POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN)
Publicado en Diario JAÉN el martes 9 de diciembre de 2014
Lo peor de cumplir años es que cada vez se hace más persistente en ti la idea de que has cruzado ya, y al sprint, las metas volantes más decisivas del tour de tu vida.
Llega un día en el que, sin saber por qué, uno toma conciencia de que lo que hasta ahora ha sido escalar el puerto que te llevó a las primeras canas, casi sin sentir y sin la necesidad de culear sobre los pedales, una vez culminado, se vuelve cuesta abajo y ruedas a la velocidad precisa en la que el miedo a sentir miedo te hace dar unos leves toques a los frenos con el disimulo y el sigilo del que nunca ha roto un plato.
La caída por esa cuesta es imparable. El sabor de la llamada del tiempo ya es ineludible. Cuando lo has probado es inevitable que cada mañana te levantes con un regusto último a aceitunas machacadas. Los sabores se aprecian o se desprecian, pero no se llega a comprenderlos jamás. Es el destino, te dicen, pero piensas que sería una putada –no tiene otro nombre– caerte de la bicicleta vital en este preciso momento cuando ya te has enterado de hacia dónde corres.
El vivir de cada día nos suscita a cada paso la eterna duda entre optar por la seguridad de un futuro resuelto, o elegir el riesgo y la incertidumbre de no saber si mañana amaneceremos pez, sonrisa o patada en la entrepierna. Woody Allen, en su ya legendaria encíclica en blanco y negro Manhattan, se planteaba el “además” que le pedía a la vida el hombre que había conseguido asegurarse el plato de lentejas diarias. La sociedad competitiva, y ahora en crisis, en la que nos derramamos cada mañana al levantamos, nos adiestra cumplidamente en el positivismo del “vale más pájaro en mano que ciento volando”, y una vez enjaulado el pájaro de nuestra seguridad, el “además” que le pedimos a la vida es que no se nos niegue la capacidad de soñar con los cien pájaros que siguen volando. ¡Ojalá veas tus sueños realizados, aunque tengas que apechugar con ellos y sus consecuencias!
¡Antonio, tabernero, si no voy a por el décimo de lotería, no me lo guardes, que conozco a gente tan pobre que sólo tiene dinero!