POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PÁDRON, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
¡Qué gran dilema éste! En el pasado más o menos cercano, cuando nos llegaba el tiempo, siempre doloroso de heredar, las gentes se comportaban de muy diversa manera. Los que más arreglaban las cosas sin aspavientos, pero sí con alguna que otras recurridas frases, tales como: Papá o Mamá quería que ésto me lo quedara yo. Aquello me trae buenos recuerdos… Cuando no: Me gustaría quedarme con ésto, si no le importa a nadie. Para todos los casos antes expuestos había contestación, la mayor parte de las veces pensadas, pero no dichas: Dejemos a los muertos tranquilos que, por desgracia, ya no pueden hablar; Buenos y malos recuerdos tenemos todos…; Claro que nos importa, pero…
Así las cosas, se abría el testamento y últimas voluntades, en donde estaban meridianamente claros los sentires del difunto o difunta, en cuanto a propiedades inmuebles o rústicas: Casas, pisos, apartamentos, fincas, huertas, etc. Lo realmente difícil era llegar a conciliar sobre los objetos domésticos, sean éstos de cristal, porcelana, plata y hasta los muebles.
El título del presente artículo no podía ser otro que el elegido ¿Trastos viejos u objetos antiguos? Era y es la gran pregunta que se hacían y se hacen muchos herederos.
Algo bien distinto sucedía cuando hace años todo iba más despacio y las casas para convertirlas en verdaderos hogares, se amueblaban, poco a poco. Ésto acontecía habitualmente en nuestra sociedad carencial, pues según las posibilidades económicas, el momento de heredar servía para concluir ese largo proceso, que nos había llevado un buen puñado de lustros.
En la ciudad de Telde y su comarca, entre las clases medias-acomodadas y los de mayor alcurnia, era tradicional llevar al matrimonio como dote de la novia, los siguientes muebles: La cama de matrimonio (entre 150-170 metros de ancho, llamadas de dos cuerpos), el ropero (de dos, cuatro o seis puertas; con o sin cajoneras exteriores o interiores), dos mesas de noche (con sus respectivas gavetas), la cómoda (de al menos cuatro cajones), el tocador (de variadas formas, pero siempre con un gran espejo), dos o cuatro sillas y en ocasiones, sólo en algunas, hasta dos sillones. También la sala, llamada así al conjunto de muebles para recibir, formado por: Mesa central y una o dos consolas, sillón largo (con capacidad para tres, cuatro personas), dos sillones individuales y sillas en número que oscilaba entre cuatro y seis. El tercero de los grupos muebles estaba formado por: La mesa del comedor (rectangular, cuadrada, ovalada o redonda, no pocas veces extensible), con sus sillas (en este caso como mínimo cuatro, lo más normal seis; pero, según la importancia de la casa podría llegar hasta doce o más. También había mesas de comedor que, en sus cabeceras, en vez de simples sillas disponían de sillones con apoyabrazos y espaldar algo más alto que el resto de los asientos). Uno o dos trinchantes o aparadores y una vitrina para lucir la cristalería de la más fina fábrica. Había quien poseía un carrito auxiliar, que a veces se llevaba a la sala, si era menester, para brindis, tomar café o té.
Ni decir tiene que todos estos muebles y los del resto de la casa, siempre que la economía lo soportara, eran de las cotizadas caobas, samanguilas, teas, cuando no de los perfumados cedros; todas ellas calificadas como maderas nobles. El mimbre y los juncos también hacían su aparición en azoteas, terrazas, huertas-jardines y algún que otro amplio balcón. El hierro no estaba ausente entre el material empleado para muebles domésticos, así habían conjuntos de sillas, sillones y mesas, que al ser para el exterior y estar sujetos a las inclemencias del tiempo (sol-calor, lluvia, frío y humedad) era material recurrente.
