POR JOSÉ SALVADOR MURGUI. CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
«Hill Street Blues» fue una serie emitida en la cadena de televisión NBC durante los años 1981 a 1987; en España la conocimos como «Canción triste de Hill Street». Según la prensa fue un éxito tanto en la crítica, como para marcar nuevas líneas y tendencias en las famosas series producidas en Estados Unidos y que se propagan por todas las televisiones y medios de comunicación.
De esa serien nacieron ideas, se crearon historias y confabulaciones para las series dramáticas. Cada episodio contaba con un número de tramas, que se alargaban en capítulos que el público esperaba impaciente. Muchos de los conflictos ocurrían entre el trabajo y la vida privada de cada persona. En el trabajo había preguntas como ¿Qué es lo correcto? y ¿Qué he hecho?, en la vida privada ya sabemos lo que ocurre en esas historias siempre queda justificado lo que no tiene justificación. Por eso son series que marcan su influencia y que en ocasiones deseamos trasladar a nuestra vida real.
La vida real de Casinos, no tiene nada que ver con esa serie, aunque el título de este episodio, bien pudiera llamarse «Canción triste de las fiestas de Casinos». Nuestras fiestas hubieran empezado ayer, el programa seguramente hubiera sido ambicioso, divertido, muy repleto de actos y una perfecta organización.
Anoche se palpaba en el ambiente el silencio, la tristeza, la melancolía, la soledad, incluso ese sentimiento de dolor, ya que todo el mundo espera, todo el mundo necesita, todo el mundo desea ese encuentro con las fiestas, esa armonía entre las personas, ese hallazgo, esa convivencia que sirve para unir y no dividir, que consigue que el pueblo y sus gentes se encuentren y que hace posible regenerar la convivencia.
Son días para desterrar los rencores, los odios, las envidias, porque al fin y al cabo esos sentimientos de maldad que a veces nos acechan y nos corroen a lo largo de los días, son, por compararlos con algo, como una serpiente que llevamos dentro de nosotros, y cuando nos pica, y suelta el veneno los primeros que lo recibimos somos quienes hacemos posible que esos sentimientos aniden en nuestras entrañas. Por eso las fiestas son un motivo de paz, de unión y de generar fortaleza entre los vecinos de un pueblo.
Pero llegó el 2020 llegó con la fuerza que todos hemos vivido, poco a poco se han ido apagando cual velas de cera, las ilusiones, los momentos, los actos, el día a día, y ahora, ha sido el botón que tenía que arrancar en el mediero de agosto nuestras fiestas, el que se ha apagado, esperando que el interruptor se ponga en marcha en agosto del 2021. Un paréntesis tan real como preocupante, tan lógico como necesario para frenar los amargos males de una pandemia, que nadie esperaba y que todos directa e indirectamente hemos sufrido.
Anoche silencio, la noche de los Quintos, callada; la leña de las paellas no ardió, la orquesta no se oyó los bailes y las copas, quedaron reducidas a la nada; la noche, sin el parón obligatorio a la puerta del horno a la hora de saborear las «cocas en oli» para reponer fuerzas, dio paso al día de la cabalgata, con unas calles desiertas, abrasadas por el sol, y con el único disfraz de llevar cada uno su mascarilla, poniendo algo de imaginación, decoradas con variopintos colores, para alegrar nuestras caras.
Son las 21,17 cuando el reloj del ordenador marca la hora oigo en mi subconsciente las charangas, los gritos, los pitos, la música acompasada que acompañan los disfraces de los jóvenes; veo a lo largo de la calle el ruido y los gritos que deja el último tractor de los quintos, que ya lo han dado todo, las camisetas con los nombres escritos en la espalda, y las verdes cañas de la pista del arzobispo que adornan esa carroza repleta de refrescos para animar la tarde.
Ya pasaron los disfraces, unos muy ingeniosos, otros más divertidos; una colla, con pistolas de agua refrescando la tarde, otras bailando al ritmo de samba o de cha-cha-cha; TODOS pasaron por mi mente, y creo que por la de todos, era esa lista interminable de casi mil personas que llenan las principales calles de Casinos, repartiendo humor, alegría, belleza y fiesta.
Aquello fue el año pasado, el otro y el otro este año, silencio. Nos preguntábamos en la serie de televisión, «¿Qué es lo correcto? y ¿Qué he hecho?», lo correcto es quedarse en casa, que es lo que hemos hecho para prevenir males mayores. Pero en la mente de todos permanece el recuerdo, la esperanza y la ilusión en el renacimiento.
Es tarea de todos, es saber volver a empezar y debemos aplacar esas sensaciones encontradas, en busca de un sucedáneo que garantice la normalidad. Nunca estamos preparados para vivir ciertos momentos como los que nos depara el 2020, sin fiestas. El confinamiento causa daños colaterales, pero la sensatez y el buen hacer deben dejar paso, para poder devorar esa serpiente que a veces devora nuestra mente.
Silencio, calles vacías, luces apagadas, ilusiones conmutadas, pero el ingenio, la categoría, el brindis al sol, este año lo ha lanzado la Avenida de Valencia, desafiando al mundo, desafiando el mal su hermosa decoración, junto a los escaparates repletos de nuestros dulces, llama la atención, como siempre nos invita a entrar en nuestro pueblo, y nos dices BIENVENIDOS A CASINOS EN FIESTAS.