POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN)
Parece ser que el paso evolutivo de un primate antecesor al “homo sapiens” se llevó a cabo en el momento en el que un mono ancestral aprendió a hablar, a reír y a cocinar lo que se comía. Precisamente las tres cosas que hace agradable una feliz sobremesa. Es el fundamento de las sociedades, cofradías y asociaciones gastronómicas: La gastronomía como experiencia de sociabilidad y cultura, en la que lo más importante no es lo que se come sino con quien se comparte. Estas instituciones gastronómicas surgidas de la cultura popular no hacen otra cosa que elevar al nivel de Cultura, con mayúscula, la necesidad humana de tener que comer al menos tres veces al día, pero en compañía.
En 1983 varios descendientes de los colonos de Pablo de Olavide comenzamos a reunirnos el 24 de diciembre para comer juntos, como ya lo hicieron aquellos pobladores del siglo XVIII traídos a Sierra Morena por Carlos III. Nació lo que acabaría siendo formalmente la Muy Ilustre y Noble Orden de Caballeros de la Cuchara de Palo, y se instituyeron los premios que llevan su nombre (33 ediciones ya) para galardonar a aquellas personalidades e instituciones que se hayan distinguido por propugnar la concordia de los pueblos a través de la cultura gastronómica.
Y al hilo de las asociaciones gastronómicas cabe preguntarse cuál es el número adecuado de comensales que han de sentarse juntos a compartir una comida y su tertulia. Y ciertamente no es fácil dar una respuesta, aunque la más sorprendente que he oído es la que se suele dar en el mundo del Flamenco: “Deben estar los cabales”, que es lo mismo que dejar la pregunta sin contestar y sujeta a las circunstancias del momento: “Deben estar los que tienen que estar”, es decir: Los cabales. Ni uno más ni uno menos. Y no deja de ser curioso que de lo primero que es sinónimo cabal es de justo, pero también de aquello que es excelente en su clase y en su género. Por tanto, para el mundo del Flamenco, en una reunión, incluidas las que tienen por herramientas la cuchara y el tenedor, deben estar todos aquellos que como el tradicional “Antón pirulero” tengan juego que hacer y que dar: Unos poniéndole voz al sentimiento del cante, otros bordando notas en la guitarra, otros jaleando al personal, y los más derrochando la armonía de sus silencios.
Esta misma pregunta se la hicieron también tanto los hijos de la Roma Imperial, como los griegos de la culta Atenas, movidos por la preocupación de llevar su esmerada perfección al arte de comer juntos, pero no revueltos, y ellos, tanto unos como otros, llegaron a la conclusión de que el número óptimo era aquel que superaba el número de las Gracias, pero no pasaba el de las Musas. Es decir, entre tres que son las gracias, y nueve que son las musas. O lo que es lo mismo, entre tres y tres veces tres.
Los viejos mitos y el peculiar juego del número óptimo de comensales, vienen a poner de manifiesto los temas de conversación más propicios para acompañar una buena comida, en la que la política, la religión y el forofismo deportivo, desde siempre, según se ve, han brillado por su ausencia, a pesar de las olimpiadas de entonces, las de la vieja Olimpia, la lucha greco-romana, las carreras de cuadrigas, los bravos gladiadores, las movidas del Senado Romano y el culebrón sentimental de los dioses del Olimpo. No ocurre así con el planeta taurino, que desde el lejano y antañón Minotauro y aquellos acróbatas cretenses que saltaban sobre los cuernos del toro, parece estar tocado por la musa de las tres Gracias y la gracia de las nueve Musas, como corresponde a todo arte tenido por grande.
Esta misma pregunta fue contestada en las postrimerías del siglo XIX por el marqués de Valdeiglesias, director del periódico La Época, quien nos dejó escrita la siguiente receta para lograr una buena comida en todos sus aspectos: “Pocos platos, pero bien hechos, y pocas personas, pero bien avenidas. Convidados que paguen en ingenio la hospitalidad que reciben, porque a la gente no se le convida a comer para que esté callada”.
FUENTE: https://www.diariojaen.es/opinion/articulistas/agustin-a-lo-importante-EG9822215