CIUDADES EN MARCHA
Ago 20 2020

POR MARTÍN TURRADO VIDAL Y JUAN ANTONIO ALONSO RESALT. CRONISTAS OFICIALES DE VALDETORRES DEL JARAMA Y DE LEGANÉS (MADRID)

Vista de la calle de Alcalá. Antonio Joli (1750).

En línea con las pautas que marcan los primeros pasos post-COVID en las ciudades, este artículo aborda el origen de las grandes urbes, los cambios y renovaciones que experimentan durante su vida y también la “reinvención” a la que los asentamientos humanos se ven obligados con frecuencia como mecanismo de superación de guerras, hambrunas y, por supuesto, de grandes pandemias.

Los asentamientos humanos han tenido a través de los tiempos unas características que se han perpetuado y que los hacen fácilmente reconocibles. La invención de la agricultura en el neolítico hizo que progresivamente fueran aumentando, al alcanzar la población un mayor grado de estabilidad debido a un mejor acceso a los alimentos. Con el paso del tiempo se fue imponiendo este tipo de vida sedentario al nómada y predominando hasta el punto de que en la actualidad éste es considerado como algo residual y un recuerdo del pasado.

Por ello, no es extraño que las primeras grandes ciudades conocidas de la antigüedad se establecieran en los valles fértiles del Tigris y del Éufrates en Mesopotamia y que no hayan cesado de aumentar tanto en su tipología como en su magnitud hasta convertirse en grandes megalópolis, por ejemplo, México, Shanghái, Tokio, Londres o Nueva York, y Madrid o Barcelona que ocupan grandísimas extensiones de terreno.

La finalidad de estos asentamientos humanos es, y ha sido siempre, la búsqueda del bienestar del hombre, que los crea y organiza y planifica. Los cinco elementos que componen esta búsqueda son: la naturaleza, sin la cual no pueden existir; el hombre que escoge el lugar y el tiempo en que nace el asentamiento y que al multiplicarse en él da origen a la ciudad y a un régimen de vida muy distinto al que podría llevar en el ámbito rural; los refugios utilizando los más variados tipos de construcción que favorecen la permanencia del hombre en ese asentamiento; las redes, representadas por todos los elementos de utilización común como pueden ser las calles, que permiten la comunicación y la prestación de servicios y, finalmente, las instituciones, fundamentales como lo pueden ser los órganos de gobierno en los grandes asentamientos.

La duración de las ciudades en el tiempo, en su aspecto y en el espacio nunca ha estado garantizada porque ha dependido de factores ligados a la naturaleza -tsunamis, enfermedades, terremotos, inundaciones, incendios; al hombre-pandemias, saqueos, inseguridad, guerras-; a la estructura de las soluciones habitacionales, -derrumbamientos, fragilidad de los materiales empleados en la construcción…-; a las redes, por desatención, descuido o antigüedad o falta de renovación, como ejemplo, calles en mal estado, inseguridad en las conducciones de gas y, finalmente, ¿cómo no?, a las instituciones creadas para lograr un mayor bienestar de sus habitantes que descuidan esta misión y terminan haciendo de una ciudad un lugar inhabitable.

Es frecuente ver barrios de estas grandes megalópolis abandonados a su suerte por diversos motivos, degradación, pobreza, penurias, enfermedades donde campa a sus anchas la inseguridad o la insalubridad y terminan convertidos en espacios fantasmagóricos y peligrosos.

Como dicen expertos de la Universidad de Rosario: “Los asentamientos también pueden perecer en la medida en que no sirvan más que para los objetivos que justificaron su existencia, si éstos no son oportunamente renovados”. Aunque la desaparición no sea instantánea, sus elementos se irán menoscabando de manera desordenada hasta entrar en descomposición que no los hacen viables. En todo caso, la acción del hombre puede revertir estos procesos”.

