EN OPINIÓN DE MARÍA VICTORIA HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LOS LLANOS DE ARIDANE, MERECE QUE SE PROCEDA A SU CATALOGACIÓN Y PRONTA RECUPERACIÓN DE ESTAS TRADICIONES
El encendido de velas de cera y lámparas de aceite al caer la tarde de hoy perdura en muchos hogares isleños que, fieles a la tradición, saludan a la madrugada del 2 de noviembre, tránsito del Día de Todos Los Santos al de los Fieles Difuntos. En Canarias denominamos finados a esta fecha, queriendo con ello citar las diferentes manifestaciones que han ido arraigando al paso de los años, si bien en Gran Canaria, fundamentalmente, se ha adoptado la de finao, fruto de la caída intervocálica con la que se quiere expresar un rango diferencial, que, como tal, valora la Comisión de Lexicografía de la Academia Canaria de la Lengua.
Desde las jornadas precedentes a estos días se han ido sucediendo, de forma escalonada, la visita a los cementerios para engalanar nichos y tumbas, conservando el recuerdo y respeto a los que nos han precedido. El santoral de la iglesia católica engloba a unos nueve mil santos y beatos a los que desde el pontificado de Gregorio III, en la primera mitad del siglo VIII, se les dedica la festividad de Todos los Santos, citando la santidad como meta o destino espiritual de toda la humanidad, que Juan, en el Apocalipsis, representa de blanco peregrinar alrededor del trono del Cordero.
Canarias ha ido perfilando rasgos diferenciales para vivir estas fechas, de otoñal recogimiento y socorrido encuentro. El cúmulo de tradiciones que heredamos merece, en opinión de María Victoria Hernández, cronista oficial de Los Llanos de Aridane, que se proceda a su catalogación y pronta recuperación, como solicitó en 2017 al Parlamento de Canarias. Entre los testimonios que recoge en su trabajo Costumbres de Nacimiento, Vida y Muerte, menciona las visitas que las niñas y niños de La Palma hacían en la víspera del 1 de noviembre, pidiendo limosna para las almas del purgatorio. “Las casas permanecían con sus puertas abiertas a la espera de que entraran las almas de los familiares fallecidos. Para ello, se preparaba una rebosante caja de higos pasados con la tapa abierta, para que las almas se alimentaran. En el suelo de las viviendas, se preparaba una tabla donde se encendía una vela de cera por cada familiar y otra por las ánimas benditas. Se creía que la vela personalizada que más rápido se consumía era señal de que el familiar difunto necesitaba más misas u oraciones en su memoria.
Fuente: https://diariodeavisos.elespanol.com/– ZENAIDO HERNÁNDEZ