POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
Tres, dos, uno… Cámara ¡acción!
Historia del cinematógrafo en la Ciudad de Telde y su comarca. (Versión corregida y aumentada. Primera entrega)
Releyendo este artículo de mi autoría para extraer unos datos de nuestro reciente interés, me asaltó la idea de corregirlo y, por qué no, aumentarlo. Advierto al lector que en un principio tenía catorce folios y que con las actualizaciones éstos han aumentado a diecisiete, pero no se preocupen ya que voy a dividirlo en dos o tres entregas, pudiéndose leer en ésta y una o dos semanas más correlativamente, siempre en este medio digital (TELDEACTUALIDAD). Comencemos, haciendo un poco de Historia:
El 4 de febrero de 2004, asistimos a la inauguración del primer multicines teldense, la expectación era grande entre los casi dos centenares de personas, que esperábamos acomodarnos en una de sus modernas salas para ser espectadores de excepción de unos filmes, que habían sido escogidos por la dirección para tal ocasión. No hubo ni apretadas colas, ni compras previas de entradas, ni “roscas” (En Tenerife les llamarían “cotufas” y en el resto del País “Palomitas de maíz”), ni refrescos; todo transcurría según las normas de un relajado, pero efectivo protocolo. El señor alcalde, acompañado en todo momento por un buen número de concejales, los empresarios del cinematógrafo y una amplia representación de la sociedad local, nos concentramos primero en el hall de entrada, para seguidamente, pasar a una espaciosa y más que cómoda sala de proyección. Nada más apagarse las luces. Antes de que entráramos en cuestión, en unos brevísimos segundos, cerré los ojos y pasaron por mi mente en forma de mil y unas escenas de celuloide estampas cotidianas del pasado. Otros años, otros cines, otras películas, otras gentes, y, también, cómo no, otras ilusiones. En esos precisos instantes, me prometí confeccionar el presente trabajo de investigación; ya no me bastaban las fichas, que con el tiempo, he ido coleccionando sobre la historia del cinematógrafo en la ciudad de Telde y su comarca; tampoco me satisfacían las intervenciones que había realizado en programas de radio o en artículos periodísticos de otras autorías, pues tenía entonces y aún sigo teniendo, la sensación de que esta industria de la ilusión era y sigue siendo algo mucho más importante de lo que hemos creído.
En una de esas muchas conversaciones en que los cinéfilos nos imbuimos, siempre surge el recuerdo de anécdotas, unas pocas vividas y la mayor parte de ellas escuchadas. Don Eduardo Pérez Padrón, hijo del eximio poeta teldense don Patricio Pérez Moreno, ha sido uno de mis interlocutores más prolijos, pues a un conocimiento exhaustivo de la realidad cinematográfica en dos islas bien diferentes: El Hierro natal y su adoptiva Tenerife, también trae a su memoria con prontitud hechos ocurridos en la paternal Gran Canaria y, muy concretamente, en los locales de la ciudad de Telde.
Queriendo reseñar el mayor número de datos posibles, tanto generales como parciales, he recurrido a consultar una extensa bibliografía, que la mayor parte de las veces nos remitía a unos pocos autores y a sus bien cotejadas obras. Si todas ellas merecen el mayor o menor aplauso, según su importancia y decisiva influencia en investigadores posteriores, existen unas cuantas que por cercanía geográfica y sentimental nos han animado sobremanera a acometer el siguiente trabajo, aportándonos algunos datos que sin sus ayudas seguramente hubiésemos obviado. Tal es el libro del también herreño don Marcelo Gutiérrez Quintero, titulado Apuntes sobre el cinematógrafo en El Hierro, impreso por Litografía Romero, publicado por el Cabildo de El Hierro en el año 2003, y que tan gentilmente me hizo llegar otro amigo de la Isla del Meridiano.
