POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La casa de empeños es una institución que presta dinero de manera inmediata, ante una necesidad perentoria que en estos menesteres, funciona como una entidad prestamista. Pero, las verdaderas actividades de las casas de empeño consisten en admitir prendas a cambio de un dinero rápido, previa su valoración.
Allí quedan depositadas hasta que vuelven a ser recuperadas por sus dueños, previo pago de la cantidad que les fue dada, a la que se les añade los intereses acordados, más una cantidad pactada, en concepto de custodia de dichas prendas- generalmente joyas y lingotes de oro.
Sin embargo, en los pueblos pequeños, como es el caso de mi localidad, existían personas qué, de forma clandestina, prestaban dinero a las personas que se encontraban con serios problemas económicos y lo necesitaban de forma perentoria. Algunas veces, las menos, admitían prendas para ser custodiadas y devueltas cuando se rescatara el dinero prestado, más los intereses pactados y una tarifa por dicha custodia. Como es lógico, acudían, en su mayoría, el sector más deprimido de la sociedad uleana.
Este sistema de trueque, era muy frecuente en la región de Murcia, en épocas de crisis y, concretamente en mi localidad, desde principios del siglo XX, hasta la década de 1970.
Aquí entre otras, existían dos posadas: la del Tío Blas y la de Genaro, adonde acudían los menesterosos para canjear alguna prenda a cambio del dinero que precisaban de forma inmediata, o bien solicitar un préstamo de dinero, para devolver en la fecha acordada; previo pago de los intereses correspondientes.
La carga o gravamen, era muy elevada y, en bastantes ocasiones, se veían obligados a efectuar una renovación del préstamo, con el consiguiente incremento de los intereses que en el argot de los paisanos, se le llamaba gabela.
Muchas familias se veían incapaces de devolver el préstamo y como lo habían avalado con casas, corrales o huertas, se quedaban sin dichas posesiones.
En una de las posadas, se traficaba con cualquier clase de mercancía y, a veces, compensaban parte de los intereses, a base de servicios poco edificantes. Indignos diría yo.
En la otra posada, la persona que se encargaba de efectuar los préstamos, no aceptaba prendas, era una mujer analfabeta que disfrutaba de una memoria prodigiosa. Tanto es así, que no hacía ningún recibo al receptor del dinero y, en algunas ocasiones, una hermana las anotaba en un papel de estraza. Como no admitía joyas ni prenda alguna, la gabela era descomunal.
Raras paradojas de la vida; esta señora, vestía de forma andrajosa, se alimentaba de mala manera, recogía colillas de cigarros y dormía en el suelo, sobre unos cartones. Sin comentarios.