan las calles. Realzan el interés del conjunto varias tallas barrocas de madera policromada: la imagen de la Virgen del Carmen, del siglo XVIII, en la calle central; San Francisco de Asís, obra de 1657, y San Pedro, también del XVII, en la del evangelio; Santa Clara y San Pablo en la de la epístola, del mismo siglo. Se remata todo con una gran talla en altorrelieve que representa la Caída de San Pablo. Pueden destacarse, asimismo, un Crucificado de madera policromada, del siglo XVI, un mural con jesús atado a la columna, del mismo tiempo, y un óleo sobre lienzo, del siglo XVII, donde se representa a Cristo camino del Calvario, entre las obras expuestas en la nave de la iglesia.
Otro retablo de notable interés se encuentra en la capilla anteriormente citada, con un completo repertorio de elementos arquitectónicos, escultóricos y pictóricos correspondientes a la etapa barroca clasicista de la primera mitad del siglo XVII, hacia 1640. Se constituye con banco, cuerpo con tres calles y remate; en el banco se incluyen pinturas sobre tabla representando a San Agustín, San Fernando Rey, Cristo de la Victoria, Santa Catalina y santo franciscano; en la calle central, franqueada por columnas clásicas, se aloja una escultura de madera policromada que representa a Santa Isabel de Hungría, mientras que las laterales son ocupadas por pinturas sobre tabla, dos a cada lado, donde respectivamente se presenta a Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, San Benito y un Santo con hábito gris. Se remata todo con una talla de Jesús Crucificado, en madera policromada, que se completa con una pintura sobre tabla en la que se representan a la Virgen y San Juan.
En las dependencias conventuales se conservan varias pinturas sobre tabla, del siglo XVII, entre las que destaca la de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen; asimismo se conservan distintas tallas de madera policromada, con varios modelos escultóricos del Niño Jesús, del XVIII, y una cruz de madera con Jesús Crucificado, pintado en uno de sus frentes, también de ese siglo.
El convento de Santa Clara se halla situado extramuros, en las inmediaciones de la ya desaparecida puerta de Mérida. La iglesia conventual se abre directamente al exterior, constituyéndose, como todo el convento, con fábrica de sillarejo y sillería. Se compartimenta interiormente en una sola nave de tres tramos, con bóveda de cañón la capilla mayor y cañón con lunetos lo demás. La construcción se llevó a cabo entre 1593 y 1614, iniciada por Nufrio Mawin y con la intervención de Juan de Villoldo y Alvaro García, desde 1607. Estos artífices siguieron probablemente, como señala Tomás Pulido, las trazas y condiciones redactadas por el maestro de cantería Blas Martín Nacarino.
Más tarde se ampliarían las dependencias conventuales, añadiéndose la puerta exterior de la iglesia ya a finales del siglo XVII. Destaca en esta portada su entablamento, soportado por recargadas ménsulas, sobre el que se eleva un frontón triangular partido, con una hornacina en el tímpano, Se corona todo con los blasones de las familias cacereñas que promocionaron su construcción.
Timbres que se repiten en airosos escudos situados en la esquina del edificio, donde, entre otras armas, se destacan las de doña Aldonza Torres Golfín, quien a finales del siglo XVI fundara el convento.
El elemento más destacado que se aloja en el interior de la iglesia conventual es el retablo mayor, rococó, de mediados del siglo XVIII, Se configura con dos cuerpos y tres calles flanqueadas por columnas estriadas con rocalla y espejos. Destaca en el expositor una talla de marfil, de Jesús Crucificado; en la hornacina central una talla policromada de Santa Clara; asimismo, en el segundo cuerpo, sendas tallas representando a San Francisco y San Antonio, todo del siglo XVIII.
