POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Siempre, cuando se acerca el 8 de marzo, por el día de la Mujer, suelo intervenir en algún acto. Yo no necesito un día especial para recordar de dónde venimos las mujeres, me refiero al trato que la historia nos dio. Mi mayor deseo sería que no hiciera falta recordar esa conmemoración, por ser ya agua pasada. Pero no lo es, por mucho que la ley nos iguale, a medias. Pensaba una servidora en esto asuntos cuando vi a un famoso cocinero en la tele explicando una de sus recetas, por la que se hizo famoso y le han convertido en millonario. Qué pena da pensar que a ninguna de nuestras abuelas les haya pasado igual, aunque dominaran el arte de los fogones mejor que nadie. Porque, que yo recuerde, hasta hace nada la cocina era reducto de mujeres. De hecho, si un hombre pasaba demasiado por la cocina, o se metía en temas culinarios, se le calificaba despectivamente como ‘cocinicas’. Si algo temía un varón en los tiempos de mi infancia, que no es la prehistoria, es que le pusieran esa marca.
El cambio vino cuando se empezó a sacar dinero a espuertas con este oficio. Entonces ya no era malo ser cocinero, y nadie llamaba ‘cocinicas’ al jefe de los fogones, tan famoso como el tenista Nadal; tan rico como el dueño de Zara. Sí, cuando cocinar estaba mal pagado, o se hacía gratis, era un oficio mujeril, salvo en los ranchos cuartelarios y cosas así, dónde más que comida había bazofia. Como cocinar era cosa ‘de mujeres’, se valoraba poco. Porque a mí no me convence nadie de que guisa mejor uno de estos superchef mediáticos que nuestras madres o abuelas. Ellas, además, lo hacían con escaso presupuesto. Es que el buen arte de la cocina es eso: elaborar un buen potaje con cuatro yerbajos y mucha imaginación, a ‘su amor’, como decían las recetas antiguas. O sea, que para una parcela que nos dejaban, llegado el momento de sacarle partido, quedamos de pinches.
En la actualidad, cuando la cocina de primer nivel casi la acaparan los hombres, me resulta raro que no cambie la mentalidad para todo. Por ejemplo, si regalamos algo a un niño no se nos ocurre una cocinita. A todas las niñas, tras el muñeco llorón, para que se vayan haciendo a la idea, les llega su cocinita. Yo tuve una, mi nieta la tiene. Es un juguete creativo, pues en la cocina pasa como en los laboratorios, que todo es posible si hay ingenio. Pero a ver quién es el guapo que se presenta en casa del vecino a regarle por el cumple una cocinita al machote. A lo mejor hay algún caso, pero yo no los conozco. En el subconsciente colectivo sigue imperando lo de que guisar y fregar es cosa de mujeres. Eso es fatal, porque a algunos hombres luego la salen instintos básicos a flote y terminan mirando a la parienta como a una asistenta, pero sin sueldo. Esa es otra cuestión: veo pocos hombres en servicio doméstico, como cuidadores de niños y cosas así. Sin entender qué diferencia física impide que estas tareas la hagan igual de bien unos y otras. ¿No será porque todavía esos trabajos se pagan mal? Al menos, vamos a pensarlo.
Incuestionable es lo obvio, lo que he escrito. Incuestionable es que cuando hay paro, las primeras en perder el curro son las mujeres, caso de las faena en el olivar. A ellas se recurre paia lo que los hombre no quieren hacer, fregar o cambiar pañales llenos de caquita, que apesta, por hermoso que sea el
bebé. Incuestionable es que las mujeres siguen estando a la cola, que ocupan pocos altos cargos, y que por el tema de la maternidad, paraliza
su carrera profesional. También es incuestionable es que para construir algo grande, acabar con los malos tratos y con la discriminación de la mujer, hay que empezar por los cimientos, la educación y las leyes. Porque ahora resulta que la culpa de que dentro de nada no vayamos a cobrar pensiones es de las mujeres, por no visitar mucho el paritorio. ¡Pues no señor! La culpa es de quien no legisla para que una mujer pueda tener hijos sin que la manden al paro, y pueda criarlos sin dejarse el pellejo en el empeño, que es lo que las de mi quinta padecimos.
Lo de la conciliación familiar que pregonan los políticos es una fantasía. Qué se lo digan a la infinidad de mujeres obreras, y a las universitarias también. La pirámide de población invertida española es nuestro mayor problema a largo plazo, y eso empieza por lo que dije al principio, por lo del cocinero y el ‘cocinitas’. Mi papelera me da la razón. Es mujer.
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