CÓLERA…, Y LUEGO EL HAMBRE (MOTINES DE SUBSISTENCIAS)
Abr 03 2017

POR FRANCISCO JAVIER GARCÍA CARRERO, CRONISTA OFICIAL DE ARROYO DE LA LUZ (CÁCERES)

Esquema típico de una crisis de subsistencia.
Esquema típico de una crisis de subsistencia.

Cuando hablas del hambre, la mayor parte de la población se traslada inexorablemente a los años cuarenta del siglo pasado, los terribles años de posguerra donde las penurias alimenticias fueron una constante cotidiana para la mayor parte de nuestros padres y abuelos. Tan acusada fue aquella escasez que para todos ellos aquel período está identificado como los llamados “años del hambre”. No obstante, estas carencias alimenticias no solo tuvieron lugar durante la dictadura franquista sino que fueron muy típicas del Antiguo Régimen, los siglos modernos, e incluso habituales en el siglo XIX en las regiones más atrasadas de nuestro país como Extremadura donde la integración de los mercados llegó con mucho más retraso que a otras partes de España. Especialmente significativa para Arroyo del Puerco fue la hambruna de 1856 y 1857, un episodio que culminó la tragedia del cólera del año anterior.

Las crisis de subsistencias, que es como se les conoce a estos periodos carenciales de alimentación en épocas preindustriales, eran fases cíclicas de escasez de alimentos provocados por las malas cosechas y ligado todo ello a una climatología muy negativa. Esta crisis elevaba de manera desmesurada los precios de los productos de primera necesidad en un corto espacio de tiempo, especialmente el trigo, aunque también afectaba a la cebada, al aceite o al vino, entre otros. Esa situación se traducía de manera inexorable en hambre que dejó en la miseria al ya depauperado campesino arroyano que aún no se había recuperado del mazazo colérico del año 1855, y que se tradujo en conflictividad social con motines populares dirigidos contra la autoridad municipal a la que acusaban de todas sus desgracias.

Concluida la fase álgida del cólera morbo en el mes de diciembre de 1855, se inició un nuevo año, el último del Bienio Progresista, con muy mal aspecto. El invierno estaba siendo durísimo desde el punto de vista climatológico. Lluvias torrenciales en toda la provincia habían dejado anegados los campos arroyanos que incluso impidieron el trabajo habitual del invierno para los jornaleros locales como era el corte del arbolado en la dehesa de la Virgen de la Luz. Actividad económica que año tras año dejaba un remanente monetario en las familias hasta que llegaban los meses de la siega y la posterior sementera. Este año, en cambio, el temporal estaba provocando un incremento del desempleo que generó los primeros conatos de altercados públicos de nuestros paisanos que demandaban a la autoridad local una ocupación con la que alimentar a sus hijos. Ante esa tesitura se recurrió a una práctica muy habitual en estos casos, la apertura de trabajos municipales como fue la reparación de calles y caminos vecinales. El alcalde, Joaquín Ojalvo Fernández, contrató a un “buen número de jornaleros en paro forzoso con un sueldo de 4´5 reales diarios”. Un jornal que equivalía en la época a poco más de una peseta y que muy pronto se agotó.

Precio de la ración de pan.
Precio de la ración de pan.

A pesar de las buenas intenciones por parte de los regidores, los problemas de abastecimiento de trigo con el que se hacían las raciones de pan, alimento básico para el sustento de la población, comenzaban a ser alarmantes. A ello se unió a insolidaridad de algunos “tenedores de trigo que se negaban a sacar el grano al mercado esperando una coyuntura más favorable”; o lo que era lo mismo, esperando un precio de la ración aún más elevado. Y en cambio el importe de la ración de pan ya comenzaba a ser prohibitivo para la mayor parte de los arroyanos. De hecho, si la ración de pan en diciembre de 1855 era de 65 céntimos de real, seis meses más tarde, y con la mayor parte de los arroyanos en la miseria más absoluta, ya tenía un valor de un real y 10 céntimos; es decir casi había duplicado su valor, y todavía no había tocado techo, ya que llegó a costar cerca de 2 reales por ración.

Evolución precios principales productos.
Evolución precios principales productos.

