POR ANTONIO ÁNGEL BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
La noche de Halloween americana ya se celebra en la huerta de Murcia de similar forma desde hace siglos.
Tan insensato es afirmar que todo tiempo pasado fue mejor, pues cada cual se engaña dulcificando un tanto sus recuerdos, como imprudente sería concluir que nada al presente se le iguala en belleza. En según qué asuntos, como es la tradición, lo bello quizá quedó olvidado hace años. Aunque no demasiados para olvidarlo. Es el caso de la víspera del día de Todos los Santos, llamada ahora Halloween y que en Murcia siempre fue ‘Tosantos’, por ahorrar letras.
El Halloween americano es un invento de esta tierra. Y no es una exageración. Bien documentado lo tenemos. Ambas fiestas tienen la misma raíz y observan similares rituales, pero no idéntico sabor, que en eso adelantamos a los yanquis. La diferencia es que aquí, en esta bendita Murcia, ya existían esos usos antes de que la costumbre extranjera se impusiera en España.
Vamos a demostrarlo. En la huerta murciana pervivió la tradición, hasta no hace tantos años, de que los niños fueran de casa en casa durante tan mágica noche. Sin embargo, aquí nadie preguntaba el insustancial «truco o trato». Para acabar pronto, te espetaban al abrir la puerta: «¡Dame la orillica del quijal o te rompo el portal!». Así de claro. En otros pueblos se pedía la hebrica, que venía a ser lo mismo. Era el quijal el margen de las acequias o bancales, donde crecía lo que no se cosechaba a tajo, aunque luego fuera tan preciado como el resto cuando aquel se acababa.
Los adultos les colmaban las cestas a los pequeños de frutas y hortalizas, de dulces como la carne de membrillo, que tantos hubo antaño en la huerta, dátiles, coronas de pipas y níspolas, granadas o palomitas de maíz, que aquí se llaman tostones.
Si en alguna casa les negaban el regalo, aunque no destrozaran el portal, sí que la vivienda era objeto de alguna gamberrada. La más común era trasladar alguna maceta hasta la fachada del vecino. O en el campo, apoyar en la puerta zancones de chumbera para que, al abrirla, cayeran dentro.
Los tostones adquieren también en la víspera de ‘Tosantos’ un protagonismo especial. Acaso su consumo sea de las pocas costumbres que aún se observan, para deleite de los paladares, en miles de hogares murcianos. De eso, los americanos ni papa. Elaborados con sal o azúcar, miel o anís, hacen las delicias de toda la familia cuando, al caer la noche, se cocinan en ollas y luego se apelmazan en fuentes o barreños.
Los muertos regresan
La cosa no queda ahí. Era un uso frecuente en la huerta y los campos engalanar con sábanas y almohadas nuevas las camas donde en vida durmieron los difuntos. El huertano tenía la convicción de que las almas de sus deudos dormirían en ellas la noche de los fieles difuntos. No pocas abuelas precavidas advertían a sus revoltosos y chillones nietos: «¡Callad, por Dios. No molestéis a las ánimas!». Tampoco consta que ningún chiquillo sufriera un trauma para toda su vida tras escuchar tan temible advertencia. Porque la muerte no se escondía, como ahora sucede.
Los retratos de los fallecidos se adornaban con mariposas que flotaban en el aceite más puro. Días antes, muchos acudían a los cementerios a deshollinar las tumbas de sus seres queridos. Más tarde, las adornarían con crisantemos, en tantos casos cultivados en sus bancales, y con amarantos, que en Murcia siempre se denominaron ‘mocos de pavo’.
Aquellas hermosas flores, de un rojo encendido y que parecían terciopelo al tacto, pasaron a la historia, arrinconadas por claveles, clavellinas, gladiolos, o las hermosas rosas que solo un huertano que las plantara hubiera podido permitirse. E igual ni eso, que no pocos completaban sus escasos recursos vendiendo «flores de los muertos» en este tiempo. Incluso realizando un viaje de muchas horas en tren a Madrid, donde las cobraban mejor.
La riqueza cultural murciana de estos días es interminable. En los teatros se interpreta el Tenorio, el murciano Tenorio de los Pineda y quienes los sucedieron. Por ejemplo, Elvira Pineda, entre las más espléndidas Brígidas del planeta, si no la que más.
El legado de los auroros
También se escuchaba y se escucha una música legendaria. Son los auroros, la voz profunda de la huerta que encandila a prestigiosos científicos de todo el mundo mientras aquí apenas la apreciamos y menos la reconocemos. Poco nos importa que su origen sea una mezcla de culturas donde reverbera la tradición de los cantos gregorianos, los de alborada árabes y los sefardíes de la sinagoga.
Esas voces, por suerte y ya veremos por cuánto tiempo, aún se elevan el Día de Tosantos en el cementerio de Jesús. Allí acuden desde hace generaciones los hermanos de las campanas de auroros del Carmen y el Rosario, del Rincón de Seca. A ellos se suman, cada cual en su camposanto, otras campanas de Monteagudo y Zarandona, Santa Cruz, Alcantarilla, El Palmar…
No menos tradicional es el mercadillo que en San Pedro ofrece arrope y calabazate y otros dulces típicos. A unos metros, las plazas de las Flores y Santa Catalina, repletas de gentes que buscan con qué adornar las tumbas de sus familiares. Todo esto sucederá mañana. Solo mañana y en nuestra Murcia. Y todo es en recuerdo de cuantos se fueron un mal día al huerto de los ‘callaos’ sin billete de vuelta. Que allí nos esperen el tiempo que nos reste, a ser posible mucho.