La memoria del ser humano suele ser endeble, máxime cuando los mezquinos intereses económicos intervienen. Así, siempre fue mejor escribir que hablar. No pocas veces, la transmisión oral de un hecho es mutada cuando pasa de boca en boca de ahí que surjan cuentos y leyendas, que nada o poco tienen que ver con el hecho primigenio que los originó. (Leído recientemente en una epístola que me envió un amigo que prefiere el anonimato).
Hace sólo unos días, entretenido en lecturas varias, llegó hasta mí una idea la cual me ha dado mucho que pensar. El escritor y filósofo divagaba sobre algunas frases hechas, tomadas por el vulgo como ciertas, pero que él manifestaba sus dudas sobre que así fuesen. Y ponía como ejemplo lo de la memoria colectiva, ya que toda memoria es per se individual, aunque admitía que cuando varios individuos coinciden en un mismo recuerdo se puede, salvedades aparte, admitir dicha sentencia como certera.
Cuando el 1 de mayo de 1610 Fray Juan Felipe, a la sazón Guardián del Convento de San Francisco de Asís de Las Palmas de Gran Canaria, celebrara Misa Fundacional en el Altozano de Santa María La Antigua, las autoridades locales teldenses firmaron sendos documentos en los que dejaban constancia de la donación de algo más de dos fanegadas de tierra (la fanegada de Gran Canaria como medida equivale a 5.555 metros cuadrados). Este Patrimonio era la base física de lo que vendría después: una iglesia, un convento y las tierras de labor que sustentarían a los que allí habitaban.
Actualmente, después de sufrir la nefasta Ley de Desamortización de Mendizábal (1836), en la que algunos quisieron ver una venganza de los gobiernos liberales sobre la Iglesia Católica por las sospechas, más que fundadas, de que ésta había ayudado a acrecentar las tropas del pretendiente al Trono e Infante de España don Carlos María Isidro; nuestro Cenobio de la orden de Los Hermanos Menores de San Francisco de Asís asistió a su desmembramiento. Bien es cierto que los franciscanos poseían más tierras, éstas situadas fuera de los límites de la ciudad y que hoy permanecen como topónimos tales como: Las Capellanías y Lomo de Los Frailes, entre otros.
Con respecto al epicentro de la actividad misionera de aquellos, ya hemos dejado escrito algo más arriba, para qué sirvieron las primeras donaciones de tierras, ahora falta por aclarar su situación actual: A) La Iglesia Conventual de dos naves, permanece tal cual, y desde aquí alzamos de nuevo la voz para, si nos queda algo de dignidad, reclamemos hasta el infinito su restauración total y su apertura a la feligresía y a la ciudadanía en general. Lo que fue el convento propiamente dicho, estaba formado por las celdas o dormitorios frailunos, la sala capitular/refectorio, las despensas y bodegas, la cocina, el retrete y el alpendre, este último para cobijar a las bestias de carga y demás dependencias. Un patio central distribuía los diferentes accesos habitacionales y bajo la vetusta mole pétrea de su espadaña, una bella y acogedora entrada, que da nombre a una de las calles más transitadas de este recoleto barrio, Portería. De todo ello nada queda, a excepción de una elegante portada bajo arco ojival, que encontrado en aquel solar (el convento entero se demolió entre 1850-1900 para dar paso al cultivo de la platanera) en 1968-69, con muy buen criterio don Maximiliam Rhoner y su esposa doña Nilia Bañares Baudet lo reconstruyeron haciendo de él la puerta de acceso, desde el jardín que rodea su casa de nueva fábrica a la huerta.
Hemos reseñado cómo la puerta principal del convento estaba inserta en la estructura base de la espadaña, de ahí que la Iglesia Católica mantenga un derecho de paso desde la Plaza de Los Romeros hasta la Finca Conventual, son unos tres metros de ancho por todo el largo de la nave colateral izquierda del adyacente templo. Ésto debe ser recalcado ya que al plantarse algunos árboles y elevar algún que otro muro en el trayecto, hoy se hace imposible el libre paso por esa vía, por otro lado, sobradamente documentada. Una enorme araucaria y no un menos dañino laurel de indias siguen afectando de manera, más que negativa, a los cimientos de la pared de mampuesto y contrafuertes del lado norte del templo.
En otro orden de cosas, debemos fijar nuestra mirada en los otrora bancales destinados a la producción agrícola: La popularmente conocida como Finca del Convento, cuyas medidas primigenias superaban en poco las dos fanegadas, concretamente 12.000 metros, si mis informantes están en lo cierto. Esta propiedad agropecuaria fue vital para la subsistencia de los frailes, cuya comunidad en un principio estuvo formada por trece miembros, entre hermanos legos y sacerdotes. Con el tiempo, aumentó su número hasta alcanzar la veintena.
