POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)
El molino de viento de Malanquilla, por sus extraordinarias dimensiones, lo que le convierte en el más grande del mundo, entraría dentro de esta calificación.
Podemos describir este tipo de arquitectura colosal como una arquitectura de crecimiento fuera de lo usual tanto en su verticalidad como horizontalidad. Es un equilibrio entre la magnificación del poder y la estrictamente necesaria cotidianidad. Ha integrado los programas artísticos del arte oficial al entender que sólo desde tales obras la colectividad puede adoptar la conciencia de igualdad y superación frente a sus semejantes.
Ejemplos de colosalismo se han prodigado a lo largo de la historia. Desde el megalitismo en la prehistoria a los templos y pirámides egipcias en la Alta Antigüedad. Grecia y Roma y hasta las dictaduras alemana y soviética la han venido utilizando.
No sería ésta, por supuesto, la función del colosal ejemplar industrial de Malanquilla, pero sí la de abastecer de harina al municipio y localidades colindantes apartadas de los cauces fluviales o donde todavía éstos no había sido preparados para albergar dispositivos de molienda. No olvidemos que el de Malanquilla es el molino más antiguo de Aragón y por lo tanto, pionero de este tipo de construcciones tecnológicas.
Sea como fuere, “El Coloso” de Malanquilla desafía los rigores y adversidades climáticas desde su discreto altozano y es exponente de un tipo de arquitectura de dimensiones extraordinarias que, más allá de sus funcionalidades específicas, representa el ingenio y el empuje de una sociedad pragmática que con su construcción veía asegurada buena parte de su existencia.