POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
En la estación de servicio donde suelo surtirme de diésel, la persona que atiende (es muy amable y me hace precio) me preguntó si me iba de vacaciones; le dije que yo siempre estaba de vacaciones y trabajando, que quienes vivimos de lo que nos gusta gozamos y sufrimos una especie de bendición y maldición. “-Lleno –le dije-, voy a Guadalajara. -¡Puf! –resopló. -¿Conoces Guadalajara? –le pregunté. –Conozco Ciudad Real; no tienen nada que ver esos sitios. –No creas; yo iré a Riaza y subiré al Pico del Lobo, en la Sierra de Ayllón. –Hombre, la ventaja de viajar es que uno se percata de que como Oviedo no hay nada”. Pues bien, escribo esto en Salinas de Imón, con los pies en un manantial marino, entre Sigüenza y Atienza; antes comí lechazo al horno en el Mesón La Villa, Aranda del Duero… Mañana seguiré contando esta ascesis para que mis lectores quedéis en Oviedo y no metáis la pata en Ciudad Real y alrededores.
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