POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
El Ayuntamiento de Torrevieja se ha planteado la idea de crear un censo de animales en el que, a través de un carnet, se le conceda a los dueños una serie de derechos, como el uso de transporte público para sus mascotas en una zona específica o la posibilidad de acceder a playas previamente habilitadas para poder pasear o estar con ellos.
Torrevieja ha pasado a ser una ciudad amiga de los felinos y una localidad protectora de estos animales. Las diferentes colonias gatunas que hay en todo el término municipal son controladas por voluntarios que les dan comida un par de veces al día y también costean los gastos veterinarios de los que se ponen enfermos. El amor a los animales siempre ha existido en Torrevieja, tan sólo hay que echar un poco la vista atrás y recordar algunas historias.
Durante los primeros días de abril de 1954, la figura más popular en Torrevieja fue ‘Perico’, un ejemplar de gorrión hembra que en sus primeros vuelos fue capturado con red por unos niños y que fue amaestrado por Francisco Pujol Campillo, propietario de un bar de la localidad -ubicado en la actúan calle Azorín- llamado ‘Mi bar’, donde el gorrión, andaba suelto y se hacía amigo de todos los clientes.
El señor Pujol, que se dedicaba desde hace muchos años a la caza y cría de pájaros, tenía en su establecimiento grandes jaulones con aves de diversas especies, pero hasta entonces no había conseguido domesticar a ningún gorrión, especie muy rebelde, que se deja morir de hambre antes que verse privada de libertad. ‘Perico’ permanecía en libertad completa y diariamente abandonaba a los demás pájaros para visitar a su dueño, desde el amanecer hasta la caída de la tarde, en el bar, donde picaba de todo lo que los clientes le ofrecían, especialmente las tapas de mejillones, patatas fritas y ensaladilla.
Este gorrión reconocía a su dueño perfectamente y acudía a las llamadas de éste. También, en plena calle, se posaba sobré la cabeza en los hombros de quienes habían logrado adquirir su amistad. Intentó introducir a su pareja en el interior del bar, pero el macho no se atrevió a ello.
‘Perico’ era muy popular no sólo en Torrevieja, también en otras poblaciones. Un señor de Murcia le propuso comprar el gorrión y ofreció pagar quinientas pesetas, pero Pujol manifestó que no lo vendería por nada.
También le gustaban al gorrión las bebidas, especialmente la cerveza y el anís, y Pujol tenía que llevar mucho cuidado cuando ‘Perico’ entraba en el bar, pues en una ocasión tomó algo de anís de una copa servida en la barra y el animal estuvo largo tiempo acurrucado en un rincón sintiendo los efectos del alcohol.
También por esos años, mediados de los años cincuenta, las genialidades de la inteligente perra ‘Chita’, propiedad de Vicente Zapata ‘el Gorrión’, eran comentadas por toda Torrevieja, y el cariño que su dueño profesaba al animal hubiera enternecido al conde de Bailén, presidente por entonces de la Asociación Protectora de Animales.
Como todo lo que nace muere, ‘Chita’ no pudo escapar de la fatídica ley, dejando de existir, ante la consternación de Vicente, que hizo todo lo imposible por librarla del fatal desenlace, viéndose impotente para conseguirlo. El llanto de su dueño se contagió a los vecinos, entre los que tantas simpatías contaba la pobre ‘Chita’.
Pero lo curioso del caso fue que, después de muerta, su desconsolado amo le construyó un pequeño féretro y le hizo un panteón en el patio de su casa, donde reposaron los restos del canino animal, con el fin de que le quedara un recuerdo de la fiel perra.
Y ahora viene lo extraño. El gato de la casa que, contra lo que pueda suponerse, estaba a partir un piñón con ‘Chita’, al morir ésta dio muestras de honda pena, expresándola con lastimeros maullidos. Desde aquel instante el gato se posesionó del panteón, negándose rotundamente a comer, falleciendo días después por inanición.
En el verano de 1963 llegó a Torrevieja ‘César’, un mono popular, que llevaban consigo el señor Rouget y su esposa. Tan simpático que en Bélgica, donde vivían sus dueños, llegó a aparecer en la televisión.
Una particularidad suya era que no quería nada con los hombres. Cuando intentaba acercársele alguno que no fuera el propio Rourget, empezaba a emitir gritos hostiles. Sin embargo, con las mujeres se sentía un donjuán, y se familiarizaba a las primeras de cambio, permitiéndoles que lo acariciaran, subiéndose en el hombro y dando suaves gruñidos de satisfacción.
‘César’ era muy delicado para la comida y comía lo que le apetecía y cuando le apetecía. Nada de sobrantes. Una comida para él solito en la que la carne y la fruta jugaban un papel muy importante. Terminada la comida del mediodía lo dejaban suelto en el hotel, y se iba derecho a la habitación de sus dueños, sin que tuviera ninguna vacilación para encontrarla, pese a estar en un piso alto. Entraba, se acostaba, y hasta dormía su siesta. Todos los días bajaba a la playa, chapoteaba lo que le placía en el agua y… total, que se daba una vida que ya quisiéramos poder llevar algunos.
De aquel tiempo recuerdo a los animales de mi barrio: los gatitos de la cariñosa y amable Milagritos Arce, los de Lolica la de ‘Mi Bar’, los de María –de la confitería de Monge-, encargados de tener al vecindario libre de ratas y ratones, y a Manuela ‘la Zagala’, que hasta no hace muchos años alimentaba diariamente, ella solita, a muchos gatos asilvestrados de Torrevieja; bien se merecería, por su cariño a estos animales, un reconocimiento de todos.
Un problema, aún por solventar, es el conseguir eliminar el tufo de la orina de los gatos callejeros, que utilizan su pis como una rúbrica para marcar el territorio, al tiempo que alivian sus vejigas llenas ¿Cómo evitar el desagradable olor? ¿Ponemos colonia perfumada sobre colonia gatuna para no percibir esas desagradables hediondeces?
Fuente: http://www.laverdad.es/