POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
La festividad de la Purísima Concepción, en la huerta y el campo murcianos, siempre olió a hornos morunos cuajados de familias que amasaban, entre una algarabía de risas, chismes y copitas de mistela, los dulces de la inminente Pascua. Y los amasaban por cantidades industriales para que aguantaran, cuando menos, hasta la Candelaria, que es realmente el epílogo sonoro de la Navidad en Murcia y no en San Antón, por muchas Pascuas que son.
Los ritos navideños son, quizá, las tradiciones que mejor han aguantado el envite de los tiempos en esta tierra. Todavía es habitual, por ejemplo, que muchas familias cocinen sus propios dulces, cuyas recetas conservan casi inalterables desde hace generaciones. O escuchar el cántico de los aguilandos, la melodía que con más cariño recuerdan miles de murcianos de sus infancias.
Además, la revitalización de las cuadrillas en los últimos años han permitido recuperar las rondas que se realizaban, casa por casa, para recaudar fondos que luego se destinaban a los más necesitados de la parroquia. Lo que aconsejaba a los vecinos tener bien dispuesta una mesa, llamada mesa de Pascua, para agasajar a aquellos que entraban a sus hogares para cantarles; mesa donde nunca faltaron las habas recién cogidas y el bonito, embutidos de la tierra y vino, mistela o cerveza tan helada como las noches invernales.
Era por la Purísima, precisamente, cuando comenzaban las llamadas misas de gozo en honor a la festividad y a cargo de cuadrillas y campanas de auroros. Algunas, como la de Patiño, apenas comenzaban a ensayar unos días antes, por San Andrés, cuando cerraban el ciclo de difuntos y preparaban el de Navidad. Otras cuadrillas se hicieron célebres por su cantos de aguilando, como sucedió en Sangonera la Verde. Hasta el célebre documentalista Alan Lomax, uno de los más grandes recopiladores de canciones populares del siglo XX, viajó en 1952 desde Estados Unidos para grabar en esta pedanía murciana. Y también a los auroros de Monteagudo. Ambas se conservan, ni más ni menos, que en la biblioteca del Congreso americano.
Aunque la tradición se mantiene en gran medida, algunas cosas sí que pasaron a la historia. O, curiosamente, fueron habituales hace un siglo en Murcia y ahora se consideran tradicionales en otros lugares de la Región. Es el caso, por ejemplo, de la lista de dulces navideños.
Los diarios de comienzos de siglo conservan en sus ajadas páginas aquellos anuncios que insertaban las pastelerías murcianas, como la de Los Muchachos, ubicada en la calle Frenería. Encabezaban la lista de productos las llamadas «tortas bastas», frente a las «tortas finas», estas segundas medio real más caras. Además, se ofertaban mantecados de Laujar, que se traían desde Almería, mazapán de Toledo, ‘bollotes’ de Bilbao, sequillos, carne de membrillo y turrón de almendra.
Cordiales y suspiros
El surtido se podía ampliar en la Confitería Madrileña de la calle Platería, en cuyos anaqueles aguardaban turrones de Jijona de «J. Planelles, proveedor de la Real Casa», la «legítima peladilla de Alcoy» y frutas en almíbar, que se vendían en elegantes tarros de cristal con «fresa, albaricoque, melocotón, ciruela, guinda, acerola, batata, limoncillo…». Y para acompañar tanta exquisitez era posible pasarse por «el acreditado almacén de Francisco Clemares», en la calle de los Desamparados, para comprar vino de Montilla, en sus muy diversas variedades.
También en la calle Frenería encontraban los murcianos «ron corriente», jerez y manzanilla, Anís del Mono o «ponche suizo, cosa exquisita». Y junto a estos productos casi indispensables para preparar la cercana Pascua, garbanzos de Castilla, bacalao escocés y butifarra.
Para paladares más exquisitos, la Sociedad Vinícola de Levante, ubicada en la calle de la Oliva, esquina a la plaza Fernández Caballero, disponía de una muy nutrida carta de vinos y otros licores: «Fondillón, Aloque, Porto, Madera, Malvasía, Lácryma Christy, Cogñac fino, Champagne…» Y, por supuesto, los cordiales y los suspiros, ambos de almendra, auténticos buques insignia de las gastronomía murciana, dulces complementos en otra cita obligada en las casas de la huerta: la matanza del cerdo.
Rezaba el viejo refrán que «cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento». Nabos y oreja de cerdo que daban un sabor único al arroz y habichuelas, como en alguna ocasión advirtió el cronista Valcárcel, quien destacaba cómo estos días que se inician con la Purísima eran tiempo «de buena cocina y no menos buena mesa». Remarcaba el autor una costumbre, hoy ya desaparecida, que consistía en visitar los huertos de naranjas de algún amigo o conocido por ser creencia extendida que probar sus frutos protegía la garganta durante todo el invierno contra resfriados, ronqueras y afonías.
La matanza, con aromas a morcillas humeantes y a embutidos en la caldera, entre los que siempre destacó el blanco, el ‘yeyé’ y el morcón, por no llamarlo obispo que así siempre se llamó, se completaba con la ineludible sartén de migas, sémola o gachas. Y el obligado regalo a los vecinos, que se denominaba ‘presente’ y en muchas ocasiones suponía un alivio alimentario para las humildes familias que poblaban los campos y la huerta. En un sitio y en otro, además, se extremaba el cuidado en la vigilancia de pavos y pavas (de las que andan y también las de bancal), para evitar los robos que no en pocas ocasiones sucedían. Porque, a las buenas o por las malas, nadie se resistía a proveerse de viandas para los días grandes de la Pascua.
Fuente: http://www.laverdad.es/