POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
Los comercios históricos forman parte del paisaje urbano. Definen un espacio que sucesivas generaciones de ciudadanos consideran lugar de referencia dentro de la ciudad, parte del día a día, inseparables del marco en que se integran y que enriquecen con valores patrimoniales, humanos e históricos y etnográficos. Son historia viva en la que se representa la evolución de Torrevieja desde su pasado más lejano hasta su conversión en la ciudad de hoy.
Se caracterizan principalmente por la actividad que desarrollan, perdurando unos pocos por su especialización, son los depositarios y continuadores de los valores comerciales y humanos de una comunidad torrevejense en continua transformación. En medio del cambio acelerado del mundo contemporáneo, ejemplifican la continuidad de filosofías y tradiciones que son intemporales.
Cada comercio histórico era diferente por sí mismo y en algunos casos únicos e irremplazables, aunque hayan perdido su personalidad propia un mundo cada vez más uniforme, con unas modas que dan lugar a establecimientos cortados según un mismo patrón, con idénticas estéticas y recursos.
Aunque ya desaparecidos, su encanto seducía tanto a los propios ciudadanos como a los visitantes. Se podía decir que eran un museo vivo por su decoración y porque aún ofrecían algunos productos difíciles de encontrar en un comercio moderno.
Eran y son -los pocos que quedan- singulares en su forma, en su servicio y en su oferta, proponiendo un modelo de proximidad, de contacto humano y trato personalizado, haciendo que cada cliente fuera único y especial y no un simple ser anónimo e impersonal que guarda turno en fila esperando pasar por caja.
Los poquísimos establecimientos que en Torrevieja han sobrevivido más de un siglo, con la misma actividad, el mismo nombre y en el mismo lugar, son un monumento al buen hacer y dedicación de las familias que los regentan y a la aceptación y reconocimiento que les profesan sus conciudadanos. También lo son a la tenacidad, a la capacidad de adaptación, al ingenio, a la inventiva, a la ilusión por hacer que cada nuevo día al levantar la persiana se levanten con ellas retos y esperanzas.
Por lástima que aquellos establecimientos monumentales e irrepetibles no se protegieran eficazmente por las instituciones y por las leyes. La presión especulativa arrasó aquel comercio, favoreciendo la pérdida y la identidad de Torrevieja, y la aparición de una ciudad sin identidad, convirtiéndola en un espacio clónico donde lo autóctono ha quedado arrinconado por la moda efímera, de la que transcurrido un corto periodo nada queda.
Es evidente que de forma progresiva la mayor parte de los establecimientos históricos en Torrevieja han ido desapareciendo con la tendencia a ir hacia una sociedad cada vez más globalizada, dando lugar a otro tipo de negocios muy alejados del concepto de tienda tradicional. Son las grandes superficies o las franquicias, un tipo de comercio impersonal que tiene el mismo espíritu y decoración ya sea en Torrevieja, Madrid o Nueva York.
La competencia de los grandes centros comerciales respecto al pequeño comercio no es nada nuevo. Nos tenemos que retrotraer al siglo XIX, cuando en los Estados Unidos empezaron a abrir grandes almacenes que vendían los primeros productos fabricados en serie como resultado de la evolución tecnológica fruto de la revolución industrial, idea que será trasladada y mejorada en Europa, suponiendo una auténtica revolución en la forma de entender la tienda e introduciendo una serie de novedades que se generalizó a todo tipo de comercio y a toda Europa, confiriendo una auténtica revolución en la forma de entender la tienda como se concebía anteriormente, introduciendo una serie de novedades que se generalizaron en todo tipo de comercio y a todas las ciudades europeas.
En Torrevieja, -ciudad abierta a todas las modas extranjeras a través del comercio marítimo en su bahía- se inauguran, aunque a menor escala, el “Bazar Sala”, “Bazar ‘El Siglo’”, “El Gran Bazar” y “Almacenes Celdrán Hermanos”.
Por extraño que nos pueda parecer en la actualidad, las tiendas no tenían precio fijo ni acceso libre, ni se podían observar los productos con total libertad, no era raro en este tipo de tienda escuchar frases como “señora, usted no puede permitírselo” o “en cuanto me lo deja”. Por otra parte, las tiendas eran pequeñas, mal iluminadas, sin un rótulo comercial que las diferenciara de la competencia salvo alguna muestra en forma de animal o producto a la venta expuesto en la calle.
La creación en Torrevieja de una pequeña burguesía -formada en su mayoría por armadores de buques- y la satisfacción de comprar para sentirse en un estatus social diferente motivó que el proceso de especialización de las pequeñas tiendas cambiara la fisonomía del centro de Torrevieja y el aspecto de muchos de sus comercios establecidos en la zona periférica de la plaza de la verdulería, actual Plaza de abastos, lugar donde desde siempre se instalaba el mercado semanal de los viernes.
Por eso, desde aquí quiero hacer un homenaje a todas aquellas personas que en su día regentaron una tienda o negocio en nuestra ciudad, desde el más pequeña lechería o taller de relojería hasta el gran almacén de tejidos. Todos ellos sin duda siguieron la máxima de “el trabajo todo lo vence”.
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 14 de abril de 2018