En el lado del Evangelio se conserva un sencillo retablo clasicista de comienzos del siglo XVII. En el mismo lado encontramos otro pequeño retablo de estilo rococó de mediados del XVIII, con columnas estriadas, estípites y abundante rocalla, cuya hornacina central, con Virgen moderna, se flanquea con telas colgantes y dosel; en el remate figura un lienzo de Santo Domingo y San Francisco. Cuenta la iglesia, además, con otro retablo de medianas proporciones, ubicado en el lado de la epístola; es barroco, flanqueado con dos columnas clasicistas estriadas y coronado con frontón triangular. El banco se cubre con dos óleos sobre lienzo, uno representando a San Pedro de Alcántara y otro de un santo obispo -San Buenaventura posiblemente- datables hacía 1625. Asimismo, es notoria una talla de la Inmaculada, bien estofada y tratada, de mediados del siglo XVIII.
La ermita del Vaquero o de Ntra. Sra. de Guadalupe está en la calle Caleros, adosada a la muralla, se construyó en el siglo XVII esta ermita sobre el solar de lo que fue la casa de Gil Cordero. Es una sencilla construcción en la que se siguen las lineas del Barroco Clásica. A pesar de que en 1612 la villa acordó su construcción hasta 1667 no finalizara.
Cuenta con viviendas adosadas en los laterales; está realizada por mampostería, a excepción de la fachada principal que es de sillares. Tiene puerta adintelada sobre la que se encuentra una hornacina avenerada con la imagen de la Virgen y remata el conjunto con un frontón recto. Tiene sencilla espadaña de un solo cuerpo.
Es una obra del siglo XVII que sigue en sus líneas generales el barroco clasicista. El 2 de enero de 1612 la villa de Cáceres acordó comprar la casa donde vivió el vaquero y realizar en el solar una capilla en honor de la Virgen de Guadalupe. Sin embargo, en 1622 aún no habían comenzado las obras debido a la falta de fondos; algo después empezaron los trabajos, pero en 1660 la ermita permanecía aún inconclusa; en esta fecha D. Juan de Carvajal y Sande, viendo que la obra no concluía, se hizo cargo de los costos para que la fábrica fuese rematada, de modo que unos siete años después se concluyó el edificio.
Se trata de una sencilla construcción realizada en mampostería con sillares en el hastial de los pies; la fachada de este lado contiene la única entrada a la ermita, ya que en los laterales están adosadas viviendas. La portada es adintelada, y sobre ella se encuentra una hornacina avenerada con la imagen de la Virgen, y remata el conjunto en un frontón recto. Sobre este muro, que forma la única fachada de la ermita, se alza una sencilla espadaña, de un solo cuerpo con vano de medio punto.
El interior es de una sola nave dividida en dos tramos y camarín. La primera capilla es de planta rectangular, y está cubierta por bóveda de cañón con lunetos; la segunda es cuadrada y está cerrada por una cúpula semiesférica; el presbiterio es también rectangular y tiene medio cañón con lunetos. Están separados los espacios por arcos de medio punto que apoyan en pilastras.
En el lado de la epístola se halla la sacristía, cubierta por bóveda de arista, a través de la que se pasa del templo al octogonal camarín que se cubre con media naranja.
En su interior se encuentran una serie de elementos de marcado carácter popular, como es un lienzo del siglo XVIII, bastante ingenuo, que representa a la Virgen del Carmen con Santa Teresa y Santo Domingo de Guzmán; u otro lienzo con el vaquero Gil Cordero, del siglo XVIII, a quien se le aparece la Virgen de Guadalupe. Además de una talla del Niño jesús, del siglo XVII, de buena ejecución, destaca principalmente el retablo mayor, realizado por el entallador cacereño Juan Bravo, hacia el ano 1650. Es de estilo barroco clasicista, de un cuerpo con cuatro columnas estriadas, y remate; en el intercolumnio central hay un transparente que comunica con el camarín, en el que se encuentra una imagen de la Virgen de Guadalupe, réplica de la del Santuario Extremeño. Tanto el banco como la calle están ocupados por pinturas sobre talla y en el remate se encuentra una escultura en marfil de un Crucificado, de buena calidad, del siglo XVII.
