POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Cuando todos llegamos a cierta edad nos mimetizamos en «abuelos Cebolleta» y, quiéraslo o no, siempre caemos en el vicio de contar nuestro pasado.
No, no lo hacemos por presentarnos como ejemplo de algo sino, sencillamente, por revivir una historieta que nos haga sentirnos jóvenes.
Pues después de este prólogo, prefacio, introducción u obertura, vaya mi «cebolletada» de hoy.
Cumpliendo mis prácticas de Alférez de Ingenieros en Salamanca, año de1963 (es decir, superado el medio siglo), tuve la gran suerte de conocer toda la vida salmantina en su variadísima amplitud de arte, costumbrismo, gastronomía… y etcétera, etcétera, que decía el poeta.
Allí aprecié el singular sabor de la sangre frita y encebollada, el asombroso maridaje de huevos fritos con farinato, la suavidad incomparable del bollo maimón; la simpática asadura a la plancha de las criadillas de toro… Y con ello, la chanfaina, el hornazo (un a modo de empanada con el que los estudiantes obsequiaban a las putillas el lunes de aguas), las patatas revolconas, las lentejas con chorizo…
Bueno, pues en aquellos paseos de atardeceres salmantinos descubrí un pequeño bar en el parque de la Alamedilla -no recuerdo el nombre del establecimiento- cuya especialidad era, además de sus vinos (creo que de la variedad Rufete y de Juan García), la preparación de CHAMPIÑONES RELLENOS.
Grandes, blancos, frescos y con un relleno que el cliente solicitaba: picadillo de carne, picadillo de chorizo, bonito…
¡Qué delicia, señores, y qué recuerdo imborrable!
Ha pasado más de medio siglo y sigo con la enseñanza aprendida del bar salmantino.
Y así, hoy, en añoranza de alférez y de químico jubilado, me dije: «¡Hoy toca rellenar champiñones con gambas al ajillo!».
Y dicho y hecho.
Les cuento el proceso.
Compré una bandeja de champiñones grandes, blancos y muy frescos. Les eliminé el «tallo» y la cutícula exterior y, lavados y escurridos, los pasé a la plancha de modo que resultaran un poco al dente.
Aparte, preparé al ajillo unas colas de gambas y con ellas rellené la parte cóncava de los champiñones (2 gambas por champiñón) bañando el conjunto con el aceite y el ajillo de fritura de las gambas.
Dispuestos los champiñones en el centro de un plato redondo grande, adorné con una corona de láminas de tomates de Somió (exquisitos) y trozos de huevo cocido.
El tomate lo complementé con un chorrito de aceite virgen extra con DO Monterrubio de la Serena.
Y dentro de una media hora… ¡¡¡A comer!!!