POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
En estos días se cumplen los cien años justos en que se concluyó y se puso a la admiración pública el mausoleo que contiene los restos mortuorios de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, en la cripta del gran Panteón de su familia. Conviene decir algunas cosas sobre esa pieza de arte tan relevante, por homenajear al autor, y a la comitente.
Primero de todo, hay que decir que este mausoleo tan llamativo no lo encargó personalmente doña Diega. Ella había contratado al joven escultor Angel García Díaz en numerosas obras suyas, para que plasmara en esculturas algunas ideas, patrocinios y emblemas. Así le encargó que tallara y pusiera en el tímpano de la entrada a su iglesia de San Sebastián (hoy Maristas) el martirio del santo romano. O el gran escudo heráldico que rodeado de una parafernalia vegetal y efébica preside la fachada principal de su Fundación “San Diego” (hoy Adoratrices). Ella se empeñó en que no se tallara su figura, ni se pusieran en bulto los atributos de su existencia. Pero al morir (ella sola, en su habitación de hotel, en Burdeos, en marzo de 1916) el panteón familiar quedó como esperando, –recién acabado– memorar su vida. Todos sabemos del entierro que se la dispensó, el 17 de marzo de ese año, cuando el tren llegó a la estación del Henares, y un cortejo fúnebre se alargó desde ella hasta el panteón… miles de personas asistieron a la conducción de los restos de “la madre de los pobres” a la que todos sin excepción lloraron.
Así es que se procuró, por parte de los herederos, que se tallara con la solemnidad y el gusto que le correspondía a “la señora” un mausoleo que contuviera sus restos. Para colocarlo en el centro de la cripta del Panteón, rodeada de las lápidas de sus ancestros, y de las coronas que le dedicaron todos los estamentos de la ciudad. El encargado de tallar ese mausoleo fue Ángel García Díaz, su escultor predilecto. Y a ello se puso en el mismo año de la muerte de Diega, acabándolo cinco años después, en la primavera de 1921, hace ahora justamente un siglo. De ahí este recuerdo.
El mausoleo
El enterramiento de la duquesa de Sevillano es un prodigio de técnica escultórica, y de simbolismo. García Díaz utilizó su gubia sobre cuatro piedras diferentes: el basalto de la basamenta, y los mármoles de Alicante, Granada y Santander que le proporcionaron. Los mejores de España.
La pieza se compone de dos grupos de figuras escultóricas. Delante aparecen sobre alto plinto de basalto tres ángeles de blanco mármol. El ángel central lee en una larga filacteria que sujetan en sus extremos los otros dos ángeles acompañantes. Idealmente suponemos que canta las virtudes de la dama, pidiendo que para ella se abran las puertas del Paraíso; el de la derecha lleva un lirio en su mano, símbolo de la pureza virginal de la señora, que siempre permaneció soltera; el de la izquierda sujeta un pequeño ramillete de rosas, símbolo de su caridad.
Detrás surge el grupo de cuatro figuras marmóreas que trasladan sobre sus manos, como si no tuviera peso, el ataúd ricamente cubierto de tejidos en los que se labran las armas de la duquesa, y bajo los que la imaginada madera transporta los restos mortuorios de la noble dama. Tres de esas figuras son ángeles, y una cuarta es una mujer joven. La caja con los restos se cubre (todo tallado en la piedra, por supuesto) de las telas que sirvieron de paño mortuorio, y a la cabecera un almohadón en que apoya la corona ducal. El movimiento, la monumentalidad y la fuerza romántica del conjunto es tal que realmente impresiona a quien lo contempla por vez primera. La sensación es de movimiento, como si en ese momento los ángeles, de delicada complexión, hicieran un esfuerzo por levantar desde el suelo el féretro, que debe suponerse muy pesado.
La basamenta de este segundo grupo es también de basalto, durísima piedra en la que se tallan animales fabulosos, y unos medallones que, por delante, representan en mármol blanco el retrato de la duquesa, y por detrás ofrecen tallada la leyenda explicativa de la propietaria. Dice así el epitafio: «Este mausoleo encierra los restos mortales de la Excma. Sra. Doña María Diega Desmaissieres y Sevillano, Duquesa de Sevillano, Condesa de la Vega del Pozo, Marquesa de los Llanos de Alguazas y de Fuentes de Duero. Nació en Madrid el 16 de junio de 1852. Falleció en Burdeos el 9 de marzo de 1916. Sus herederos, admiradores de sus virtudes, modestia y generosos proyectos terminaron este monumento funerario en el año 1921. R.I.P.»
EL ESCULTOR
Algo he hablado anteriormente de Ángel García Díaz, el autor de este romántico mausoleo (Nueva Alcarria, 13 febrero 15). No dejo ahora de recordarle, porque a pesar del olvido en que cayó tras su muerte, mediado el siglo XX, la calidad de su obra le alza entre los mejores escultores del arte hispano.
