POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Es increíble, pero es verdad. Nunca pensé que el recuerdo de una Asturias casi olvidada pudiese generar tantas vivencias y tantas añoranzas. Solamente dos de mis trabajos (si «trabajos» se pueden llamar) relativos a la COLADA y a los JABONES CASEROS supusieron más de ¡¡5.000!! seguidores.
Entre esos lectores, todos amigos, Manuel Miguel de Prado García y José Esteban Suárez González, me dan «dos pistas» para seguir hablando de la Asturias del pasado.
José Esteban, cocinero experto que inició su andadura en Lastres (Rest. Eutimio), nos sorprende, foto incluida, con el POTE DE CASTAÑAS.
Un plato ahora de moda y con una historia de siglos en la alimentación asturiana.
Hemos de remontarnos a tiempos muy antiguos cuando el campesinado (trabajo sin límites y bienestar muy limitado) se alimentaba básicamente «con lo que daba la casa».
Verduras (berzas, nabos…), hortalizas (fabones, arbeyinos, cebollas, ajos…), aves de corral (gallinas, patos…), carnes (vacuno, lanar, cerdo…), algo de cereal (centeno, trigo, escanda…) y frutas en temporada.
El POTE DE NABOS, EL POTE DE BERZAS Y EL POTE DE CASTAÑAS, complementados con un «poco de compango» eran comidas «de a diario».
¿En qué consistía ese «poco de compango»? .- Pues huesos en salazón (espinazo, rabadal, costillares…), algo de tocino, una morcillina y un toque de unto.
¿Y los ingredientes principales?
Pues eso: berzas y castañas; berzas y nabos; nabos y castañas; berzas, nabos y castañas… No, no, no había patatas ni fabes ni chorizos pues patatas, alubias y pimientos (y el pimentón) vinieron con el Descubrimiento.
Y mientras cocía el pote fervollando en el llar (no, no había cocinas de carbón ni de gas ni vitrocerámicas) se aprovechaba el tiempo y el sol, por ejemplo, para VAREAR y restaurar LOS COLCHONES DE LANA.
Los primeros humanos que nos visitaron en «hoteles de lujo» (cuevas de Tito Bustillo, de Candamo…), y no digamos los neanderthales del Sidrón, dormían en el suelo; después buscaron «algo mullido» para descansar mejor; luego inventaron la cama (la rectangular, que «la redonda» es otra cosa) y para la cama, LOS COLCHONES.
Hace de esto más de 50 000 años.
Los primitivos colchones consistían en un almohadón» relleno de hierba, de paja, de plumas y muy excepcionalmente de lana de oveja.
En Asturias, desde el siglo XVII y hasta mediados-finales del siglo XX, se distinguían dos «tipos de colchón»: el DE LANA DE OVEJA y el de «FUEYA DE MAIZ», que se llamaba JERGÓN y era «colchón de probes».
El colchón de lana, muy cómodo y calentín, tenía dos inconvenientes: era «albergue» de insectos parásitos (pulgas, por ejemplo) y, pasado el tiempo, la lana amazacotaba formando nudosidades muy desagradables.
Todo esto se corregía mediante el VAREO AL SOL Y AL VIENTO.
Se extendía la lana sobre un lienzo grande en lugar soleado y bien ventilado. Con la ayuda de una vara de avellano («cimbra» muy bien) se vareaba la lana hasta «deshacer los nudos» y lograr la eliminación de polvo. Se ventilaba al viento y nuevo vareo hasta conseguir una lana suelta, esponjada y muy limpia.
Con ella se rellenaba de nuevo el colchón, se cosían y cerraban los agujeros (ya existentes en la funda) con la «aguja colchonera» para darle forma… y a dormir en pleno confort.
Todo esto se acabó. ¿Y qué nos queda?
Pues el recuerdo y casi hasta el rechazo a lo pasado, pues como decía el anuncio: «¡A mi plín; que duermo en Picolín!».