POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Caravia, tesoro de paisaje abrazado por agua y piedra, es uno de los municipios asturianos más pequeños en extensión (poco más de 14 kilómetros cuadrados) y en habitantes «de hecho» (unos 400), aunque sí muy poblado en épocas veraniegas o en días «puentifestivos», como dice un buen amigo experto en promociones turísticas.
Limita con Ribadesella (al este); con Parres (al sur); con Colunga (al este) siendo el río Espasa, en su desembocadura, la «frontera» de ambos concejos; y con el mar Cantábrico, al norte.
Caravia tiene historia de zona poblada desde los tiempos del paleolítico, como muy bien certificó su gran historiador y costumbrista, don AURELIO DE LLANO Y ROZA DE AMPUDIA ; tuvo historia de riqueza minera en la explotación de espato flúor (fluorita- fluoruro de calcio) tanto en minería a cielo abierto como subterránea; tuvo y tiene -ahora más que nunca- historia de turismo con ofertas de playas preciosas (La Espasa, Arenal de Moría…), senderismo de valle y de montaña (Picu el Castru, subida al Fitu por Duyos,…) y tuvo y tiene historia de una cocina tradicional que ensambla regalos de mar (especialmente de pedreros, como «les patatines con pulpu»); dones de montaña (asados de jabalí o de corzo…); sorpresas de valle (carnes, volatería…) y tradiciones culinarias «de toda la vida (sopas, potes, fabadas, arroces…).
En ese «capital» de tradición antañona se enmarcan los EMBERZAOS (singular, emberzau) y en el de «tradición más actual» se enmarcan los CACHOPOS (singular cachopu y si pequeño y plural «cochopinos» y no «cachopines»).
Los CACHOPOS, que tienen su cuna en los filetes de carne rellenos ya conocidos en el siglo XVII, fueron puestos de moda en Oviedo, en la década de 1950-60) por la cocinera Olvido Fernández, «Olvidín», antigua empleada de «Casa El Rey» y después cocinera del restaurante «Pelayo». Hoy el CACHOPO, o mejor «EL CACHOPU» (doble filete relleno de queso y jamón, empanado y frito) está de moda. Pero «de moda a lo bestia». Se promueven concursos sobre calidades, tamaños, variedades de relleno, complementos de compañía (patatas fritas, ensaladas exóticas…)
Yo, perdonen mi petulancia, soy contrario a todas esas manifestaciones de, a mi juicio, «contrarias al buen comer».
Un cachopu debe satisfacer al cliente por su calidad y por su sencillez; no por la ampulosidad del tamaño y el exotismo de sus complementos.
¿Y el EMBERZAU, PLURAL EMBERZAOS?
Miren ustedes, los emberzaos que en Colunga llamamos PANTRUCOS son un ejemplo de «aprovechamiento de sobras. Antiguamente cuando se hacía la matanza, al «sobrante» del amasado de las morcillas (cebolla, grasa, sal, pimentón dulce o mezcla de dulce y picante, sangre…) se le agregaba harina de maíz y, tras nuevo amasado, se distribuía la masa en porciones que se envolvían en hojas de berza y se ataban con bramante o hilo de cocina. Las piezas se cocían en agua, se escurrían y reservaban para comer «en fresco».
Para su consumo (inmediato), eliminado el bramante, se cortaban en rodajas no finas, pero no demasiado gruesas, que se freían en aceite y se servían acompañadas de patatas fritas y, ¡oh maravilla!, huevos fritos.
¿Para beber? ¡Vino tinto!, no lo duden.
Pues ya lo saben. ARCINOS, que son oricios, en HUERRES. Y en Caravia, EMBERZOS, que son pantrucos, y CACHOPOS.
¡Menudo fin de febrero y nacida de marzo nos espera!