POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
La soledad, decía mi padre, nunca ha sido buena compañía, pero el escritor la necesita para crear; pocas obras dignas se escribieron a cuatro manos o a dos hígados, o tres; no encuentro ejemplos entre las mil mejores; hay casos, claro, Borges-Bioy, Dumas-negro (perdón por lo de negro y por lo de Dumas), pero, donde está la soledad… Dijo Greta Garbo en “Grand Hotel”: “I want to be alone” (Quiero estar sola), y cerró la puerta de su habitación 170, la ventana, las cortinas, se quitó las bailarinas y el cancán y se puso el albornoz.
Así la cena de empresa de un escritor, la cena de fin de ejercicio, solo y en pantuflas para celebrar la subida de la cuota de autónomos y la mejora de prestaciones sociales para el supuesto de que las musas se vayan a espulgar un galgo. Nuestra suerte se juega en casa, cerca de los sueños, dueños de la noche donde todo está permitido, incluso ponerle mi nombre a una flor.
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