POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
En el partido de cuartos de final del Open de Nueva York, jugaba Nadal contra el tenista de 19 años, Rubliov, y el siempre cabal y muy atinado comentarista, Corretja, contaba que Rafa fue el ídolo de Rubliov; confesó que también él tuvo en su habitación dos póster, uno de Lendl y otro de Edgber, hasta que un día se enfrentó a ellos en la pista; tras jugar esos partidos fue a su dormitorio, arrancó los carteles de la pared y dijo: “Soy un profesional, como ellos, debo respetarlos, no idolatrarlos”. Pues bien, yo tardé más tiempo en caer de la burra, no sólo con los escritores, creadores de ensueños, también con los políticos, hacedores de realidades; ya no los admiro y a algunos tampoco los respeto; en cambio, vuelvo a la infancia, a apuntar alto, al Cielo, y adoro más que nunca a la Santina. Es más, en ocasiones, como Luis XIV, el Rey Sol, o aquella Lulú, de Cacharel, creo que la Santina soy yo.
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