Además del caserío suburbial entre el que sobresalía la iglesia parroquias y la ermita-hospital de Sancti Spiritu comienzan a surgir en este terreno suavemente inclinado, que surcaba el arroyo Río Verde, algunas construcciones más significativas. Así, a mediados del siglo XV levantan una notable torre de los Carvajal (después, palacio de Abrantes), con la que rivaliza en el siglo siguiente la torre más esbelta de los Galarza (recientemente llamada casa de los trucos), ya en el límite de la colación. Entre ambas estaban las cárceles del Corregimiento, espacio que sería ocupado por el convento de Santo Domingo en el siglo XVI. En aquella época se renueva la fábrica de la iglesia de Santiago, ante la cual levantó un espléndido palacio Francisco de Godoy.
Ya antes de la reconquista definitiva de Cáceres se realizó el templo de Santiago, que sería la sede de la cofradía de los Fratres de Cáceres o de la espada. Debió construirse siguiendo el estilo románico, período al que pertenecen los canecillos existentes en las dos portadas y los restos de un pilar próximo a la capilla de los Guzmanes. Otras partes del templo responden al estilo gótico, en su primera fase, período en el que se realizarían las dos portadas; bastante arcaizante la del evangelio, con elementos característicos del primer gótico extremeño, como es el alfiz enmarcando los vanos. Ya del periodo renacentista ,del segundo cuarto del siglo XVI, son las capillas de los Guzmanes y de los Osmos, a uno y otro lado del presbítero, en las que perviven elementos góticos. Poco después, a mediados del siglo XVI se inicia la gran empresa constructiva del templo, bajo el patrocinio del arcediano de Plasencia don Francisco de Sande Carvajal; trabajaron en su realización un importante número de canteros.
Del año 1550 son los primeros documentos conocidos sobre las obras de la nueva iglesia; se trata de la primera carta de pago que se da al salmantino Gil de Hontañón. El proyecto de Rodrigo Gil de Hontañón era de una iglesia de cruz latina que, sin embargo, no se llegó a realizar, pues en 1553 abandonará la empresa; al parecer tuvo problemas con Don Francisco de Sande; en esta fecha se había terminado el presbítero y la sacristía. Se hace cargo de las obras el trujillano Sancho de Cabrera quien plantea el edificio de una sola nave. Trabajarán un importante número de canteros: Francisco Moreno, Pedro Martín, Santos Juanes de Lezcano, Luis Moreno, Pedro Sevillano, Lorenzo Martín, etc. Pedro de Marquina, a la vez que trabajaba en Santa María y San Mateo, realizó la escalera de acceso al coro, obra que parece concluida a finales de 1556. En 1560 se paga a Pedro Gómez por la realización del coro.
La iglesia es de grandes proporciones, realizada por sillares y mampostería. En sus muros destacan los contrafuertes coronados con gigantescas «ces», son especialmente interesantes los que flaquean las portadas; en la parte baja se transforman en arcos que apean en gruesas columnas estiradas. Las dos portadas denotan ser obra más temprana. La del lado del evangelio es abocinada con arcos apuntados que apoyan en pilastras retranqueadas con impostas decoradas con conchas. Sobre la clave se encuentra un rústico escudo con la imagen de Santiago Peregrino encuadrado en alfiz, elemento que se repite enmarcando la portada. La del muro del evangelio parece ser algo posterior; es abocinada, con arco apuntado que contiene jambas baquetonadas rematadas con capitelillos góticos; está también encuadrada en alfiz. El emblema de los Carvajal se repite insistentemente en el edificio. La torre, emplazada a los pies del templo, conserva restos góticos y fue modificada a mediados del siglo XVIII.
El interior del templo consta de una espaciosa nave con tres tramos, cubiertos por bóveda de terceletes, separados por arcos de medio punto sobre columnas adosadas de fuste estriado. La capilla mayor, de gran profundidad, es ochavada con dos tramos cubiertos por bóveda de terceletes en el primer espacio y rica bóveda de crucería en el ochavo. La sacristía, en el lado de la epístola, tiene bóveda de nervios dibujando rombos. Las capillas laterales cuentan asimismo con crucería.