La finca en cuestión poseía dos habitáculos, distribuidos en un pequeño edificio de dos plantas, según parece en él vivía el hortelano, hermano lego que cuidaba de la propiedad. Asimismo, un amplio alpendre para guarecer algunos ejemplares caprinos y vacunos y una piara para cochinos (cerdos), esta última bien alejada del resto de las edificaciones. En la parte más alta del terreno, existía y aún permanece un estanque de limitadas proporciones, que podía contener las doce horas de agua con que se abastecían, desde la Heredad de El Chorrillo. Se dice que en un principio algunos señores de Telde presentaron pleito contra los franciscanos ya que, al tener la finca de éstos mil metros más que el límite impuesto por la normativa de la Heredad, no deberían recibir agua de ésta, me explico: El Chorrillo era una Heredad o Comunidad de Regantes que abastecía a todos aquellos que tuvieran huertas intramuros de la ciudad, pero sólo si las tierras de regadío no superaban las dos fanegadas, es decir, 11.110 metros cuadrados. A grandes males, mayores remedios, así los monjes optaron por separar esos casi 890 metros en otra propiedad, de tal forma y manera que ambas pudieron optar por las aguas de El Chorrillo. Con el tiempo, esta parte fue adquirida, tras subasta pública de los bienes conventuales por un particular, llegando ya en el siglo XX a la familia Jiménez, cuyo último descendiente conocido en esta ciudad fue don Manuel Jorge Jiménez.
La Finca del Convento, propiamente dicha, con el tiempo pasó a manos de una familia teldense, los Macario Brito, quienes la mantuvieron hasta principio de los años ochenta del pasado siglo XX. Fue don José Macario Fleitas dueño de estas tierras hasta su muerte. Aunque sobre ellas pesó una hipoteca, recurso empleado por el sr. Macario para poder salir de la ruina a la que le había llevado su negocio de exportación hortofrutícola. Sus hijos don Agustín y don Rafael, este último sacerdote diocesano, levantaron dicha deuda bancaria y así recobraron la plena disponibilidad de la misma. Al fallecer ambos nombraron herederos a sus hermanos José, Juan e Isabel (esta última reconocida cantante lírica y profesora). Por disposición testamentaria de éstos se convirtió en un bien indiviso, en el que participaban al cincuenta por ciento el Obispado de Canarias y los herederos legítimos de aquellos. En 1980, ante la disposición de la familia para vender su parte, don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, a la sazón Cura Párroco de San Juan Bautista reunió a un grupo de feligreses con el fin de comunicarles la intención de adquirir dicha finca en su totalidad. En 1981 se cerró el trato, después de un año de recogida de donativos, entre los acólitos de toda la ciudad y municipio teldense, entre los que destacó la nada desdeñable aportación de doña Andrea de La Nuez Calderín, viuda de don Agustín Florido Suárez, cosechero exportador y exalcalde de nuestra ciudad.
De esa manera, la Iglesia Católica se convirtió en única dueña de la ya tantas veces mentada Finca del Convento, que incluía una casa de estilo modernista, hoy mutilada y saqueada de forma bárbara por gentes sin escrúpulos, que sustrajeron algunos elementos decorativos, tales como: los azulejos andaluces que a forma de zócalo adornaban las paredes perimetrales de la galería porticada que corría por su lado Sur. Esta casa fue proyectada y ejecutada en un plazo proverbial de tiempo, menos de un año. La acelerada dinámica constructiva fue imprimida por don Rafael y don Agustín Macario Brito, ya que estaban decididos a hacer ese regalo a su querida madre doña Dolores Brito Medina, que desde la ciudad capital se lamentaba de no pasar sus últimos años en su querido Telde. El destino hizo que no pudiera trasladarse a ella, ya que murió unos meses antes.
Ya muy avanzado los últimos años del siglo XX (década de los noventa), el M.I. Ayuntamiento de la Ciudad de Telde llegó a un acuerdo con el Obispado y la Parroquia para retranquear en casi dos metros la pared Este de la finca, con ello se quería ensanchar la vía conocida como Bailadero o Baladero. Las negociaciones llegaron a buen puerto y si bien se perdieron casi quinientos metros cuadrados del último bancal, se logró del Ayuntamiento que éste corriera con todos los gastos inherentes a la nueva fábrica de el muro que se levantaría junto a dicha calle, como así se hizo. Éste era de hormigón recubierto de piedra, con dos arcos de mampuesto, que cobijaba una de las dos entradas de la finca y también un yacimiento arqueológico, prontamente bautizado como “La Casa Honda”, tipología ésta inherente a la cultura canarii. En ese momento se perdió la oportunidad de abrir catas que llevaran a esclarecer el alcance del propio yacimiento del que sospechamos es mucho mayor de lo que ahora podemos apreciar. Esta más que evidente realidad arqueológica vendría a afianzar la inclusión de Telde en la nómina mundial de las ciudades superpuestas, en la que ya está por mérito propio la hermana ciudad de Santiago de Los Caballeros de Gáldar, la canarii Agaldar, solaz de guanartemes.
Hasta aquí estas notas del pasado más remoto y cercano del cenobio y finca de San Francisco de Asís, bastión inexpugnable de cultura y religiosidad a pesar de su pertinaz olvido y creciente deterioro con culpables más que evidentes, cuyos nombres y apellidos de sobra todos conocemos.