Aquellas antiguas casas poseían superficies muy superiores a los actuales pisos. Y aquellos chalets, distaban mucho de los actuales dúplex. Por eso, las familias al heredar se preguntan dónde meter tanto mueble y tantos objetos de decoración o uso más doméstico.
Las Palmas de Gran Canaria, capital por excelencia y número de habitantes del Archipiélago Canario, llegó a tener una veintena de anticuarios, en las tres últimas décadas del siglo pasado. Entre ellos los había realmente exquisitos a la hora de proveerse de los más diversos objetos, buscando siempre lo mejor del mercado y, cuando éste se debilitaba por la falta de mercancías insulares, viajaban a la Península y también a Gran Bretaña, desde donde se traían verdaderas joyas artísticas. Mi buen amigo Arturo Galofré de Pascual (Sobrino del celebérrimo Conde de Pascual, dueño de una de las más notables pinacotecas privadas de Cataluña y por ende de España) regentaba su tienda de antigüedades en la popular y trianera calle de La Peregrina. Era experto en la localización de pinturas y esculturas de todas las épocas. Mas, sus predilectos eran los bronces y las porcelanas modernistas. Gracias a él y a sus numerosas gestiones, la Casa-Museo León y Castillo de Telde logró recuperar algunos objetos, que en vida habían pertenecido a don Juan y a don Fernando León y Castillo. Los herederos de éstos querían desprenderse de esa parte de la herencia, pero deseaban fervientemente no perderla de vista y, por lo tanto, nada mejor que las vitrinas de una sala museística.
Hablando de museos, digamos que éstos se nutren en parte de las altruistas donaciones que, bien a título personal o familiar, se llevan a cabo con cierta asiduidad. Lo que no saben muchos es que la donación correctamente realizada y debidamente valorada puede beneficiarles en la declaración de Hacienda, pues según la Ley una parte sustanciosa del valor de aquellas se restará a los impuestos del año, en que tuvo lugar la misma.
Entre todas las piezas que hoy son motivo de intercambio generacional, las que peor lo tienen son las imágenes de culto o religiosas. En otro tiempo las ermitas, capillas y oratorios particulares abundaban en fincas y casas solariegas. Los tiempos han cambiado y en este caso muchas familias han suprimido esos lugares de veneración y culto. A la hora de repartir los diferentes objetos que allí se custodiando ¿Qué hacer con ellos? A veces, ni los propios sacerdotes desean seguir conservando esas pequeñas imágenes, sobre todo cuando su valor artístico es escaso, pues no han salido de la gubia de un Salzillo, Valdés Leal, Luján Pérez o Estévez; simplemente fueron hechas de forma casi industrial en las fábricas catalanas, utilizando para ello la pasta de madera o en el peor de los casos el yeso o escayola sobrepintada.
Muchos profanos en el tema de las antigüedades califican a éstas de trastos viejos e inservibles y, como las brujas haberlos los hay. No necesariamente todo lo viejo tiene que ser inservible, ni mucho menos despreciable. Por ello sería conveniente que antes de tirar a la basura, nos pongamos en contacto con los diferentes museos insulares, a fin de que sus conservadores den su más que profesional opinión. Después vendría el momento de decidir si se pone a la venta (hoy las redes sociales permiten toda clase de transacciones, en muy poco tiempo) o se dona a alguna institución museística. Lo aquí comentado para muebles y objetos antiguos sirve también para libros, casetes, discos de vinilo y otros, fotografías, toda clase de películas (hasta las familiares), manteles, colchas, resto de tejidos de uso domésticos, hasta trajes y demás ropas personales.
Desde la Sociedad Científica el Museo Canario, pasando por la FEDAC (Fundación para El Estudio y Desarrollo de la Artesanía Canaria) hasta las Casas-Museos Insulares y, otros centros públicos, admitirían de buen grado esas aparentes, sólo aparentes, cosas u objetos inservibles.
FUENTE: https://teldeactualidad.com/art/154197/trastos-viejos-u-objetos-antiguos