El escultor preferido de doña María Diega Desmaissiéres resultó ser un artista que a pesar de sus enormes cualidades técnicas y su inspiración llena de fuerza y sugestión, ha pasado casi desapercibido para la historia del arte español. Ángel García Díaz había nacido en Madrid, en 1873. Formó desde muy joven en el grupo de artistas que saliendo del romanticismo se aplicaron al nuevo movimiento simbolista, coleccionando sus primeras sabidurías bajo las lecciones del afamado Francisco Bellver y de los oficiales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Como muchos de ellos viajó a Roma, pensionado por la mencionada Real Academia con la beca Piquer. Allí en la Ciudad Eterna permaneció tres años, y dos más en París.
Muy joven todavía, en 1892, obtuvo un premio en la Exposición Internacional por sus obras «Retrato del Excma. Sr. D. Ramón Vigil, obispo de Oviedo» y «Giotto adolescente». Más adelante, en las exposiciones generales de 1895 y 1897 también cosechó algunos triunfos, como lo había hecho previamente en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. En 1899 ganó la medalla relativa a la Escultura Decorativa.
En Roma trabó conocimiento con otros artistas españoles de la época, y muy especialmente con el pintor Alejandro Ferrant. Destacó también como decorador, y así en la Exposición de 1904 en Roma ofreció a la admiración pública «La planta del Senado», y la escultura titulada «En la vía de la vida».
A su vuelta a España entró al servicio de doña María Diega Desmaisieres, que le encargó diversas esculturas para su panteón en Guadalajara (las tallas de San Diego de Alcalá y Nª Sra. de las Nieves), las pilas de agua bendita con cabezas de ángeles, y el tímpano con la escena del martirio de San Sebastián para la iglesia de su palacio principal. Aunque ya en 1901 hizo, por encargo del arquitecto Velázquez, el primer boceto para el enterramiento de doña María Diega, no sería sino a partir de 1916, tras la muerte de esta señora, cuando Ángel García se dedicara al proyecto y talla minuciosa del grupo escultórico que aparece en la cripta mortuoria del panteón, consiguiendo su obra suprema de elegancia y soltura, en un verdadero arrebato de arte modernista, que concluyó en el año 1921, hace ahora un siglo.
Representante categórico del movimiento simbólico en escultura, sigue las pautas dadas por los franceses Auguste Rodin y Aristide Maillol, en Francia, y por Llimona, Blay o Clarasó en España. Más allá del romanticismo que rompe estéticas, aunque respeta cánones, el simbolismo usa la intención de labrar la piedra para soportar ideas y símbolos. Predominan en esta corriente los usos del desnudo femenino, los cuerpos alargados, cadentes, largas melenas, miradas a lo alto… en un intento de estos artistas de descifrar el misterio del mundo a través de los objetos, de las figuras, que se les ofrecen vivas. Por decir de algunos detalles, que comulgan también de la pintura de los prerrafaelistas británicos, debo marcar la tendencia a la expresión suavizada, a través de una evasión del presente, con referencias a la mitología, a lo religioso genérico, a lo sobrenatural… Y siempre sobre materiales lujosos (el bronce, la madera cara, el mármol) y en ámbitos cortinados, sensuales, purificados por el aire matutino.
Un libro que explica el arte de los enterramientos en Guadalajara
Aprovecho el aniversario y el recuerdo de este mausoleo, para dar a conocer a mis lectores la aparición, en estos días, de un libro –que firmo porque es fruto de numerosos, antiguos y concienzudos trabajos míos– sobre los “Enterramientos artísticos en Guadalajara”. Dentro de la colección “Tierra de Guadalajara” de la editorial AACHE, como su número 119, y también dedicado a las monografías patrimoniales, consta de ocho capítulos, en los que hago estudio, entre otras cosas, de este Panteón y su correspondiente Mausoleo de la Duquesa de Sevillano, joya de la arquitectura funeraria hispana.
En otros capítulos hago referencia, bajo el título “Humanismo y Fe en el arte funerario castellano del siglo XV” al estudio concreto de los enterramientos artísticos medievales existentes en la catedral de Sigüenza”. Así como al Doncel, en dos artículos que aunque ya aparecieron publicados en publicaciones minoritarias, ahora brindo en más amplio espectro con los títulos de “Una imagen de Escipión” para hacer la lectura iconológica del enterramiento de Martín Vázquez de Arce en la Catedral Seguntina, y “Un estudio de simbología en torno al Doncel de Sigüenza”. Le siguen análisis a los enterramientos existentes en Jirueque (el Dorado), Guadalajara (Campuzano), La Piedad (Brianda) y Mohernando (Eraso/Peralta) bajo el título de “Tres enterramientos en la Alcarria y uno en la Campiña”. Se añade un largo capítulo sobre “Los Mendoza y el temor a la muerte” con análisis de formas y significados de las últimas moradas mendocinas, acabando con un estudio, que creo estaba por hacer en su conjunto de “El Cementerio Municipal de Guadalajara” seguido de un coda final descubriendo algunos curiosos mausoleos por diversos cementerios de la provincia.