Ir al cine era toda una epopeya. Primero había que superar las mil y una pruebas que ponían a tu paso los mayores durante la semana: “Vete a comprar el pan”, “haz éste o aquél u otro recado”, “no llegues tarde”, “quítate de la corriente”, “los niños hablan cuando las gallinas…”; y así una larga letanía de muchos deberes y pocos derechos. Después, te darían el dinero, por supuesto siempre justo, para acercarte a la ventanilla y pedir tu entrada. Algo más tarde, y tras evitar coscorrones, empujones, pisotones, etc., además de los rayos furibundos del sol de las dos y media o tres de la tarde, acceder al interior. Esperar a que todos callásemos, cuestión ésta casi imposible y después tener suerte de que no te pegaran un chicle, no te lanzaran algún objeto minúsculo, etc. Terminada la función, vuelta a los empujones, los chillidos, las correrías, la mayor parte de las veces amenizadas por las pistolas de mixtos. Todos querían ser “el muchacho”, ya fuera éste el Llanero Solitario, el Zorro, Tarzán, Hércules o cualquier otro mito de la gran pantalla.
Según nos contara, hace ya más de una treintena de años, don Antonio Guedes Santos, comerciante peletero de Los Llanos, la primera vez que él supo de la existencia del cine fue gracias a una proyección de película muda que tuvo lugar bajo la carpa del famoso por entonces, Circo Alemán, que se acercaba a Telde cada año por fiestas, ya fueran éstas de San Juan Bautista o San Gregorio Taumaturgo, 24 de junio y 17 de noviembre respectivamente. Característica de este recinto efímero era el uso de la grada de tablones y de las desvencijadas sillas de tijera, que solamente se encontraban bien alineadas en la primera de las sesiones. Se levantaba en medio de andamios de madera en la zona conocida como calle del Molinillo, después General Franco y hoy Avenida de la Constitución, justo en el lugar en donde más tarde tendría su hogar el artista teldense José Arencibia Gil y la célebre Mercería León. La chiquillería hacía fila india alrededor de su paramento de lona encerada. Allí los empujones, los intentos de colarse, los coscorrones, la pega de sambenitos, que realizaban con toda suerte de papeles o “rabollevas”, especie de gramínea cuya espiga permitía que al ser lanzada desde lejos quedara adherida a la vestimenta por la espalda.
Tres sesiones que se prolongaban desde las 12 del mediodía a las 8 de la tarde, siendo la primera para todos los públicos y la segunda y tercera para personas más o menos adultas, las llamadas “de respeto”. Esto sucedía a principio de los años veinte del pasado siglo.
Desde entonces y, según información oral, concretamente, desde 1923, la Sociedad de Cultura y Recreo, también conocida por Casino La Unión, tras su establecimiento en la antigua calle de Los Baluartes, hoy Pérez Galdós, frente a la actual sede de la Cruz Roja, adquirió un proyector, utilizándolo durante los fines de semana en el patio central del edificio en cuestión. Al cine podían entrar los socios, acompañados de sus esposas, hijas e hijos; pero, también, los que no lo fuesen, aunque abonando una cantidad algo superior a la de los primeros. Con doce años, y recién llegada de Valverde de El Hierro, mi madre, Consuelo Padrón Espinosa, asistió allí a la proyección de la película El último varón sobre la tierra.
Aquí también se celebraron veladas literario-musicales, con la intervención, entre otros, del maestro don Andrés Cabrera, el poeta y dramaturgo don Montiano Placeres Torón, los también poetas Tomás Morales, Salvador Rueda, Saulo y Julián Torón Navarro, el Cronista Oficial de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria don Carlos Evangelista y su hermano, el también escritor don Eusebio Navarro Ruiz. Entre sus bambalinas, los miembros de la Asociación Artística de Telde compartieron éxitos y alegrías, tras representar con satisfacción generalizada alguna que otra obra teatral.
