POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Ahora combino los días de caminata con los de natación; un día a pie, otro arrastras. Voy a las piscinas del Centro Deportivo del Cristo, me sitúo en la calle libre o en la menos transitada, me pongo el gorro, gafas anticloro y me lanzo a recorrer los largos más aburridos de mi vida, a estilo braza, a crawl, algo de espalda, algunos metros de buceo y, en total, qué sé yo cuántas tediosísimas vueltas y revueltas; no veo ni mi sombra, sólo la línea de azulejos oscuros que señalan mi rumbo, colocados a soga, con el final en martillo para avisarme del giro, so pena de pegarme un cabezazo con la tierra firme. En ocasiones viene alguien de frente y lo saludo: “Glub, glub”; cuando alcanzo a alguien, le toco los pies, lo adelanto y nos cruzamos unas burbujas bajo el agua, para continuar con mi introversión, eterno retorno, bucle de ruidos sordos. Solos, mi corazón y el cloro.
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