POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
“Umbrío por la pena, casi bruno,/porque la pena tizna cuando estalla,/ donde yo no me hallo, no se halla/hombre más apenado que ninguno./Sobre la pena duermo solo y uno,/pena es mi paz y pena mi batalla,/perro que ni me deja ni se calla,/siempre a su dueño fiel, pero importuno./Cardos y penas llevo por corona,/cardos y penas siembran sus leopardos/y no me dejan bueno hueso alguno./No podrá con la pena mi persona/rodeada de penas y de cardos/: ¡cuánto penar para morirse uno!”
Ilustra el poema, a propósito de este tiempo de Cuaresma, la portentosa imagen del Santo Cristo del Pasmo, labrado por el escultor Juan de Juni (siglo XVI), que preside la capilla del convento de las clarisas franciscanas de Montijo (Badajoz), en el que el Hijo del Hombre es abatido, diciendo en la soledad ante la muerte con el poeta: “La pena tizna cuando estalla, donde yo no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno”. Su indefensa ternura, su tormento y su cansancio se hacen más visibles cuando los cardos atormentaron su cuerpo hasta no dejarle bueno hueso alguno. Así, rodeado de penas y cardos, parece no poder con la cruz ni con la pena su persona. Tremendo martirio.
En “Umbrío por la pena”, el poeta de Orihuela, Miguel Hernández, destila pena amorosa y medita sobre ella con angustia. “En cardos y penas llevo por corona”, vemos que Hernández es un verdadero maestro en estrangular y estrujar las expresiones. Y se asocian corona a pensamiento, más el comodín de la pena, evidenciando que su pensamiento está coronado por los cardos borriqueros de los caminos y la pena, que “siembran sus leopardos”, podría pensarse que el leopardo es el rayo amenazador, rayo que falta en este soneto, un rayo de uñas y garras de leopardo que salta sobre él. Explotando al final de los versos ¡cuánto penar para morirse uno!