POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
En lo que va de año han dejado a media España sin dientes una pandilla de golfos que prometía sonrisa de película al rey de los feos. No voy a dar nombres, pero la estafa perpetrada por clínicas acabada en dent está dando mucha tarea al poder judicial. Y lo que te rondaré, morena. Porque esto no es más que la punta del iceberg. Lo que pasa es que siempre tropezamos en la misma piedra: bueno, bonito y barato solo se encuentra en Jauja. Y Jauja no existe. Ya se vio con las Preferentes.
Sinceramente, me duele lo que ha pasado, y sigue pasando, sobre todo porque afecta a personas humildes o de clase media. Los ricos no frecuentan estos sitios empapelados con sonrisas falsas. Donde te recibe un señor con bata blanca y nombre rimbombante en el bolsillo, como si fuera odontólogo, para venderte salud. Porque los que tienen pasta saben que la boca es la puerta de la salud, y que lo bueno cuesta caro. De otro lado, me extraña mucho que estos profesionales de la movilización callejera, o cibernética, que se parten el cuello por defender a un líder delincuente, no digan ni pio ante una barbaridad sanitaria de tal calibre. Pues barbaridad es que la salud dental esté fuera del sistema nacional de salud ( Perdón, nacional ya no hay nada¡, ni el clima… Quise decir autonómico. Vaya por Dios, qué fallo más tonto..) A lo que iba.
Yo divido a los españoles en dos grupos: los que comen a gusto, y los que solo tragan, porque masticar no pueden. La diferencia la marca la cartera. En ambos casos, para todo lo que no sea sacar una muela, hay que pagar. O sea, que una pieza dental que se arreglaría con un mínimo empaste, algunos la pierden porque no pueden costearse un dentista. Apliquen tal disparate a cualquier otro órgano del cuerpo, y comprenderán mejor lo que denuncio. Eso explica que cuando un obrero quiere tener dientes de por vida, no le queda otra que pasar necesidad en casa, ahorrar algo, y echarse en manos de una empresa privada que le promete hasta cirugía en su boca a precio ridículo. Para colmo le obligan a pagar por adelantado. Al fin y al cabo a estos mangantes la boca de un ser humano le importa un pito. No son pacientes. Son clientes. Ese es el problema. Porque cuando uno entra en el ámbito de la privada, que la hay excelente, tiene que andar con pies de plomo. Precisamente porque en ciertos ámbitos privados lo primero es la pela. Lo segundo, la salud. Ya lo digo, cliente no es igual que paciente.
Creo que los experimentos con las cosas serias no se pueden hacer. Y los más serio para mi es la salud y la educación. Por eso defiendo a ultranza los servicios públicos en ambos campos. O los privados concertados, porque están sujetos a vigilancia ante infracciones. Lo cual no quita para que se dé vía libre a la privada, y hasta se la estimule¡ faltaría más¡. El que quiera y pueda pagar lujos, que lo haga. Se lo agradecemos los que no podemos, porque descongestiona el sistema. Pero es vital tener la garantía de que en el sector privado, cuando está en juego salud y educación, no todo vale. Por eso el Estado debe vigilar prácticas de riesgo, cosa que no hace. También es vital que todo ciudadano tenga cubiertas estas prestaciones fundamentales a través de un sistema de cobertura pública, en el que todos contribuimos según nuestros ingresos. Para eso sirven los impuestos, digo yo.
A mí me gusta la libertad, pero no el liberalismo salvaje del XIX, aquel Laissez Faire, laissez paser de Adam Smith en su obra La riqueza de las Naciones. Porque aquello ya vimos que no funcionó; como no funciona el comunismo. Con la palabra libertad, cuando se confunde con libertinaje, me pasa como con otra, “tolerancia”, que consiste precisamente en no toléralo todo. Sí, creo que los experimentos en asuntos fundamentales, mejor con gaseosa. Porque el invento nos puede estallar en las manos cualquier día. Hoy está pasando con clínicas dentales, mañana pasara con otro tema. También nos va a estallar el experimento nacionalista, el de aplacar a la fiera atiborrándola de caprichos. No funciona. Como no funciona educar a un niño a golpe de golosinas; apaciguar a un adolescente a base de litronas y porros; atontar a los adultos a golpe de telebasura; adormecer a los viejos con somníferos; o mirar para otro lado cuando dejamos de ser pacientes para convertirnos solo en clientes. Mi papelera dice que cuando se ponga mala de verdad, quiere ir al médico del Seguro, el que le toque. Es más lista que el hambre.
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