POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El monte El Castillo que abraza al pueblo de Ulea, como una madre a su retoño, tiene una configuración muy vertical y, por consiguiente, su ladera es extremadamente pendiente. Por tal motivo, a causa de las lluvias torrenciales, se producen enormes avenidas de agua que arrastran rocas y matorrales de la escasa vegetación de la montaña.
Al producirse grandes abarrancamientos, las rocas se precipitan a gran velocidad, llegando hasta las inmediaciones del pueblo e, incluso alojándose en patios y corrales aledaños. El peligro para las viviendas y, por qué no decirlo, para sus pobladores, ha hecho que las distintas corporaciones municipales, hayan tomado cartas en el asunto, pidiendo a la administración Regional que subvencione los gastos que supone la protección en los tramos más peligrosos, tales como los que hay bajo la imagen del Corazón de Jesús, Las Piqueras o arrastraderas (restranderas para los uleanos) y el de la calle Nueva Alta, también llamada Calle Nueva (2).
La fuerza del agua ocasiona qué, el cauce de los barrancos, vaya haciéndose cada vez más profundo, proporcionando el desprendimiento de enormes rocas qué, al quedar sueltas se precipitan a gran velocidad sobre las casas aledañas a la montaña.
Los socavones que se producen en el suelo de los barrancos y en las rocas, se denominan Cárcavas que cada vez son más numerosas y profundas. Su pendiente acusada, es motivo de gran zozobra ya qué, todos los uleanos hemos contemplado impávidos, rodar rocas de gran tamaño sierra abajo. Algunas se han quedado frenadas en el fondo de las cárcavas, pero, otras, han llegado hasta el pie de los edificios tales como los corrales de Julio el carrasco y los de encima de la casa de Hilario. Sí, nuestro Castillo, en vez de mecernos, como una madre, nos atemoriza. Afortunadamente, no ha habido que lamentar desgracias personales.
Como prevención y, para evitar males mayores, la corporación municipal ha apostado fuerte, para contener estas enormes rocas, verdaderas moles de la montaña, conteniendo las temibles avalanchas por medio de gaviones, en los socavones de los barrancos, con el fin de frenar el ímpetu desenfrenado de las rocas desprendidas.
Los gaviones son unas planchas rectangulares, en su mayoría que se adosan en los socavones de los barrancos y, su oquedad se rellena de piedras de la propia montaña y un enrejado metálico de malla. Los tamaños y las formas de los gaviones dependerán de la configuración del terreno en donde es preciso colocar los parapetos.