POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Muy arraigado desde el siglo XIX, antiguamente el carnaval de Badajoz ofrecía dos vertientes: Su celebración por las clases acomodadas y los festejos populares.
En el teatro López de Ayala, Casino, Liceo, Gimnasio, Royalty, Centro Obrero y otras sociedades, tenían lugar lujosas fiestas y elegantes bailes de disfraces caracterizados por la imaginación y el buen gusto, en tanto que los jolgorios públicos se celebraban sobre todo en las plazas de San Juan y San Andrés. Por la calle Santo Domingo discurrían desfiles de carrozas y vistosas batallas de flores.
Las clases populares, por su parte, acudían al Patio de los Naranjos y otros lugares en torno a la Puerta de Trinidad, siendo uno de los actos más celebrados por este sector de la población la capea de un toro.
Durante décadas, con particular esplendor durante los felices años veinte del siglo pasado, el carnaval tuvo gran auge, mas a partir de 1931 su carácter de fiesta desenfadada, pero de buen gusto, cambió, pues grupos de gentes marginales con burdos atuendos y grosero comportamiento se apoderaron de ella hasta lograr la retirada del resto del vecindario, con lo que, salvo algún baile privado, el carnaval se convirtió en la versión más degradada de las carnestolendas, dominado por gente chabacana.
En sus momentos finales de los años treinta se reducía a la celebración de orgías del peor gusto en la Picuriña, que culminaban a orillas del arroyo Calamón, en torno al molino de la Tarasca, con la mayoría de los participantes ebrios. Como sería el nivel que hasta la populista II República debió prohibir las caretas, antifaces y disfraces completos, e imponer otras restricciones.
Finalmente, y no por resultar prohibido, como al final debió serlo ante los desmanes en que había desembocado, sino por la retirada de la población ante su zafiedad, el festejo acabó por desaparecer.
En Badajoz reapareció a partir de 1980 a impulso de varios grupos de amigos que se empeñaron en recuperarlo, en iniciativa que en poco tiempo alcanzó el auge que hoy presenta, para convertirse en una celebración que, tras pasar por diversas fases y alguna que otra dificultad, se ha consolidado como un gran acontecimiento festivo al que, lo que le falta de frescura, se compensa con la espectacularidad, quizá en exceso rígida, de su gran aparato.
Como es sabido casrnestolendas significa carne apartada, o prohibida. Prohibición siempre muy mal vista por los populistas. Aunque serán los propios populistas, muy probablemente, sin embargo, como esto siga así, los que acaben con ella en estos tiempos de tanta libertad. No con la carne de palpar, sino con la de comer. Porque, o el panorama cambia mucho, o en poco tiempo se verá al personal comiendo alfalfa mientras los que debían estar comiendo alfalfa viajan, descamisados, naturalmente, en los aviones del Estado comiendo solomillo.
¡Cosas del Carnaval de esta España carnavalera!
Fuente: https://www.hoy.es/