En el interior destaca el retablo mayor, que fue encargado en 1557 a Alonso Berruguete, pero que en realidad se debe, en gran parte, a su taller. Al parecer surgió cierto problema entre los contratantes y el artista, por lo que Berruguete abandonó el trabajo para dedicarse al sepulcro del Cardenal Tavera, sorprendiéndole la muerte en 1561 cuando trabajaba en el mismo. A juicio de Floriano el retablo no debía estar muy avanzado cuando murió el artista, pues tardó algunos años en venir a Cáceres. Entre 1567 y 1569 se encargó a diversos artistas locales el pintar, ensamblar e incluso rematar algunas partes del retablo, en parte debido a los grandes desperfectos que sufrió durante su traslado.
La arquitectura es de banco, dos cuerpos con tres calles y calvario en el remate. Seis grandes tablas en altorrelieve policromado y estofado se suceden en las calles. Los temas que componen el cuerpo inferior son la Epifanía, Santiago Matamoros y la Estigmatizaciòn de San Francisco respecto a esta última tabla no hay dudas de la directa intervención del artista. En el segundo cuerpo se representa la entrada de Jesús en Jerusalén, la Virgen con el Niño y la resurrección. En el banco se representan los cuatro evangelistas.
Aparte del retablo, son dignas de mención otras piezas artistas como es la renacentista reja de hierro que cierra el presbiterio, obra de Francisco Nuñez, de la segunda mitad del siglo XVI. Asimismo cabe citar el enterramiento de Don Sancho de Figueroa, obra plateresca situada en la capilla mayor y la talla de Jesús Nazareno, atribuida por Pulido a Tomás de la Huerta y realizada en 1906.
El convento de Santo Domingo en su origen fue cenobio de la Orden de Predicadores, aunque tras la expulsión de la misma, la iglesia pasó a los franciscanos, utilizándose el resto del edificio en funciones civiles. En la actualidad, todo el conjunto ha pasado a ser de la Orden Franciscana. Fue fundado el convento por doña Catalina Saavedra en 1524, iniciándose poco después las obras. Intervendrán en el último cuarto de la centuria, en la realización del templo y convento, dos miembros de la numerosa familia de canteros Martín Nacarino, vecinos de Cáceres. Se conserva un documento fechado el 21 de noviembre de 1585 en el que el prior del convento concierta ciertas obras con los hermanos Blas y Hernando Martín Nacarino, maestros canteros, para que realicen trabajos en la iglesia, sacristía, convento y coro, Ese mismo día el convento concierta, también con otros dos maestros canteros de la población, Gabriel de Roa y Jusepe Paniagua, para que realicen, entre otras obras, la segunda capilla del templo, a partir de la principal.
Esta última debió construirse poco tiempo antes, pues en 1568 doña Beatriz de la Cerda otorgó 200 ducados al convento para que se realizara la capilla mayor y para que en ella se pusiera su enterramiento. A juzgar por estos datos, es muy probable que se hiciese una primera iglesia tras la fundación, y que la misma fuese sustituida en el último tercio del siglo XVI, período en que trabajaron los canteros cacereños antes comentados.
A lo largo del siglo XVIII se realizarán de nuevo obras en el conjunto; durante el periodo 1713-1728 el convento pide licencia al Ayuntamiento para coger piedra de la muralla, barbacana e incluso torres de la cerca de Cáceres, para la reedificación y reparación del convento, sacristía e iglesia. Estas obras, en tiempos de D. Simón Benito Boxoyo, aún no habían acabado, pues él mismo nos dice en su manuscrito de 1794 que el convento permanecía inconcluso, Se trata de un edificio sencillo, con muros lisos de mampostería y esquinas de sillería; de sillares graníticos son también la portada y los contrafuertes.
