POR VALENTÍN CASCO FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE VALDETORRES (BADAJOZ)
El campamento romano de Valdetorres en los conflictos militares de los siglos II y I a.n.e. en el sur hispano
Autor: Francisco Javier Heras Mora
Un establecimiento multifásico: materiales y cronología.
El campamento de Valdetorres es ante todo un establecimiento multifásico y su secuencia debe
entenderse como reflejo de unas necesidades y acciones militares, partiendo del momento mismo de su fundación. Las razones son históricas y han de formar parte del decurso de la implantación militar en la región, en Hispania e incluso en el seno de la propia expansión occidental de Roma.
Por ello resulta clave apurar los límites de los intervalos cronológicos de cada una de sus fases, contextualizar históricamente cada reocupación y descubrir, en definitiva, ciertos detalles de la estrategia de la República a lo largo de prácticamente su último siglo de vida.
Con ese afán, en su estudio se han venido definiendo una serie de conjuntos materiales, “contextos” cerrados, cierto que con desiguales posibilidades, en función de su composición. El primero de ellos – contexto 1 – obedece al estrato que amortiza aquella primera estancia rectangular asentada sobre la nivelación del terreno y que, como anticipaba líneas atrás, se corresponde con la construcción de la muralla.
Componen este conjunto los primeros tipos importados, como un fragmento de ánfora ebusitana – T-8.1. de Ramón –, algunos informes de grecoitálica, otro de lucerna itálica de barniz negro y el pie de un ungüentario fusiforme, cuencos y tapaderas de origen itálico, como la del tipo COM-IT 7a. También reconocemos el perfil de un plato de barniz negro Campaniense A – forma L. 36 – y algunos fondos de pie anular en pasta anaranjada que recuerdan formas de barniz negro – L. 2 – , además de una reducida representación de cerámicas pintadas de tradición prerromana.
Por el escaso número de objetos y la amplitud temporal de los tipos representados, las posibilidades objetivas de este primer conjunto son a priori limitadas desde el punto de vista cronológico. El ánfora de tradición púnica acaso aportaría un referente para el siglo II a.n.e., a lo sumo y sin más concreción; las formas itálicas – lucerna y ungüentario – no son más útiles en este sentido, aunque sí denuncian una clara filiación romana para el conjunto, reforzada por la Campaniense A y las “imitaciones” de barniz negro. Con todo, el siguiente y posterior contexto probablemente ajuste en mayor medida el intervalo temporal, aportando una fecha ante quem, útil no obstante para acercar la fundación del campamento.
El segundo – contexto 2 – es sin duda el conjunto más numeroso y representativo desde el punto de vista cronotipológico.
Corresponde a aquel lecho cerámico bajo el suelo de uno de los espacios que definían el segundo momento del campamento. Por su cualidad aislante, los fragmentos que incluye fueron en buena medida seleccionados, incorporando los más gruesos y de mayor tamaño. Las ánforas son, por esta razón, las más numerosas en la muestra, en su mayoría grecoitálicas “de transición”, las de origen suritálico y “tripolitanas” o “africanas antiguas” de pastas rojizas y de engobe amarillento; una de ellas con pasta ocre-verdosa, de posible procedencia norteafricana, con un sello de Tanit sobre el cuello. Otros tipos, aún minoritarios, son las cilíndricas de ascendencia púnica, del tipo T-9.1.1.1. de Ramón, también llamadas “de los campamentos numantinos”, y un interesante ejemplar de ánfora Rodia. La cronología de todas ellas abunda en el intervalo del tercer cuarto del siglo II a.n.e., aunque tal vez el dato más relevante a efectos cronológicos sea el que proporciona esta última, a partir de los sellos sobre las asas. Uno de ellos contiene el epónimo, el nombre del magistrado rodio del momento, Ἐπ̣ὶ̣Τε̣ιμ/οθέου – [año de] T(e)imotheos-, y Δαλίο[υ] – [mes de] Dalios – ; la otra marca estampada representa un ancla, que alude al nombre del fabricante Λυσίωνος, Lysion. Con ello, logramos una interesante aproximación cronológica, coincidente con las otras ánforas y más concluyente, en el intervalo del 133-129, quizás ca.131 a.n.e., propuesta por G. Finkielsztejn (2001).
