POR JUAN FRANCISCO RIVERO DOMÍNGUEZ, CRONISTA OFICIAL DE BROZAS (CÁCERES)
Cuando uno viaja por esos mundos de Dios hay que adaptarse a la vida de los nativos. Es una manera de conocer realmente el destino. Hay una gran diferencia entre el turista y el viajero. El turista se recrea y disfruta del lugar, sin importare mucho o poco lo que hay alrededor; el viajero se interesa de una manera más intensa por la naturaleza, los monumentos, la gastronomía y, lo más importante, por la gente del lugar que está conociendo.
Recuerdo en un viaje a Ecuador, país hermano que he tenido el placer de visitar en dos ocasiones por mis relaciones con el sector turístico, que en uno de ellos viajamos a la montaña para encontrarnos con los lugareños. La comida de mediodía fue tal y como lo cuento: En una mesa larga, muy larga, con bancos corridos, un hombre fuerte trajo al hombro un gran saco que no sabíamos lo que transportaba. Tras una amplia y detallada conversación con el jefe del pueblo y algunos líderes locales, llegó la hora de la comida: Aquel fornido hombre fue descargando esa comida encima de la mesa y que eran productos del campo; semilla, frutas pequeñas, frutos secos, recolectados en la zona. La comida fu con los dedos de la mano, tomando lo que había delante nuestro y la bebida, un líquido fermentado que no sabría definir. Sin duda, fue un singular almuerzo.
Como hecho curioso quiero reseñar que, en la provincia de Cañar, al norte de la bella ciudad de Cuenca, en plenos Andes, los ecuatorianos, bailan el cordón como lo hacen en mi pueblo de las Brozas. Se trata de un palo alto donde cuelgan cintas de colores y los danzarines -hombres y mujeres- ataviados con trajes típicos lo tuercen y se ve el cordón de colores tejido sobre el palo.
Todo empezó en el Centro de Convenciones “Simón Bolívar” Guayaquil, ciudad fundada por el trujillano Francisco de Orellana, donde se celebraba una edición de FITE, la Feria Internacional de Turismo de Ecuador, que dirigía el español Jaime Rull, convirtiéndose por sus 70.000 visitantes en la feria más importante de Sudamérica. En el evento habían participado unos 300 pabellones de empresas e instituciones de las cuatro zonas de Ecuador: La Amazonía, los Andes, la Costa y las Islas Galápagos, así como empresas de algunos países cercanos como Perú, Argentina y Colombia.
Pues bien fue en esa feria donde una joven ofrecía una singular comida a los que allí estábamos: Gusanos asados. En un principio, tenía resistencia a probarlos. Indudablemente era curioso ver a los animalitos vivos en un cuenco y al momento la joven los puso en un palito y los asó entregándomelos como un pincho. Fue una experiencia inenarrable, con un sabor un poco dulzón. Ahora en breve, veremos en Europa y en España, comidas a base de numerosos invertebrados. Como se ve, eso ya se lleva por otras partes del mundo, sin mencionar la hormiga que me comí, por sugerencia de un indio, en plena selva venezolana de Canaima, para ir a ver por tierra y agua, Salto Ángel, la catarata de caída libre más alta del mundo, 984 metros. Fue una rara hormiga que según decía el indio era la “pastilla” del deseo sexual de la tribu.