La puerta principal de la iglesia está sitúa en el hastial de los pies. Está formada por un arco de medio punto con decoración vegetal en la clave y enjutas; remata con entablamento sobre el que se sitúa un segundo cuerpo con hornacina avenerada central fianqueaa por pilastras con flameros, mientras que la propia hornacina finaliza en un friso sobre el que va un frontón recto. En el eje del conjunto, casi inmediatamente encima del vértice del frontón, se abre una gran ventana adintelada, abocinada, que se remata con escudo coronado. Precede a la fachada un pequeño atrio y, formando ángulo con el muro de los pies del templo, en el lado derecho, se sitúa una sencilla portada por la que se accede al convento.
El templo, de gran tamaño, tiene planta de cruz latina con capillas entre contrafuertes y presbiterio ochavado. Su alargada nave está distribuida en tres tramos separados por arcos apuntados que apoyan en pilares compuestos; este mismo tipo de arco es el que da paso a las capillas laterales y forma también el toral; las capillas dispuestas entre los contrafuertes están comunicadas entre sí por atajos con arcos de medio punto.
Distintos tipos de bóvedas de crucería realizadas en ladrillo cubren la práctica totalidad del templo. En todos los casos son bastante elementales; los tramos de la nave y los brazos del crucero tienen bóveda de crucería sencilla, mientras el crucero y la capilla mayor luce en bóveda de terceletes. Las capillas laterales se cubren mediante bóveda de aristas.
En su interior se encuentran varios retablitos barrocos; dos de ellos, de hacia 1710, están formados por un solo cuerpo con columnas salomónicas y hornacina en la que se veneran imágenes modernas; en el remate se encuentran sendos relieves, unos de San Martín y el otro del mismo santo a caballo. Tres retablitos, de hacia 1760, algunos con detalles rococó, son de un solo cuerpo con hornacina en la que se encuentran imágenes de otros períodos y remate con roleos y relieves.
El retablo mayor está formado por dos cuerpos y tres calles con cuatro columnas salomónicas decoradas con racimos; a los lados, decoración de angelitos y motivos i vegetales que arrancan de las carteras que echan el retablo: 1692. En el banco y calles se encuentran óleos sobre lienzo con episodios de varios santos; unos pertenecen a la misma época que la arquitectura, mientras que cinco son de mediados del siglo XVIII. La calle central del primer cuerpo está ocupada por una escultura de madera policromada de Santo Domingo, de mediados del siglo XVIII.
En el remate se encuentra un Calvario, también dieciochesco, con Crucificado del XVI.
Cuenta el templo con varias imágenes de calidad como es la Virgen del Rosario, de vestir, que se encuentra en el Camarín, fechable hacia 1760. Sobresale también el llamado Cristo de los Estudiantes, del siglo XVIII, así como un Crucificado que se encuentra en la sacristía, con gran expresividad, de la misma centuria.
En la capilla conventual se encuentra otro Crucificado de madera, de buena calidad y datable hacia 1530, está en un retablo dorado, con columnas adosadas y frontón recto, de fines del siglo XVI.
Paralelamente a la Colación de Santiago, o quizás algo más tarde, se puebla durante el siglo XIV la parte meridional de los extramuros, que se irá extendiendo también hasta rodear por aquel lado la plaza. El centro de este poblamiento es la iglesia de San Juan de los Ovejeros, nombre que habla de la inicial implantación de ganaderos en ella.
Está construida la sillería bien escuadrada configurándose con una nave única, dividida en tres tramos, cubiertos con bóveda de crucería con terceletes, y cabecera con ábside poligonal con bóveda de crucería estrellada, íntegramente de cantería.
Cuenta con dos puertas, una a cada lado, abocinadas, de arcos apuntados notablemente sencillos, aunque algo más ornamentados y con alfiz el del lado del evangelio.