Además de las ánforas, el segundo grupo cerámico con mayor presencia lo integran las formas comunes de cocina itálicas, como la conocida Vegas 2 – COM-IT 1a del Dicocer – , las cazuelas, fuentes y los habituales opercula. Tampoco faltan botellas y jarras de posible origen púnico-gadirita, platos o fuentes de pastas rojo-anaranjadas oxidantes, que reproducen los característicos perfiles de las formas L. 5 y L. 6 de barniz negro, y contenedores de almacén romanos e incluso parte de un tonel, ilustrativo recipiente para el transporte animal asociado a tradiciones
peninsulares. Resaltaré además la aparición de un vaso “ibérico” tipo kalathos, decorado con pintura roja a bandas y segmentos de círculos concéntricos, paradójicamente habitual en los contextos militares u oficiales romanos del tercer cuarto del siglo II, como los contextos fundacionales de Valentia, de la fortificación del puerto de Lisboa, los silos de ese momento de Ampurias o del cerco escipiónico de Numancia (Sanmartí, Principal, 1997; Aquilué et al., 2002; Álvarez et al., 2003; Ribera, 2010; Principal, 2013; Pimenta, 2014).
El tercer contexto analizado corresponde al nivel de abandono de la estancia anterior.
Contiene algunos fragmentos de barniz negro, entre ellos el depósito de una lucerna Ricci E y un vaso que reproduce la forma L. 2, pero sin el acabado negro de las anteriores. Aparecen por primera vez representadas las ánforas Dr. 1A de pastas vesubianas, sin descartar que, entre el resto del material informe, algunos fragmentos puedan pertenecer a otro tipo de contenedor de origen similar, como las grecoitálicas. Se repiten además, la mayoría de las formas de cocina que ya aparecían en la fase anterior, como las ollas Vegas 2, que aquí son ya abundantes, las tapaderas planas de pie anular, las de perfil y un fragmento de lagynos de pasta blanca. Destacan dos morteros de borde bífido, que recuerdan producciones surhispánicas o norteafricanas de tradición púnica.
El cuarto conjunto material está relacionado con aquel pavimento de ladrillos romboidales
que, recordemos, ya suponen una llamada de atención por su presencia en uno de los ambientes más destacados del campamento de Cáceres el Viejo.
Sobre la superficie que marcan esos ladrillos, como documentos materiales más concluyentes volvemos a documentar aquellas ollas itálicas y otros tipos de cocina, como jarras de posible ascendencia púnica y los opercula, además las gruesas tapaderas de ánfora. En ámbito de la vajilla fina, acaso resaltar parte de un vaso de paredes finas Mayet II. Ya en el aparato anfórico, destaquemos algún ejemplar de Dr. 1A y fragmentos de otras de origen adriático – por sus característicos barros con inclusiones volcánicas rojas que pudieran corresponder a las habituales L. 2 de los contextos militares de inicios del siglo I a.n.e., como el campamento cacereño.
Su relación estratigráfica con los contextos anteriores, más determinantes cronológicamente, y la ausencia de ítems propios de momentos avanzados del siglo I a.n.e., como las variantes B o C de las ánforas Dr. 1, las Ovoide 1 o Haltern 70, pudieran llevarnos a fechas propias del primer cuarto o primera mitad de esta centuria.
Los propios ladrillos losanges y su ajuste al módulo de las piezas de Cáceres el Viejo, tal vez, nos lleve a mantener cierta sincronía con él.
Tras este sucinto repaso, podemos concluir en una triple ocupación del campamento de Valdetorres, sin perjuicio de subfases o de que, al incorporarse nuevos datos, conozcamos una vigencia mayor del enclave, más allá de los límites temporales que venimos fijando. Por ahora, cabe sostenerse una fecha de fundación para el establecimiento militar comprendida en el tercer cuarto del siglo II a.n.e. Esta propuesta viene avalada por aquel primer contexto material, por su asociación con las estructuras alineadas con la muralla y, en términos relativos, por la cronología extraída del análisis del segundo conjunto material cerrado. En esta línea, supongamos la corta vida útil de una frágil ánfora vinaria oriental transportada hasta un campamento de interior, cuyo suministro logístico está sometido a la duración de las distintas campañas militares en suelo hispano. El interesante dato cronológico del ánfora rodia – ca 131 a.n.e. – , en perfecta sintonía con las “campamentos numantinos”, las “africanas”, grecoitálicas y, en definitiva, con la composición de otros conjuntos peninsulares bien calibrados y de ese momento, reporta cierta seguridad en aquel sentido.
Cuestión bien distinta es ya el abandono del campamento. Los tipos cerámicos presentes en el último estadio de la secuencia estratigráfica de Valdetorres alcanzan una escasa representación. Las certezas y precisiones en el ámbito cronológico son pocas, aunque sugiero cierta proximidad al enclave cacereño, con el que comparte determinados aspectos materiales.
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