CHUPA SANGRE
Feb 04 2017

POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Museo Naval Madrid. Instrumento para hacer sangrías (siglo XVIII). / Foto A.L.Galiano.
Museo Naval Madrid. Instrumento para hacer sangrías (siglo XVIII). / Foto A.L.Galiano.

Dentro del lenguaje cotidiano, cuando vemos a una persona que se aprovecha de otra, que se pega al amparo de su éxito, o se beneficia descaradamente del apoyo de los demás; no dudamos en calificarla como ‘chupa sangre’. Pero esto, que es frecuente entre humanos, no lo es tanto en la ficción si se nos presenta a un personaje como Drácula, inmortalizado y nunca mejor dicho, por el novelista irlandés Bram Stoker, aunque sea convirtiéndolo en vampiro, por aquello de que esta especie de murciélago se alimenta de sangre de los mamíferos de gran tamaño como el ganado equino o bovino. Pero chupa sangres encontramos en todo el abanico de insectos y anélidos que para sobrevivir se alimentan de la sangre de otros. Así, desde las ladillas que hacen de las suyas en el vello púbico, pasando por los mosquitos que cuando pican, hasta las sanguijuelas cuya utilización se remonta a más de tres mil años. Estas últimas eran las que servían al sangrador, más bien maestro sangrador, para extraer de las venas pequeñas cantidades de sangre con la creencia de que, con esta manera el enfermo sanaría. Sin embargo, si bien en ocasiones se alcanzaba un resultado placebo, en otras, lo que se conseguía era complicar más la salud de dicho enfermo. También, en ocasiones, los sangradores empleaban instrumentos más sofisticados para ejercer dicho trabajo.

Aquel que ejercía este oficio y que recibía dicho nombre de sangrador, muchas veces también trabajaba como barbero y sacamuelas, y de alguna manera estaba próximo a los profesionales de la medicina en siglos pasados.

En Orihuela, en 1754 existían tres sangradores, uno de ellos, llamado Gregorio, hijo de Pedro Raymundo, que había contraído nupcias con Rosa García, hija de Manuel García y Vicenta Vier, y de cuyo matrimonio habían nacido seis vástagos: Antonio, Casimiro, Francisco, Joseph, Teresa y María.

El día de Todos los Santos de 1753, el citado Gregorio Raymundo otorgó testamento ante Bautista Alemán, dejando sin efecto otro anterior ante el notario Pascual Linares, pero el interesado «no se acordaba del día, mes y año».

No debía tener una economía muy boyante puesto que no se hace referencia a propiedades y sólo dejaba mandas para la salvación de su alma. Así, además de ordenar que una vez que hubiera fallecido, su cuerpo fuera vestido con el hábito del ‘Serafín San Francisco’ y enterrado en la iglesia parroquial donde muriese, pedía que a su sepelio asistieran cinco clérigos y cuatro pobres alumbrando con hachas. Mandaba que el día de su muerte, si era hora «competente» o al siguiente, se le dijera una misa cantada de cuerpo presente, así como que se le dijeran sesenta misas rezadas de la limosna adecuada, celebrándose por mitad en la parroquia donde fuera soterrado y en el convento de San Francisco de la población en la que había expirado. Por lo demás donaba un real de plata a cada una de las siguientes instituciones: Píos Lugares de la Casa Santa de Jerusalén, Hospital General de Valencia y para la redención de cautivos.

Por supuesto que en el caso hipotético de que le adeudasen alguna cantidad o por el contrario él fuera deudor, hacía responsables del cobro o del pago a sus legítimos herederos, que lo eran sus seis hijos por partes iguales. Para los cuales designaba como tutor, además de como albacea a Pedro Martínez, vecino de Orihuela, al cual le otorgaba plenos poderes para que tomase de sus bienes las cantidades necesarias a fin de cumplir con sus obligaciones. Actuaron como testigos el sacristán Joseph Rodríguez, Joseph de Aguilar y Manuel Bidad.

Hasta aquí, salvo la no especificación de los bienes que poseía, todo estaba dentro de lo normal, incluso al especificar que su mujer había acudido al matrimonio sin aportar dote. Pero este último asunto se intentó aclarar cuatro meses después, el 8 de marzo de 1754, al celebrar «cartas entre partes». En ellas se establecía que los padres de la esposa le ofrecieron como dote 152 libras, las cuales Gregorio reconocía que las había recibido, pero que al no poder entregarlas, renunciaba «la excepción de la nom numerata pecunia», que podríamos interpretarlo como que declinaba el percibirla, otorgando recibo de ello a sus suegros, comprometiéndose a que dicha cantidad sería imputable a todos los efectos a su esposa, quedando para ella, aunque el matrimonio se disolviera. De igual forma, declaraba que al acceder a dicho matrimonio no aportó ningún bien, pero al fallecer su padre heredó 250 libras que las invirtió en la adquisición de su casa, lo cual la esposa ratificó, prometiendo que siempre dicha cantidad sería capital y patrimonio de su esposo. Todo quedaba atado y muy bien sujeto, y para ello firmaban los testigos, Bautista Alexandro Alemán, Joseph Limiñana y Christóbal Rodríguez, maestro del Arte de la Seda.

Aquí, el bueno del maestro sangrador, demostró que no quería seguir el mismo camino que las sanguijuelas que empleaba para succionar la sangre de sus clientes, y que favorecía a su esposa, e indudablemente a sus seis hijos como herederos legítimos.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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