Llegada la siguiente década, e instalada la flamante II República, las ansias de libertad y progreso hicieron mella en la sociedad teldense. El consistorio era ocupado por republicanos federales, liderados a nivel insular por don José Franchy Roca y localmente por el joven don Juan Mayor Martín. Un empresario de la ebanistería, llamado don Manuel Hernández Artiles, creó en 1931 el popular Circo Electra, que, además de las funciones propias de su denominación, también era escenario propicio para la proyección de películas, todas mudas, acompañadas por un experto pianista que amenizaba las múltiples escenas con un popurrí de canciones, entre otras tantas improvisaciones. Algún testigo nos ha hecho saber que el grito preferido de jóvenes, y no tan jóvenes, era: “¡No te duermas y dale fuerte!”, entre el jolgorio y la risa generalizada. El Circo Electra tenía un olor muy característico, entre madera y desinfectante, pues, tras cada sesión, el acomodador, botella en mano, lanzaba a diestro y siniestro chorrillos de zotal como si de un hisopo de agua bendita se tratara.
Su decoración era realmente novedosa y vistosa, pues las buenas artes de su propietario le hicieron crear un mundo de fantasía en marquetería, en donde el elemento principal era unos amplios abanicos, que hacían las delicias de los espectadores. El circo poseía suministro de luz eléctrica, pero sólo para las sesiones cinematográficas; cuando se representaba una obra teatral o algún malabarista, hipnotizador, amaestrador de canes, etc., actuaba, la luz proyectada era de candiles de petróleo dispuestos en el perímetro exterior del escenario, lo que creaba un ambiente de vodevil ciertamente anacrónico.
Gran esfuerzo, no exento de altruismo, fue el llevado a cabo por el señor Hernández Artiles, pues El Circo no era un buen negocio, ya que muchas veces el público no asistía a las citas, sobre todo si éstas eran conferencias o charlas de algún ilustrado personaje o de algún rapsoda que leía apasionadamente a los Machado, Unamuno, Amado Nervo, Juan Ramón Jiménez, Salvador Rueda, Villaespesa, Marquina, etc. Lo que realmente gustaba era el teatro, Arniches, los Álvarez Quintero, Juan Valera y nuestro paisano Benito Pérez Galdós, a cuyo honor y memoria se le dedicó este centro cultural, tomando de su célebre obra Electra el nombre. Todavía hay personas de muy avanzada edad, como don José Ojeda Amador, que recuerdan el estreno de dicha obra por la compañía de don Montiano Placeres Torón, conocida así popularmente, aunque su verdadero nombre era, como ya anunciábamos anteriormente, Asociación Artística de Telde; resultando un éxito total, por lo que se debió reponer en varias temporadas sucesivas. Entre el elenco de actrices se encontraban las hijas de don Ventura de La Vega, las agraciadas señoritas Antonia y Emilia, esta última especialmente dotada para el piano y también las señoritas Dolores Batista y Josefa Martín. En el de actores destacaron los hermanos don Braulio y Antonio Guedes Santos y don Juan Ojeda Álvarez.
En 1932, aproximadamente, la Sociedad Republicana, sita en la calle Juan Diego de La Fuente, del barrio de Los Llanos, mantuvo sala de proyección, llamada Pabellón Electra; primero, con maquinaria de cine mudo; y muy pronto, otra para sonoro. En la fecha antes aludida, los precios oscilaban entre una perra gorda o diez céntimos para los espectadores de gradas y dos perras gordas para los que ocupaban los asientos de preferencia; anunciándose que los socios, las señoras y señoritas tendrían una rebaja sustanciosa. Sus dueños coincidieron con la presidencia de dicha sociedad, don Juan Mayor Martín y don Juan Gil Monzón, este último notable músico y recordado director de la Banda Municipal de Música de esta ciudad.
