POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
He de reconocer que uno de los espectáculos que más me ha gustado siempre es el circense. Eso sí, aquellos circos clásicos de mi época con fieras, que era la única manera de poderlas ver en carne y hueso para los niños de provincias que no teníamos acceso a los zoológicos que existían en algunas grandes capitales. No quiero con ello decir que esté o no de acuerdo con la presencia de animales en estos espectáculos que muchos atacan al considerar que son maltratados, ni tampoco a favor o en contra de otros nuevos espectáculos con coreografías muy elaboradas que llegan a romper el más difícil todavía.
Con aquellos circos, que también realizaban una labor pedagógica, era la única forma física de poder ver un león, un tigre, un chimpancé, una cebra o un elefante, ya que en otro caso, nos teníamos que contentar con contemplarlos en películas como ‘El mayor espectáculo del mundo’ de Cecil B. DeMille.
En la Orihuela de nuestros padres, tenían que conformarse con circos en los que primaban las actuaciones de malabaristas, contorsionistas, equilibristas, clowns, trapecistas y, a lo sumo, una colección de caballos, como en las compañías de Casimiro Wolsi, del señor Cortes, del señor Bernabé o de Micaela R. de Alegría, que se anunciaban como ‘Circo Ecuestre’. Otro tipo de circos, era el Gran Circo Romero que debutó el día de San Antón de 1931, a las cinco y media de la tarde en la Plaza de la Trinidad. En él se invitaba a admirar los arriesgados trabajos de sus acróbatas, trapecistas, saltadores, equilibristas, excéntricos, contorsionistas, bufos y musicales. En esa época solo detectamos un circo de gran envergadura que actuó los días 2 y 3 de marzo de 1930: French Circus, que fue instalado en dos horas en el Plano del Cuartel por 40 montadores especialistas. Este circo con sus 150 empleados y 50 artistas arribó a Orihuela en 28 autocamiones e invitaba a visitar «las fieras amaestradas y sus importantes caballerías».
Dos años antes, las poblaciones de Alicante y Murcia tuvieron la oportunidad de disfrutar del espectáculo del mejor circo ambulante en gira por Europa, mientras que los oriolanos tuvieron que contentarse con desplazarse a dichas capitales para presenciar ya no solo dicho espectáculo, sino también para apreciar sus grandes instalaciones. Me refiero al Circo Gigante Internacional Gleich, del que hace años adquirí un programa y una entrada de su actuación en Alicante, el 28 de noviembre de 1929. Para transportar todo su personal, animales y materiales precisaba de cuatro trenes especiales. Contaba con 1.000 artistas y empleados, entre más de 600 animales con 200 caballos de distintas razas, 300 carruajes, y una «central eléctrica y de fuerza motriz». Una vez montado, tenía un aforo para 16.000 espectadores, y disponía de una pista de 80 metros de longitud que se instalaba como hipódromo, pudiendo transformarse en tres pistas para actuaciones simultáneas. De su visita a Alicante se hizo eco el periódico oriolano ‘Actualidad’ a través de un artículo firmado por Abelardo L. Teruel el 3 de diciembre de ese año. En él, decía que se había visto en sus inmediaciones, instalado en el Campo de la Florida al lado de la Cárcel Provincial, un gran número de automóviles de gente distinguida, así como de obreros que acudían a sacar sus entradas en las taquillas. El público alicantino pudo disfrutar en cada sesión, de 62 atracciones, entre las que no faltaron osos blancos, leones bereberes, caballos, chimpancés, perros amaestrados, bisontes indios y africanos, cebras, bueyes de la pradera, cinco elefantes, camellos, dromedarios, un hipopótamo, focas y cabras. Asimismo, entre sus atracciones presentaba dos ‘troupe’ chinas auténticas y ‘El obús viviente’ que, «en caso de dificultades técnicas, este número se suprimirá, pues la menor falta cometida causaría la muerte del artista». Constaba de dos orquestas que, además de su intervención en las representaciones, ofrecían conciertos gratuitos, como el que dieron en la Plaza del Mercado de Alicante.
Este circo fue fundado por el alemán Julio Gleich, en 1924, y cuatro años después y hasta 1933, realizó una gira por Francia, España, Italia, Yugoslavia, Hungría, Austria y Checoslovaquia. En el mes de junio de 1929 se encontraba actuando en París, y desde Francia por barco, arribó a Barcelona donde debutó el 19 de octubre. De allí pasó a Valencia, Alicante y Murcia. Su estancia en Alicante fue desde el 26 de noviembre al 2 de diciembre, y antes de iniciar sus representaciones se insertaban anuncios en la prensa de la capital demandando forraje de toda clase (heno, paja, avena, salvado); zanahorias y pan; carne de caballo para «150 animales de rapiña»; aceite para sus 320 carruajes y serrín para su hipódromo. También solicitaban 500 habitaciones amuebladas para alojamiento del personal. Durante su estancia alicantina, todos los días en la prensa requerían carne de caballo para la alimentación de las fieras. Por otro lado ocurrieron dos accidentes en Alicante: el de la niña Dolores Pastor Traver que fue mordida por un mono y el de la artista Olga Mattisien, que sufrió una caída realizando ejercicios acrobáticos. Peor suerte, fue la que tuvo en Murcia el niño de siete años Fernando Beviar Lucas, que falleció al interponerse entre un tractor y uno de los vagones del convoy circense. La sensibilidad de la dirección del Circo Gigante Internacional Gleich, tuvo la iniciativa de publicar una esquela en el ‘Levante Agrario’ murciano, así como de enviar una representación al entierro y hacerse cargo de los gastos del mismo.
Eran otros tiempos, y ojalá en mi infancia hubiera tenido la ocasión de poder admirar un circo de esta magnitud y una colección de animales exóticos como la que presentaba Julio Gleich. Ahora, con tanta prohibición, mis nietos para ver un león o un tigre, probablemente tendrán que visitar un zoológico, si no se suprimen también, al considerar que allí se maltrata a los animales.
Fuente: http://www.laverdad.es/