POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
La cultura de la muerte está cambiando a una velocidad asombrosa. La higiene de los tanatorios, secundada por los pésames «exprés» hace que veamos a la muerte como algo tan pasajero como secundario. Una muerte siempre es una muerte. La muerte de una madre, tenga la edad que tenga, por el hecho de ser madre, siempre deja la huella en el corazón de los hijos, o en el recuerdo de los nietos.
Si el difunto es joven, o no tan entrado en edad (no sé cómo definir el número de años capaces de acentuar el dolor), parece que se siente más. Si el finado es de avanzada edad y no ha vivido los últimos años entre nosotros, en la comunidad local, los vínculos se alejan y el olvido se acentúa.
Hace unos días, falleció María Dolores Garay, la pregunta era ¿Quién es?, los apellidos no son de Casinos, efectivamente así era, pero a la hora de anunciar este obitus, junto al nombre mencionado aparecía el entrecomillado «Viuda de Roberto Llavata.» A partir de ese momento todos los que han vivido una época en Casinos, saben de quien estamos hablando.
Efectivamente al entregar su último suspiro María Dolores, y querer ser enterrada en Casinos, junto a los restos de su esposo, se agolpan ante mi mente, recuerdos de este matrimonio padres de cinco hijos, que apenas han convivido entre nosotros, imagino que por razones laborares, pero que sabemos que son los hijos de este matrimonio.
¿Dónde viene el olvido? El olvido empieza por razones de edad, mucha de la gente que convivió con aquellas personas, ya no están entre nosotros y los que tenemos cierta edad podemos recordar algo de historia. Roberto Llavata, fue el primer hombre de Casinos, que hizo el Camino de Santiago, seguramente en la década de los años cuarenta, encontrándose con el que fue Arzobispo de Valencia Marcelino Olaechea Loizaga.
En 1946, recopiló en varias libretas los cantos populares de Casinos, escritos en tinta roja y decorados con los dibujos que el mismo autor hacía. Se puede ver alguna de esas libretas que han servido de guía para que no se perdieran los cantos en Casinos. Esas cosas se hacen sin pensar la importancia que tienen, pero que se conserven casi setenta años después de estar escritas, hablan muy bien de la persona que se encargó voluntariamente de realizar ese desinteresado trabajo.
También me regaló una crónica que escribió en 1954 con motivo del Año santo mariano, en la que cuenta la «Marcha Romería a la Cueva Santa» y de la que transcribo textualmente algunos párrafos: « emprendemos la marcha a pie los veinticuatro peregrinos a las tres y media de la tarde del día 15 de mayo. El cielo aparece cargado de nubes y algunas peregrinas cambian de calzado, cada uno lleva su equipaje provisto de paraguas y el peregrino más joven lleva enhiesta una imagen de nuestra señora de la Cueva Canta dibujada por nuestro compañero José María Muñoz.
Al final de la primera cuesta descansamos un momento, son las seis menos cuarto, la niebla impide ver los bonitos paisajes que desde estos altos se divisan, vamos cantando y empiezan a caer gotitas, inmediatamente se abren los paraguas, poco duró la lluvia, se cierran de nuevo, pero una peregrina se lamenta porqué lleva la falda almidonada y por la niebla se le estropeó el planchado que había efectuado.
Llegamos a Alcublas, dejamos el equipaje en una lujosa morada, descansamos un poco y fuimos a confesarnos con Don Alejandro; no cesa de llover, tenemos buen apetito. Unos momentos de reposo y después a dormir, con un buen servicio de camas, agua corriente, luz y demás comodidades » Así empezaba aquella crónica digna de aquellos piadosos años, una gozosa excursión, que al relatar el regreso nos dice así el autor:
«Llegamos a las Bodegas del campo, bebimos agua y parece que nos anima; nuevos cantos al estilo aragonés, las peregrinas aun saltan al son de las jotas, y ya se quitan las vendas de los pies. El cielo se despeja, ya falta poco para llegar al pueblo, y salen a esperarnos un grupo de mujeres que tiran tronadores en prueba de cariño.»
Prueba de cariño ha sido la vuestra, organista de la iglesia muchos años, músico de percusión de la banda Unión Musical Casinense, narrador de historias y guardián de relatos, acogedores cuando regentabais aquellos apartamentos de la Puebla de Farnals, y amigos de todos. Solo ocurre una cosa, que el tiempo sepulta a las personas, el olvido se adueña de los momentos, y a veces no sabemos poner cara a aquellos que dejaron en su vida los grandes escritos, o los buenos relatos que nos hablan de parte de la historia de nuestro pueblo.
Roberto en los años cuarenta supo dar la cara por ciertas personas, supo estar al lado de sus amigos, aunque a veces la respuesta no fue la que esperó. Hoy descansa en paz junto a su esposa, estas letras son un grato recuerdo de un hombre del campo, agricultor andante, que supo llenar de música las paredes de la Iglesia Parroquial de Casinos.
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