POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANÉS, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
En estos meses verano Chiclana se transforma como ciudad cuando llegan nuestros turistas. Vienen a nuestras playas sostenibles, al tiempo que conocen nuestro patrimonio histórico y cultural: iglesias, museos, rutas históricas y naturales, gastronomía, celebraciones festivas y… los conciertos de Sancti Petri. Se incorporan a la población para dar más color, sabor y alegría a una ciudad que disfruta de ella todo el año. Algunos repiten, que es importante, otros son nuevos. De alguna manera todos, junto a nosotros, convierten el verano en un tiempo lleno de sensaciones y emociones hasta finales de septiembre, cuando La Barrosa es más nuestra que en ningún otro mes del año. En este periodo estival bullicioso, despreocupado, también llegan los calores. Este año el calor, desafiante en toda España y Europa, ha disparado el termómetro; aquí tolerable si no entra el Levante, y aún así, refresca por la noche.
Haciendo referencia a los calores leemos, de julio de 1846, en el periódico “El Popular de Sevilla” la siguiente noticia: “En los paseos, en todos los parajes de concurrencia, se echa de ver la gente que ha emigrado, huyendo de un calor de 36º y 38º. Así es que todos los vapores van llenos de familias que se distribuyen entre Cádiz, Chiclana, Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda. Entre tanto que nuestra ciudad se halla cuasi desierta, sin espectáculos y sin pasatiempo de ninguna clase, las poblaciones hermosísimas que circundan la encantada isla gaditana, se encuentran animadas por la muchedumbre que concurre á disfrutar de la templanza de un clima, refrigerado por las suaves brisas del Océano”.
Una brisa del Atlántico que determina un clima moderado con viento predominante del Oeste; una brisa atlántica que nos alivia de las altas temperaturas que han sufrido en el centro y norte del país. Nuestro clima ha sido siempre benigno y sano favoreciendo la llegada de forasteros y viajeros a lo largo de nuestra historia. Antonio Ponz (1794), un viajero ilustrado, bautizó acertadamente a Chiclana con el sobrenombre de “quitapesares de la gente acaudalada de Cádiz”. En el siglo XIX el conde de Maule (1813) la llamó “lugar privilegiado para el recreo”. Otro viajero, el norteamericano Mackenzie (1829), dijo que era “lugar precioso y agradable”. También Richard Ford (1855) la renombró como la “Botanic Bay”. Y así otros más.
Hoy, Chiclana, sigue siendo el quitapesares de propios y foráneos de Cádiz y su provincia; de otros muchos lugares de España y “parte del extranjero”, como dijo el castizo.
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