POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
El Instituto de Estudios Giennenses ha dedicado este año un seminario al Nobel Camilo José Cela, en los cien años de su nacimiento. Pocos saben que su novela “La familia de Pascual Duarte” es la obra más traducida en el mundo, tras El Quijote. Los españoles somos así. Nos regodeamos en nuestras miserias y minimizamos las grandezas. Las leyendas negras contra España, que han sido varias, las hemos fabricado muchas veces dentro. Porque la envidia es el primero de nuestros pecados capitales. Por eso hemos hecho muy bien homenajeando a Cela en Jaén. Porque se lo merece. Y porque don Camilo- CJC, como a él le gustaba que le llamara- tuvo bastante relación con esta tierra. Vino como viajero anónimo, cuando la emigración desangraba muchos pueblos. De su paso por nuestra tierra dejó una bella crónica, Primer viaje andaluz. Sin embargo muchos andaluces no han leído esta gran obra, que dedica el capítulo cuarto a Jaén. Sin olvidar que dos de los diseñadores de sus libros eran giennenses, Zabaleta y Goñi, artistas universales. Al primero se le conoce más por estos lares; al segundo, poco todavía. Ya lo he dicho, el chovinismo no es nuestro mayor defecto. Para rematar, el ultimo secretario y discípulo que tuvo CJC hasta su muerte es de Begijar, Gaspar Sánchez, profesor de Literatura, que hizo el doctorado bajo la dirección del Nobel y compartió cinco años con él, en Guadalajara y Madrid. Gaspar nos ha ayudado mucho a organizar este seminario, y ha facilitado que la familia de Cela nos acompañe. Por eso podemos hablar ya del segundo viaje de Cela Andalucía, porque su hijo Camilo José, y su hermano Jorge nos han visitado en calidad de conferenciantes. Yo creo que les ha gustado esta tierra. Y a nosotros nos han gustado ellos.
Fui incipiente lectora de Cela porque a mi padre era admirador del escritor. En mi pueblo alpujarreño, Cádiar, no había ni librería ni biblioteca pública por aquellos años. Pero mi padre aprovechaba cualquier viaje a Granada para comprar sus libros. Como no había mucho donde elegir en casa, me leí pronto el Quijote, en una gripe larga que pasé. Y a nuestro CJC. El “Viaje a la Alcarria” y “La familia de Pascual Duarte” es lo primero que recuerdo de él. Leí también, ya en la universidad, “San Camilo 36” y “La colmena”. En la biblioteca de mi padre estaba Mazurca para dos muertos, y él regaló poco antes de morir, Cristus versus Arizona. La verdad, ese libro me gustó menos. Tampoco me enganchó como los otros Madera de Boj, su última obra, aunque doy mi palabra de honor de haberlo leído hasta la última hoja. En ellos sigue vivo el gran don Camilo. Aparte, este libro, difícil de leer, me lo regaló con gran cariño un amigo que ya no está, don José Juliá, de Santisteban del Puerto, persona culta, educada, amante de la obra de Cela, me recordaba un poco a mi padre. Por entonces una servidora, que jamás se cruzó con CJC, ya le conocía bastante mejor. Eso fue gracias a otro libro que he leído varias veces. Lo publicó C. J. Cela Conde, poco antes de que le dieran el Nobel. Se llama “Cela, mi padre”. Yo tenía a Cela en un pedestal como escritor, pero me lo imaginaba diferente en el lado humano: demasiado serio, algo provocador. No sé por qué, pensaba que escribía sin esforzarse mucho, y que siempre fue un ricachón de familia muy ilustre. Me equivocaba. Este libro de su hijo lo humaniza. Gracias a él supe que existían muchos Cela en uno solo. Supe que era un señor amable, generoso, trabajador, que tenía un sentido del humor increíble. Y me ratificó en algo que sí conocía de él: fue leal con sus amigos, incluso en momentos muy difíciles de la posguerra. Un epistolario del bibliófilo Rafael Rodríguez-Moñino, que recoge fotos y cartas de Cela, no deja la menor duda al respecto. Una virtud que una servidora valora muchísimo, la de la lealtad, y que le permite subir la nota a don Camilo. Por cierto, la cofradía la Cachara de Palo lo nombró comendador. Suarez Gallego lo recordaba recientemente en una excelente columna de prensa. Cuenta que don Camilo le confesó que esas alturas de su vida sólo le importaba que lo quisieran. Eso tienen los grandes, que no se les sube a la cabeza la fama; que no son inaccesibles, salvo que alguien obstaculice el paso a su casa; y que no se les olvidan los viajes que hicieron, cuando eran menos ricos y más intrépidos, por unas tierras que, como ellos, una vez fueron pobres. Con la familia de don Camilo pasa igual. Basta con estrechar una mano y ya tienes un amigo. Bienvenidos a Jaén. Aquí siempre se recibe bien al que llega con el corazón abierto. Eso lo comprobó aquel viajero anónimo que de cuando en cuando encontraba un valedor en estos lugares, como Rafael Laínez Alcalá, profesor en Salamanca, quien le contó cosas sobre Úbeda. A don Camilo le enamoró la ciudad, y la vecina Baeza. Tenía intuición y se equivocaba poco, porque miraba mucho. Por eso escribió párrafos como éste, adelantándose al tiempo: “A Baeza, como a Úbeda, lo más inteligente seria declararlas monumento nacional enteras y verdaderas y tal como están”. Pues sí, lleva usted razón. Gracias por venir, y por volver!