POR CÉSAR SALVO, CRONISTA OFICIAL DE VILLAR DEL ARZOBISPO (VALENCIA)
Lo primero que quiero reseñar es que todavía hoy hay mucha gente de nuestro pueblo que lo nombra erróneamente como cerro Castelar; inclusive la rotulación de la Avenida que lleva su nombre lo hace al norte con esta nomenclatura y al sur con la correcta. En fin, al parecer es un fenómeno lingüístico que impide a determinadas personas palatalizar la pronunciación de una palabra derivada del latín castellum que dará castillo en castellano (otro derivado) y Castell en valenciano, curiosamente ambas mantienen la palatalización; o tal vez pueda ser una confusión con Emilio Castelar, presidente de la I República española entre 1873 y 1874.
Su enorme silueta, con el farallón rocoso que hay en su cima a 695 metros sobre el nivel del mar, se yergue al norte del pueblo y es un punto geográfico emblemático para El Villar por cuanto ha sido el testigo mudo del devenir de los tiempos para este pueblo serrano que se estableció a sus pies y que ha sido desde siempre telón de fondo sobre el cual han visto los viajeros por estas tierras el magnífico conjunto urbano que, en palabras de Vicente Llatas Burgos “parece un transatlántico en la noche surcando un mar de olivos”.
Estuve un buen rato sentado a los pies de la cruz de aluminio allí puesta el 9 de abril de 1993 por Jesús Benedí; era día de Viernes Santo, circunstancia que aproveché para escribir un artí¬culo titulado “La Crucifixión del Cerro Castellar” (RevistAteneo, nº 4, agosto 1993, págs. 34-35). Sustituía esta cruz a una de cemento erigida en 1942 tras la guerra civil, supongo que para “instituir” la adscripción católica de un pueblo que había sido titulado “de la Libertad” y gobernado por socialistas y anarquistas desde 1931 hasta 1939, y que con el tiempo había caído y se había roto; se hizo aprovechando las piedras de los cimientos de la torre allí existente. Con esta actuación se cometió un atentado al patrimonio histórico de nuestro pueblo que fue denunciado en su momento frente al alcalde de la época Luis Aparicio (por el que esto escribe y acompañado por José Luis Valero, concejal de Cultura) y posteriormente al S.I.P. de la Diputación de Valencia, quien en aquel momento se compro¬metió a retirar la cruz y proceder a la excavación del yacimiento, algo que hemos podido evidenciar no llegaron a cumplir.
En dicho artículo recordaba que el cerro era y es un yacimiento ibero de relativa importancia, recogido en el Inventari de Jaciments Arqueològics de la Conselleria de Cultura, en el cual está definida la existencia de la base de una torre rectangular de 8×2 metros; y también por Llatas Burgos en su publicación “Estaciones prehistóricas, ibéricas, romanas y árabes de Villar del Ar¬zo¬bis¬po y colindantes” (revista Saetabi, nº 28, tomo VI, Valencia, 1948) y en la Carta Arqueo¬lógica de Villar del Arzobispo y su comarca (Llatas Burgos, Archivo V.Ll.B., Ejemplar 6, 1955), donde se describe como un poblado dividido en dos zonas rectangulares rodeadas por una recia muralla de 2,5 m. de grosor donde se recogieron restos cerámicos pintados y sin pintar y también helenísticos, además de una moneda ibera con cabeza varonil mirando a la derecha y dos delfines (anverso) y un jinete con palma la leyenda CELSE (reverso); añadir que, desafortunadamente, no se conservan. Tenía un carácter defensivo y de atalaya de vigilancia, pues se comunicaba visualmente con otros yacimientos iberos de la Edetania, como el Puntal dels Llops (Olocau) y la Monrabana y Castillarejo de la Penyarroya (Llíria). Durante las dos guerras carlistas fue punto estratégico de estos para hostigar a los isabelinos cuando ocupaban el pue¬blo, como comenta el propio Llatas Burgos en sus Efemérides de las guerras carlistas en el Villar (Ayuntamiento de Villar del Arzobispo, 1993).
Decir que desde allí se observa el mar Mediterráneo en días claros y que la mañana que estuve allí pude contemplar numerosas y variadas mariposas revoloteando entre las plantas que allí crecen; se dice que la presencia de estos bellos y coloridos insectos es prueba de la salud del ecosistema. En el artículo aludido acababa con un párrafo que voy a reproducir: “Y tan importante es para nosotros la desaparición del retablo cerámico de S. Caralampio (c/ del Hospital, frente a la tienda de Pañero), o de la antigua posada de la calle de San Blas (catalogada como edificio singular en el libro Arquitectura Popular Española) o la desaparecida ermita de San Roque o el deterioro y agresiones que padece la ermita de S. Vicente, milagrosamente en pie, y tantas otras que cabría enumerar…”. La conclusión es el escaso interés por nuestro patrimonio para el conjunto de la sociedad villarenca.