El viernes 24 de junio de 1932 se anunciaba a bombo y platillo la formidable superproducción universal, hablada en español. Entre otros comentarios se decía: “¡Juventud en llamas, ascuas de fuego, pasión encendida y devoradora, la más dramática novela amorosa que se ha llevado a la pantalla!”; se trataba de Resurrección, de Tolstoi, con Lupe Vélez y José Luis Alonso como protagonistas. Los programas de mano fueron elaborados por C. Peña en Tenerife. Y, por si fuera poco, la propaganda seguía diciendo: “¡Sublime por el amor, apasionante por el asunto, inolvidable por sus pasiones, es como un espejo que va reflejando las pasiones más opuestas entre un hombre y una mujer que son lo mejor y lo peor!” Ni decir tiene que el clero de las dos parroquias, San Juan Bautista y San Gregorio Taumaturgo, desde el púlpito clamó contra tal proyección, anunciando el peligro que corrían aquellas almas cándidas que fueran a ver semejante película. Para completar el evento, se exhibiría la revista sonora titulada Aunque parezca mentira. Al mismo tiempo se anunciaba que para el siguiente domingo, día 26, se proyectaría otro film sonoro, titulado Vidas truncadas. El jueves 20 de junio de 1935 se estrenó Sor Angélica, con Lina Yegros, Ramón de Sentmenat y el niño Arturito Girelli. Las mil y dos noches, un film de J. M. Ermoliess, con la actuación estelar de Iván Mosjoukino, tuvo muchísima aceptación.
Debemos destacar la labor de proselitismo cultural en la que estaban imbuidos todos los miembros del Partido Republicano Federal. Cada centro o sociedad por ellos fundados contenía una más o menos amplia sala de conferencias, una bien nutrida biblioteca, salas dedicadas a la enseñanza de las cuatro reglas y la lectura y escritura, aunque no pocas veces sirvieron para dar clases de Oratoria, Retórica y Parlamentarismo tan necesarias, antes como ahora, para todos aquellos que quieren abrirse un hueco en la vida pública. De allí surgieron oradores de gran prestigio, tanto a nivel local como insular. Sólo hay que recordar al propio don Juan Mayor Martín, quien sería alcalde constitucional, don Juan Gil Monzón, los hermanos Mireles, los hermanos Alonso Jiménez: don Miguel, que llegó a presidir el Cabildo Insular de Gran Canaria, en años decisivos para la política insular; don Domingo, industrial del ramo del automóvil y fundador de la prestigiosa firma Domingo Alonso S. A; don Francisco, excelente bibliófilo especializado en Galdós y autor de una novela que llevó el evocador título de Henequén, alusivo a una clase de pitera por entonces abundante por estos lares; don Manuel, literato y periodista, destacado valedor de Gando como único lugar posible para establecer el aeródromo y don Eusebio, poeta y escritor de tortuosa existencia. Además, el señor Bonilla, defensor acérrimo de las aguas del Chorro, entre otros muchos.
La Republicana buscaba entretener y, por medio del entretenimiento, formar intelectualmente a la persona, conscientes sus dirigentes de que sólo la cultura salvaba las diferencias socioeconómicas. El cine, por lo tanto, se convirtió en un método pedagógico-didáctico que, a la vez de acercar al espectador a múltiples realidades geográficamente distantes, permitía abrir las mentes a situaciones sociales y culturales bien distintas a las del Telde de 1932 al 36. La “caja de los sueños” se mostraba de par en par como una ventana abierta al mundo, con todo lo que ello tenía de espectáculo, pero, también, de acta notarial de lo que cotidianamente ocurría en otras latitudes.
Dos sesiones, una de tarde, a las 16.00 horas, y otra de noche, a las 21.00 horas cumplían con creces las expectativas de afiliados y simpatizantes. No pocas veces fueron utilizadas como sesiones de cine fórum, es decir, antes de comenzar se daba una pequeña charla introductoria de lo que se iba a proyectar y, después de concluida la cinta, se abría un debate sobre aspectos varios, entre los que destacaban la parte meramente formal o artística y, también, las intenciones del guionista a la hora de elaborar dicha obra cinematográfica.
En 1936, y, concretamente, a partir del 18 de julio, quedó clausurada la Sociedad Republicana. Algo más tarde, vino su disolución, y, después, ya concluida la Guerra Civil, su transformación en una nueva sociedad, al menos en nombre, que, siguiendo al pie de la letra una orden del señor gobernador, no debía ser alusivo a sindicatos, obreros, etc. Y así, sometido a votación de sus socios, se convertiría en la Fraternidad, calificativo que defendiera con ardorosa y elocuente disertación el maestro de maestros don Cesáreo Suárez.
FUENTE: https://teldeactualidad.com/art/156891/historia-del-cinematografo-en-telde-i