POR TITO ORTIZ, CRONISTA OFICIAL DE GRANADA
Estos cuatro Plátanos que marcan las esquinas de la plaza del Campillo Bajo, son los mismos que tantas tardes dieron sombra al paso de Federico, camino de su tertulia, El Rinconcillo, en el café Alameda. El poeta vivía a muy pocos metros, en la Acera del Casino, en la casa familiar que los Lorca tenían en el centro de Granada. La plaza estaba conformada al fondo por el Teatro Cervantes, que el general Sebastiani, durante la dominación francesa, se apresuró a terminar, para satisfacer así la demanda de su amante, que se dedicaba al asunto de la cantata.
En los bajos también estuvo El Liceo durante un tiempo. A la derecha, por el Café Alameda, en cuyo interior se desarrollaba la tertulia de los intelectuales granadinos, y que Luís Oruezábal ha querido en vida, perpetuar conservando el basamento de una columna original, y colocando a Federico sentado en su mesa. A la izquierda, el Hotel Alameda, de los de superior categoría en su época, que hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, albergó la Jefatura Provincial del Movimiento. La Plaza del Campillo Bajo, fue lugar de encuentro y refugio de calores, dada la sombra de sus majestuosos árboles, y el frescor de su fuente central, cuyos delfines sujetan la segunda taza.
Fue lugar adecuado para escuchar la retreta militar, con la que finalizaban las fiestas del Corpus, o a las señoritas vocalistas de las orquestas contratadas por el Liceo, para amenizar las veladas granadinas en noches de verano, protegido el recinto por unas celosías de madera, para que el personal no viera lo que ocurría dentro. También se observaba desde aquí, sin temor a las varas de los cohetes ardiendo, el castillo de fuegos artificiales del embovedado, por la protección de las ramas enormes plataneras.
El Rinconcillo
Aquel rinconcito del Café Alameda donde actuaba la orquestina, daba al lugar el toque de modernidad necesarios, para que fuera el sitio donde se daban cita los que en ésta ciudad eran algo, en aquellos años en los que el Charlestón y el Foxtrot, iban ganando adeptos en el mundo del pasodoble. Por la tertulia, pasaban no solo los poetas y escritores, sino, los aspirantes. A los que se unían,
músicos, políticos, pintores, rentistas, niños de papá, vividores, periodistas, artistas en general, y actores en busca de un autor. La lista de los asiduos que ha trascendido a nuestros días, no hace justicia, pero se me antoja que, de todos los lugares de Granada, éste es el adecuado para colocar a Federico García Lorca, dada la diversidad de la fauna concurrente, el tufillo a Ateneo libertario que desprendía el local, y la proximidad otros recintos habituales en el poeta. “Pepiniqui” y su hermano Luís Rosales, son asiduos, junto a Falla, Juan José Santa Cruz, Ismael González de la Serna,
El cuñado del poeta y posterior Alcalde, Manuel Fernández Montesinos, Soriano Lapresa, Andrés Segovia, Gallego Burín, y tantos otros. Federico está en su salsa, no olvidemos que se encuentra a tan solo unos metros de su casa familiar, a dos pasos del Centro Artístico, donde suele tocar el piano, a tan sólo unos metros del Liceo, y de la Sociedad Económica de Amigos del País, tan premeditadamente ocultada, cuando se habla, o lo que es peor, se escribe, de Federico García Lorca. Material fungible.
En la tertulia El Rinconcillo, se tienen las primeras y más directas informaciones de todo lo que ocurre en el país y fuera de él. Hasta aquí llegan los telegramas urgentes del parlamento nacional, llevados en bicicleta por subalternos rápidos, desde Correos en la actual Plaza de Colón, para que sean leídos a la concurrencia, en caso de interés general. Se reciben llamas de casa o trabajo, que son pregonadas por el botones, o en caso de que se escuche algo de interés, se anuncian con cartel brazo en alto.
Se reciben los periódicos nacionales que traen los viajeros en el tren expreso que llega a las ocho de la mañana a la capital, procedente de Madrid y Barcelona, se escucha la radio, para lo cual se ruega silencio a los concurrentes mediante campanilla. Mientras se saborea una exquisita zarzaparrilla, el betunero deja los zapatos como el charol, la chica pasa con los cigarrillos, puros y cerillas, y el limpiabotas, cuando dice aquello famoso de: Servido señor, ofrece al cliente un décimo de lotería, por su precio y un diez por ciento más. Al unísono, se leen primeros poemas, se entregan manuscritos para una primera lectura en busca de opinión, y se estrenan partituras de nuevo cuño, en presencia del autor, Ángel Barrios, por ejemplo.
Federico sonríe de mesa en mesa saludando a los amigos, también a los enemigos, porque su muerte está también ligada a algunos personajes siniestros que frecuentan éste café, pero eso lo sabremos después. A lo que íbamos. Que fresquito se está debajo de los plátanos del Campillo.
FUENTE: T.O