POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN Y LA MESA (JAÉN).
#CorresponsalDeBarra #Caracolorum
Para los pueblos anglosajones y escandinavos, cuya cocina no es de envidiar, el caracol no deja de ser un bicho despreciable y repugnante, siendo la bárbara costumbre de comérselos una mera curiosidad etnográfica de los pueblos del sur.
Cada cual que soporte sus ignorancias culinarias y gastronómicas, y llegado el caso que las padezca también. Apicius, el insigne gastrónomo de la vieja Roma, ya engordaba caracoles con leche y flor de harina, siendo tenidos entonces como un manjar sublime que hacía las delicias de los festines romanos, creándose por tal motivo granjas especializadas donde también engordaban su carne misteriosa, casi divina, con vino y salvado. En la Edad Media fue estimado plato cuaresmal, no sin que hubiera arduas discusiones sobre la categoría de su carne.
Para su preparación hay que atenerse a una regla de oro guardada en el siguiente refrán: Caracoles sin picante, no hay quien los aguante.
Para el amante de este manjar de andar lento y parsimonioso, símbolo de esa lúcida visión de la vida en la que el tiempo es una decisión propia, nada mejor que estos caracoles de las tierras de Olavidia, y a ser posible acompañados de una buena cerveza de espuma controlada a baja temperatura de las que se fabrican artesanalmente en Jaén.