El grueso de su fábrica corresponde al estilo gótico de finales del siglo XIV o comienzos del XV percibiéndose incluso elementos de tradición románica. Como los canecillos que sustentan al alero del ábside. A mediados de este último siglo se menciona esta iglesia con el nombre de «San Juan de los Ovejeros», lo que denota su situación en la periferia de la población, en uno de los arrabales que entonces señalaban el crecimiento urbanístico de la ciudad de Cáceres.
Las mayores transformaciones y añadidos los experimenta esta iglesia en el siglo XVI, como otras muchas de Extremadura. En este caso las intervenciones se plasman en capillas, sacristía y torre. Otras obras puntuales se llevarían a efecto a comienzos del siglo XVII e incluso a finales del XVIII. A la caja del edificio se añaden diversas capillas y dependencias que le confieren su característica irregularidad y escalonamiento de volúmenes en el exterior. Así, en el lado de la epístola, podemos citar una pequeña capilla y la sacristía, cubierta ésta con atractiva bóveda de crucería estrellada. Por su parte, en el del evangelio, la llamada capilla de los Espadero, donde trabaja el cantero Diego Gómez desde el año l606, cubierta con bóveda de media naranja; hemos de advertir que este cantero, junto a su hermano Baltasar, interviene unos años antes, en l593, en la construcción de las gradas del altar mayor.
En este lado del evangelio también se alza la torre, de planta cuadrangular, construida con sillería finalmente labrada, dispuesta en dos cuerpos, con vanos de medio punto para las campanas en el último, y coronada por cornisa, gárgolas y pináculos. La construcción se lleva a cabo por los canteros Gabriel de Roa y Lorenzo Martín Paniagua en l591. Entre las intervenciones más tardías, cabe señalar la construcción del coro, en sustitución de otro anterior, cuyo autor de las trazas fue Narciso Antonio Gallardo, en 1777, aunque la obra se llevaría a efecto unos años más tarde, después de 1795.
El interior de la iglesia se completa con no pocos elementos de tipo mobiliar. Así en la capilla de los Espadero destaca un retablo rococó, del siglo XVIII, de un solo cuerpo de tres calles separadas por culumnas salomónicas, en las cuales se inscriben sendas tallas de madera policromada que representan a la Virgen con el Niño, en el centro, San Nicolás de Bari y San Antón, en los laterales; se completa el conjunto con pinturas sobre lienzo en los fondos, en mal estado de conservación.
En la misma capilla se advierte una pintura al óleo sobre lienzo que representa a Santa Rosa de Lima con la Virgen y el Niño, tema que se flanquea con girnaldas de rosas y cintas donde se exponen los principales pasajes alusivos a la vida de la santa. El cuadro está firmado por Francisco Mendus en 1672.
En la segunda capilla del lado del evangelio encontramos un retablo barroco con cuerpo únicamente ornado con ángeles y motivos vegetales, en cuya hornacina se dispone una imagen de la Soledad, de vestir, y ático donde se inscribe un relieve con la Coronación de la Virgen. Todo policromado, datable en el siglo XVIII.
En la pequeña capilla de las reliquias o de Arias Saavedra se conserva una imagen de San Juan Bautista del siglo XVII, un tanto ingenua y arcaica, así como la Dolorosa, ya en el siglo XVIII. También en el siglo XVIII se ejecuta una pequeña talla de madera policromada que representa a San Antonio, situada en el lado de la epístola.
En lo alto de una peñascosa colina, desde donde se domina un amplio espacio campestre y urbano, se encuentra el santuario de Ntra. Sra. de la Montaña. Su culto data del siglo XVII, en que se estableció en aquel lugar el ermitaño Francisco Paniagua, haciendo labrar una virgencita que primitivamente se llamó Montserrat, por la semejanza con la topografía y devoción con esta célebre montaña catalana. Poco después se creo una cofradía y esta advocación se trastocó en su nombre actual, adquiriendo la imagen consideración de patrona de la entonces villa de Cáceres. El retablo que alberga la imagen de la Patrona es obra de la escuela de Churriguera, procedente de Salamanca.