Lo mismo estaba sucediendo con el precio de la fanega de trigo. De esta forma si en 1853 y 1854 había tenido un valor medio de 21 reales, en 1855 se elevó hasta los 26, llegando el 15 de julio de 1856 hasta los 60 reales y tres días después alcanzó la cifra asombrosa de 70 reales por fanega. Y es que el temporal de lluvias que se mantenía en toda la provincia no facilitaba las condiciones del transporte para importar grano desde la vecina Portugal, tal y como había sucedido en otras ocasiones. Todo ello provocó entre la población arroyana un motín de subsistencia que se hizo más acusado por lo que estaba sucediendo en Madrid y otras ciudades españolas, un proceso revolucionario contra el presidente del Gobierno, general Espartero, que acabó en septiembre de 1856, desbancándole definitivamente del poder y concluyendo así el Bienio Progresista.

Pero dos meses antes de este último suceso, la situación explosiva en el pueblo trató de aminorarse desde el Ayuntamiento. El alcalde Ojalvo convocó una reunión extraordinaria para valorar la situación global de la localidad en cuanto a las reservas cerealistas en la villa. Se estipuló que el pueblo disponía de unas 23.500 fanegas totales. De las mismas, 20.000 serían para el consumo de la población (se entregarían unas 10 fanegas de trigo diaria a cada una de las 20 panaderías existentes en la villa) y se guardarían otras 4.000 que deberían utilizarse para sementera. Ello de cualquier forma ofrecía un déficit de unas 500 arrobas que pensaban obtenerse de un exhaustivo registro domiciliario para aflorar un número mayor de fanegas de trigo.

El registro por parte de los inspectores municipales fue todo un fiasco. Los supuestos “tenedores” de trigo escondido se negaron en redondo a que nadie entrara en sus domicilios con argumentos lo suficientemente expeditivos, agresiones incluidas, para que los representantes del Ayuntamiento no volvieran por esas casas con semejantes intenciones. Con este panorama el precio de la ración de pan siguió elevándose, el trabajo era casi inexistente, el periodo de siega había tenido muy corta duración ya que la cosecha se catalogó como “paupérrima”, el gobierno de la nación se desmoronaba, y a la corporación municipal, además de los jornaleros que diariamente continuaban exigiendo “poder comer y grano para la sementera”, y cada día de manera más violenta, también se le amotinaron todos los empleados y funcionarios municipales que exigieron un sueldo que habían ganado y que no llegaba.

Ante esta tesitura con un motín popular de difícil control es fácil comprender la renovación en la presidencia del Ayuntamiento. El alcalde Ojalvo será sustituido en septiembre de 1856 por un nuevo regidor, Alonso Collado Alcántara, un mandatario que estuvo al frente del consistorio hasta diciembre de 1858. Los inicios del nuevo alcalde tampoco fueron fáciles. Una vez más la climatología tampoco acompañó. A un verano de 1856 tremendamente caluroso le siguió un otoño y un invierno de 1857 con ausencia absoluta de lluvia. Tan es así que en mayo de este último año los arroyanos seguían después de varios meses “implorando la misericordia divina ante la falta de agua”, dirán las actas municipales. Lluvias que si no llegaban pronto provocarían otra cosecha muy escasa, y ya serían tres años consecutivos.

Lo que sí logró la nueva corporación para tratar de aminorar el hambre entre los “menesterosos” fue la importación de 200 fanegas de trigo que se compraron en el pueblo de Cedillo. Hubo que pagar un precio muy elevado, 91 reales por fanega, pero al menos se mitigó la hambruna en la villa. A partir de este momento la fase álgida de la crisis tocó a su fin. De esta forma, desde el verano de 1857 los precios de los productos de primera necesidad comenzaron a descender hasta situarse primero en los 50 reales por fanega de trigo y posteriormente en cifras mucho más bajas. Tan es así que 1858 fue ya un año “normal” desde el punto de vista económico y en el que la conflictividad social, por consiguiente, descendió de manera notable.

Aún conocerían nuestros antepasados otro episodio grave de crisis de subsistencia en el siglo XIX con un nuevo motín, concretamente en el otoño-invierno de 1868, también coincidente desde el punto de vista político con otro episodio revolucionario, “La Gloriosa”. Aunque entonces el nuevo alcalde recién elegido por los “revolucionarios del Sexenio”, Julio Petit Ulloa, no confundirlo con su hermano Germán, puso de su bolsillo la nada desdeñable cifra de 1.000 escudos, o lo que era lo mismo, 10.000 reales. Semejante cantidad de dinero permitió contratar por riguroso orden de necesidad a un buen número de jornaleros arroyanos en situación muy precaria y, además, con parte de ese montante se pagaron los sueldos a todos los empleados y dependientes del municipio, cantidad que se les adeudaba desde hacía varios meses, aunque esto ya es otra historia.

Fuente: http://arroyodelaluzpaisajesyfiestas.blogspot.com.es/

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