Decía el historiador y escritor británico Arnold J. Toynbee en su libro “Ciudades de destino” que “el momento correcto para volver a empezar no es mañana, o la próxima semana, sino ahora”. Los asentamientos humanos, hemos quedado, que deben reinventarse para justificar su existencia, y así a través de hechos trágicos como guerras, enfermedades, pandemias, hambrunas, sequias, necesidades y cambios esenciales, se han ido progresivamente modificando los planeamientos, o los planteamientos generales. Así, se han modernizado, se adaptan y se establecían siempre nuevas normas cívicas y replanteamientos urbanos de las ciudades para servir mejor a los ciudadanos.

Pongamos como ejemplo de todo esto que contamos, lo que significó la histórica llegada a Madrid el 9 de diciembre de 1759 como nuevo Rey de España de Carlos III que arribaba desde Nápoles con un proyecto ilustrado, un sinfín de ideas renovadoras y acompañado de un grupo de asesores italianos como Grimaldi, Esquilache o Sabatini. Tras cerciorarse del oscuro panorama del medieval Madrid, puso en marcha con grandes proyectos, las bases de una gran ciudad del siglo de las luces, una capital del Reino y no un poblachón entre insano y abandonado como hasta entonces había sido.

Carlos III con sus geniales arquitectos como Buenaventura Rodríguez, o Francisco Sabatini fue poco a poco configurando y replanteando el perfil de la capital de España tal como la conocemos. Empedrando las calles, abriendo pozos de agua para el consumo y la limpieza, trazando nuevas calles de anticuado estilo medieval con edificios de pobre diseño y abandono en sus revocos que dificultaban el paso de carros y caballerías, iluminando con farolas de aceite las oscuras calles de los barrios y embelleciendo Madrid, o creando monumentos que no tenía la capital.

Guerras, enfermedades, pandemias como la peste que había hecho desaparecer a miles de los 8 millones de habitantes que tenía España, la vieja indumentaria madrileña que produjo el motín de Esquilache; el corte “tricornio” de esos sombreros de ala ancha y las capas de colores oscuros que servían en la oscuridad para las felonías y atracos.

Todos estos cambios se hicieron en la capital y en casi toda España. Fue crucial la llegada a Palacio de nuevos ministros ilustrados españoles como Floridablanca, Campomanes, Aranda o el peruano Antonio de Olavide como Superintendente de las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena. Ese replanteamiento general, hizo que en los años del reinado de Carlos III nuestra nación fuera de las mas prosperas y ricas del mundo. Todos estos cambios y replanteamientos de la sociedad, de las ciudades, la agricultura y el comercio se asentó en la nueva economía de Campomanes, o en los datos del Censo de Floridablanca, que descubrió que el 71% de los españoles era agricultor, y el resto empleados del Estado, artesanos o 170.000 mendigos a los que había que atender.

Para después del peligroso Motín de Esquilache que a punto estuvo de costarle el trono al rey napolitano, llegó el fuerte cambio urbanístico y ornamental de Madrid; se construyó el Museo y el Paseo del Prado, la Puerta de Alcalá, se terminó el nuevo Palacio Real, las fuentes de Cibeles y Neptuno, el Observatorio Astronómico, el Jardín Botánico. Porque Madrid hasta ese momento solo tenía como monumentos destacados, unas iglesias, conventos y edificios religiosos.

Con estos cambios, para mejorar la vida de los súbditos, Carlos III no solo fue el mejor de los Reyes hispanos, sino “el mejor Alcalde de Madrid”, como reza en su monumento colocado en plena Puerta del Sol, donde le acompañan en un largo listado de nombres cincelados en piedra en el pedestal de su estatua, todos y cada uno de los grandes hombres de los que supo rodearse para crear una gran capital y un gran país.

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CARTA LOCAL-corr-julioagosto2020_N337

Fuente: Revista ‘Carta Local. Número 337. Julio-Agosto de 2020. Páginas 60-61

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