POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Una de las mejores cosas que tiene esto de pasear por un Paraíso es que, con frecuencia, uno acaba encontrándose con alguno de los singulares habitantes de tan maravilloso paraje. En estos años he tenido la fortuna de coincidir con muchos de ellos quienes, como aquellos personajes increíbles creados por J.R.R. Tolkien, de tanto reafirmar el Paraíso en el que viven, resulta imposible entenderlo sin ellos. Como Beorn convirtiéndose en oso o Elrond viviendo eternamente en el oasis de Rivendel. O Tom Bombadil, correteando por el Bosque Viejo, más allá de la comarca, recogiendo flores de aquí y allá para su querida esposa, Baya de Oro o, como escribiera el Maestro, Goldberry.
De vez en cuando, uno tiene la suerte de compartir camino con uno de ellos. Como el domingo pasado, que nos encontramos mi compadre y un servidor a Cipri camino del Centro Nacional de Educación Ambiental. Siempre con la sonrisa por respuesta y los ojos atentos a todo lo que pasa a su alrededor, nos amenizó los escasos cinco minutos que acompañó nuestro paseo camino de los Praderones con un sinfín de anécdotas y consejos. En ese lapso insignificante, hizo que nos percatáramos de la ausencia de piñas este invierno en los pinos y, en consecuencia, de ardillas, carentes de un mísero piñón que llevarse al diente; de los pocos animales que se ven últimamente por el Paraíso y, principalmente, de la escasez de truchas en los arroyuelos del pinar.
Y eso, créanme, es lo que más le duele. Lo mismo le da que la normativa del Parque Nacional y de la Zona Aneja de Especial Protección haya vedado todo el bosque y pinares de Valsaín, prohibiéndose la pesca en cualquiera que sea el río, arroyo, escorrentía, regato o arroyuelo que se precie. Que no puedas echar el anzuelo en el puente de la Costura, en la Isla, más allá del risco de los Claveles, en la poza de la Chorranca o en los pantanales donde nace el arroyo de Peñalara, poco importa. Lo grave, sin duda, es que no se vea una condenada trucha jugueteando con el agua tan pura y cristalina que más que nadar, flotan en las mañanas inverniza de sol. Aquellos años en que, con Jesús Martín Merino de compinche, recorría toda la sierra en busca de preciosas joyas plateadas para vender en la Venta Arias, tristemente han pasado. “Que no hay truchas”, me decía con vehemente frustración, mientras cambiaba el tranco camino de Navalonguilla, despidiéndonos con una sonrisa de medio lado.
Seguí mi caminar en dirección opuesta, mientras mi compadre, el Sr. Bellette, me contaba las truchas que su tío Manolo daba en el kiosco de las Presillas, en Rascafría, pescadas por Cipri y tantos otros legendarios habitantes del Paraíso. Que era esto del pescar parte de su vida y origen de la mayoría del parné que daba sustento a su familia. Capaces de pescar en el momento en que divisaban el rastro de una truchita, con un par de varas de pino fabricaban una caña de primera, digna de la competición más exigente. Las truchas, hechizadas por el vaivén del arreo, acababan por morder los anzuelitos de Cipri y Jesús. El bosque se regeneraba, las truchas se multiplicaban y, sin tanta legislación, la vida rebosaba en el interior del bosque de Valsaín y los recursos renovaban la humanidad del Paraíso. Me pregunto qué será del bosque si Cipri no vuelve a pescar. Como si Tom Bombadil no pudiera coger flores en el Bosque Viejo.
¿Acabará emigrando?
Me cuentan que un amigo suyo ha terminado viviendo en Canadá. Le paga el viaje si quiere ir a verle, mientras asegura que aquello es terreno virgen. ¿Pescar hasta decir basta? ¡Quia! No me imagino allí a Cipri, vestido con ropa de esa que venden en los supermercados y con cañas telescópicas de última generación. Donde esté el palo de la escoba, los arreos desgastados y el anzuelo viejo y doblado, que se quite lo demás. Y el Paraíso serrano con sus cuestas interminables, repleto de arroyuelos y truchas esquivas. Perdónenme, queridas Canadian Trouts, pero el Magister Piscatorum es nuestro y no lo cederemos jamás.
Fuente: http://www.eladelantado.com/