«¡CALLAD NIÑOS, QUE NO SE DESPIERTEN LAS ÁNIMAS!» • AL ADORNO DE LAS CAMAS PARA LOS DIFUNTOS QUE ‘REGRESABAN’ SE SUMABAN MUCHAS LEYENDAS, COMO AQUELLA DE LA NOVIA A LA QUE UN FANTASMA SE LLEVÓ
Nov 02 2016

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Única. Así era la entrada al antiguo cementerio ubicado más allá de la Puerta de Orihuela, fuera de la ciudad.
Única. Así era la entrada al antiguo cementerio ubicado más allá de la Puerta de Orihuela, fuera de la ciudad.

La abuela se apresura a desmenuzar a cuchillo los ingredientes para la masa de las albóndigas porque, como es sabido, si se preparan a máquina luego saben a electricidad. La bañera del aseo es una improvisada y olorosa exposición de crisantemos y amarantos, que en la huerta siempre se llamaron ‘mocos de pavo’. Sobre el aparador, varias velas y mariposas, aún envueltas en un recio papel morado. La abuela tiene prisa. Es el día de Todos los Santos y debe acudir al cementerio para adornar las tumbas familiares, que ya ayer limpiara a conciencia. Pero antes quiere engalanar una cama con sábanas nuevas y colocar sobre ella el lujoso cobertor que le regaló Ginés, su difunto marido, a quien Dios tenga donde se merezca, cuando se casaron. Aunque hace una década que falleció, la abuela sabe que esta noche, como acostumbran las Ánimas Benditas, vendrá a dormir a la casa. Y tiene que encontrarla más limpia que el jaspe.

Esta escena, aunque algunos crean que ocurrió hace un siglo, volverá a repetirse en algunos -pocos- hogares murcianos en la próxima festividad. Y ríase usted, con todo el respeto que la cuestión demanda, del realismo mágico tan reivindicado en otras latitudes del planeta. Para comprender qué delgada es la línea entre este mundo y el otro, entre lo palpable y lo imaginario, basta con acercarse a algunas pedanías y disfrutar cómo se vive el día de ‘Tosantos’.

Contaba el periodista Carlos García-Izquierdo, en una de las últimas referencias en la prensa local sobre este tema, allá por el año 1982, que tanto en la ciudad como en la huerta, «pero muchísimo más en esta última», se observaba la costumbre de vestir las camas con sábanas, «almohadas y colchones nuevos, y lujosos cobertores, pues el huertano tenía la plena convicción de que las ánimas de sus dueños dormirían en ellas». Y también recordaba cómo no era extraño que, ante el revuelo que armaban los nietos en la casa, algún abuelo exclamara: «¡Callad, callad, que no se despierten las ánimas!». Aún hoy, aunque casi en secreto, está costumbre en desuso de adornar camas perdura. Pregunten y verán.

Eran tiempos aquellos en que las familias de la huerta enclavaban sus puertas al caer la tarde y, tras rezar rosarios y oraciones encomendadas a salvar el alma de sus difuntos, preparaban sabrosas gachas con arrope. Y tampoco faltaban las palomitas de maíz, que por estos lares siempre se llamaron ‘tostones’, de panocha moruna, acompañadas con recuerdos y anécdotas de los fallecidos. Sobre las arcas o en el poyo de la cocina lucían velas junto a sus retratos, todo el mes iluminados.

Tanto en el Día de Todos los Santos como en el de las Ánimas, los auroros acudían, como acuden, para entonar sus remotos cánticos ante las sepulturas. Entre ellos, el llamado ‘Reloj del Purgatorio’, oración extendida a otras lugares de España.

Algunas de sus cuartetas así cantaban: «Estad atentos mortales, que vamos a ‘desplicar’, el ‘Reló’ del Purgatorio, cuando la hora va a dar. A la una, entre las llamas, dicen con grandes lamentos: «¡Por un solo Dios, siquiera rezarnos un padrenuestro! De las ánimas benditas, cristianos, tened piedad, que Dios las saque de penas y las lleve a descansar. Todo cristiano piadoso debe tener en memoria el ‘Reló’ del Purgatorio, ‘pa’ que Dios le dé la gloria».

El recuerdo a las ánimas, desde luego, estaba más presente antaño en la ciudad. Prueba de ello, aparte de las novenas y las cofradías de ánimas, es la inscripción que se conserva en un lateral de la parroquia de San Bartolomé, debajo de un cuadro de la Virgen del Carmen y que reza: «A las Ánimas benditas no pese hacer el bien, que Dios sabe si mañana serás ánima también».

Como tantas cosas en esta Murcia olvidadiza, el retablo necesita desde hace años una restauración. No hace mucho tiempo, cuando aún apenas había luz en esta callejuela, solo un farol alumbraba el lienzo para pasmo de más de uno.

En el antiguo cementerio

Leyendas murcianas sobre la noche de Todos los Santos existen para cualquier gusto. Una de ellas nos sitúa en la antigua calle de Las Mulas, hoy llamada Ruipérez por el pintor murciano que allí vivió, cabe la plaza de Las Flores. Año 1868. En la calleja existía un casón cuya fachada blasonada lucía en penumbra, salvo una ventana, en cuya estancia un hermosa joven tejía despreocupada. Anuncia una campana la medianoche y, apenas silencia su voz de bronce, la mujer se sobresalta. Sin mediar palabra se dirige a un arcón, de donde extrae un vestido de novia, con sus aderezos y joyas.

Mientras comienza a vestirlo, según las crónicas, alguien la oiría musitar: «Voy a desposarme con él, con el amado, que allá lejos me espera y me ama». Pero nadie la vería salir de su hogar, ni atravesar toda la ciudad hasta la puerta de Orihuela, ni esquivar a los guardias nocturnos, ni tampoco seguir caminando hasta el antiguo cementerio.

Allí, a la entrada, se volvió a una imaginada comitiva y le dijo: «Gracias amigos por haberme acompañado hasta mi palacio. Dentro de breves instantes saldré con mi amado hacia la iglesia, para que el obispo bendiga nuestras nupcias. Como sabéis, la reina es mi madrina y no tardará en llegar. Doña Isabel no se hace de esperar».

Y la hermosa joven se internó en el camposanto, hasta la tumba donde yacía su amado. «Ya es la hora, bien mío, la carroza nos espera a la puerta para llevarnos a la iglesia», advirtió al frío mármol. Entonces, asida de nuevo a la mano de un supuesto acompañante, deshizo el camino hasta su casa.

Luego se supo que el novio había fallecido el día de su boda, una década antes. Así, año tras año, la mujer repetía tan fúnebre paseo. Hasta que cierto día dos de noviembre la encontraron muerta sobre la lápida que, según la leyenda, estaba quebrada «porque dos brazos de hombre» surgieron para abrazarla. La familia erigió sobre la tumba un mausoleo que representaba la espeluznante escena. Pero, ¿qué hay de verdad en esta historia? Sin duda, algo.

El célebre García-Izquierdo recordaría que él conoció aquel sepulcro antes de que el cementerio de la Puerta de Orihuela pasara a la historia a finales de 1930. Y que incluso vio, al retirar el mausoleo, que en su interior había dos cuerpos. Uno de ellos vestía un ajado traje de novia.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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