POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Existen palabras inexistentes -¡qué contradicción! – que resultan muy útiles para definir conceptos indefinibles -otra contradicción-. Por ejemplo: ¿Se dan cuenta que economistas, políticos, sociólogos… están continuamente debatiendo sobre temas energéticos y resulta que la palabra ENERGÍA define un algo que no sabemos lo que es?
Lo decía Richar Feynman (1918-1988), Premio Nobel de Física en 1965, en su libro «Lectures on Physics».
Yo, en mis clases, solía utilizar con cierta frecuencia palabras raras como «estaribel» (que es un tenderete) o TRIVILORIO, (que es un bar burgalés de tapeo) que yo asociaba a un proceso físico químico o matemático un tanto complicado.
Recuerdo que un alumno, irónico él y muy cariñoso, me dedicó una poesía a modo de fotografía de mi manera de explicar. Decía así en una de sus estrofas:
«… Y subiendo al encerado
dice de modo notorio:
¡Despejando el trivilorio
sale exacto el resultado!»
Estas cosas, como la tiotimolina resublimada del profesor Isaac Asimov, son situaciones virtuales de aplicación eficaz.
Y esto es CASA PRUDO; un algo real, pero inexistente, con pretensiones de «casa rural», «casa de comidas tradicionales», «servicio ficticio de catering «, «consultorio de omni re sicibile»…
Es decir, lugar donde «hay de todo como en botica», palabra que deriva del griego «apoteka» con significado de almacén.
¿Entendieron algo? ¡Por supuesto que no porque nadie entiende lo que no existe!
Verán: Hoy en «CASA PRUDO» estamos de fiesta. Y ello porque hoy, hace 24 años (casi un cuarto de siglo, que dicho así suena a «hecho histórico de relevancia), venía pidiendo paso mi nieta ALBA para encontrar su sitio en el pequeño paraíso asturiano.
¿Y cómo celebrarlo?
El chef y la «chefa» de CASA PRUDO decidieron por unanimidad y sin ningún voto en contra preparar unos calamarinos patagónicos (Loligo patagonicus) fritos a su manera, que es lo mismo que decir «según su leal saber y entender».
Y yo, como el duende «Abri´l güeyu» del catedrático Xuan Xosé Sánchez Vicente, espié el proceso.
Se eliminó la pluma, vísceras y ojos a cada calamarín y, bien limpios al chorro de agua fría, se «rellenó » su cuerpo (el «tubo») con cabeza y tentáculos. Bien escurridos reposaron durante una media hora con un diente de ajo, que se eliminó.
Después, sazonados con un poco de sal, se rebozaron en una mezcla de harina de trigo con un poco de harina de garbanzos y, bien rebozados, se frieron en aceite muy caliente.
Ya fritos, se escurren sobre papel absorbente para reducir la grasa de fritura… ¡y al plato!
Ahí tienen la muestra de mis calamarinos patagónicos de hoy. Después de disfrutar de su exquisitez solamente pude gritar: ¡Felicidades, fía; queremoste munchu!