POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO SANCHEZ Y PINILLA, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
Recientemente tuve que desplazarme desde Villa del Río a Madrid. Aquel día, mi estado de ánimo debía estar expectante, pues, el viaje me resultó tan novedoso que aún mantengo en la memoria las impresiones del paisaje desde que salí en dirección a Córdoba en coche. Desde la autovía contemplaba los terrenos llanos y las suaves colinas cubiertas por verdes siembras de cereales salpicadas de blancos cortijos; crucé el legendario Puente de Alcolea sobre el caudaloso río Guadalquivir, y posteriormente en el Ave hasta Madrid seguí disfrutando del paisaje, aquel nublado día del mes de mayo.
Desde la ventanilla del AVE, a partir de las diez de la mañana, hora en que el tren salió de la estación, me puse a mirar a través de los cristales, y a pesar de la velocidad que llevaba el tren sobre la falda de las últimas estribaciones de Sierra Morena, podía contemplar cómo en un corto espacio de tiempo, iban quedando atrás, próximas al pueblo de Alcolea, las casas de nuevo diseño impuestas por la modernidad a la arquitectura, surgidas recientemente en las parcelas del campo.
Al mismo tiempo, frondosos álamos blancos, abedules, chopos y olmos, ribereños al río Guadalquivir mostraban, en la ondulación constante que les producía el viento, como una sonrisa de ida y vuelta, el verde del haz de sus hojas y el plateado del envés, que les acentuaba su verdor y blancura, y el contraste con el verde de las redondas encinas que, como gigantescos trompos clavados en el suelo, pueblan los valles y cerros, y rodean las pequeñas lagunas existentes en aquellos lares.
En el mismo prado numerosas vacas, toros bravos, novillos y ovejas, ajenas a la observación de que eran objeto, pastaban y se movían sueltas por entre las encinas y el relumbramiento del césped de minúsculas flores, oliendo los tomillares y comiendo la hierba fina, mientras que, otros animales de las manadas, más sedientos calmaban su sed, bebiendo agua de una charca.
El paisaje en movimiento nos ofrecía nuevas imágenes que se iban renovando, y así, a lo lejos, en los pendientes y escarpados montes y colinas, y en las gargantas profundas del valle, se divisan entre las encinas, castaños y robles, pasos rústicos y claroscuros de caminos que, son utilizados por los ganaderos para trasladar las reses, y de vez en cuando, aparecen en el sendero, esporádicos coches y furgonetas de los trabajadores que vienen a transportar piensos y carnes y a cuidar las haciendas.
El tren sigue su recorrido y el terreno arbolado se va turnando con calvas despobladas de tierra rojiza, mientras que, en la proximidad de la vía hacen su aparición: las liebres, conejos de campo y numerosas aves que, corren y vuelan despavoridas ante el ruido inesperado que les produce el tren; algún caserío enjalbegado de blanco con sus patios, corrales y criaderos de animales, cubiertos por uralitas o tejas; y en torno a ellos, sembrados de trigales y pastos, pueblan las semejantes tierras cordobesas y manchegas, los que al compás del viento ondean sus largos tallos acabados en verdes y jugosas espigas, como una continua sonrisa de ida y vuelta.
Antes de llegar a Puertollano, las fábricas y naves, otrora dedicadas a la extracción y limpieza de minerales, pioneras en la industria y del progreso, lanzan al cielo lamentos y silbantes quejidos desde lo más profundo de las gargantas de sus puntiagudas chimeneas, por el abandono en que se ven, y nos muestran, avergonzadas, su falta de techos y cubiertas, la desnudez de sus habitaciones, los destrozos de las ventanas sin rejas ni cristales, jirones en muros y paredes, y montones de derribos en el suelo cruzados por bandas de pájaros que sin escrúpulo penetran y salen de los recintos como una sonrisa de ida y vuelta, así como, el nacimiento sin control de hierbas forrajeras y arbustos, en sus patios.
En contraste, el pueblo está muy embellecido; con acertadas construcciones modernas, estación del AVE, estatuas de piedra en picos de elevados cerros, edificaciones dedicadas a la cultura y a la sanidad, largos paseos y jardines en su prolongación hacia Madrid.
En su trayecto hasta Ciudad Real, el suelo se hace más suave y la tierra más propicia al sembrado de cereales, dando lugar a la aparición de campos de riego, casas de campo dedicadas a la agricultura, y las destinadas al ocio y recreo se ven dotadas de piscina y mobiliario de verano.
Conforme pasas por Ciudad Real, la capital, desde el tren, recibes la impronta de una ciudad provinciana que quiere modernizarse. Se divisan las altas torres de sus iglesias, y se ven acercándose al tren, construcciones de nuevos barrios uniformes con edificios de poca altura y calles anchas escoltadas por una hilera de árboles a sus lados. La Piscina, la Universidad y el Instituto ofrecen su atractivo exterior en el verdor de las plantas que rodean los edificios y el Campo de Fútbol en su césped.
Hacia Madrid el trayecto se vuelve monótono: grandes extensiones de terreno se ven salpicadas con plantaciones de olivos, viñas, suelo cerealista y bosques breves, seguido de otras parcelas desprovistas de vegetación cruzadas por carreteras vacías que, paralelas a la vía se dirigen a pueblos de casas bajas. De vez en cuando, a lo lejos hacen su aparición: alguna granja industrial avícola o porcina; naves, con patios ocupados por materiales de construcción y grandes aparcamientos de coches viejos que, en convivencia con las casas de campo para recreo, son la tónica dominante.
Las proximidades a Madrid, son otro mundo. Aparatosos puentes, verdaderas obras de ingeniería sobrevuelan las carreteras terrestres. Gran cantidad de vías se cruzan en un amarañado ensamblaje. Viviendas enjauladas, unidas por escaleras y ascensores, alcanzan en los edificios alturas insospechadas. La población se mueve en el subsuelo por el metro como las hormigas en sus hormigueros. Y arriba, la luz: grandes avenidas pobladas de alamedas; bellas y románticas portadas en edificios oficiales; atractivos centros culturales, y grandes espacios deportivos. Madrid es una ciudad bella, inmortal, para visitarla y vivirla.
Por la tarde, el AVE regresa de nuevo a Córdoba, y a través del cristal de la ventanilla, me rebobinó el mismo paisaje… como una sonrisa de ida y vuelta.