COMUNICADOS DEL MÁS ALLÁ
POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA OFICIAL DE LAGOS DE MORENO. JALISCO (MEXICO).
DE: HANS CHRISTIAN ANDERSEN PARA: PRESIDENTE LÓPEZ.
Hr. Praesident:
Un gusto saludarle desde el cementerio de Copenhague, en donde me encuentro enterrado; para estas fechas navideñas suelo ser recordado por algunos de mis cuentos; el de “La pequeña cerillerita” historia de una niña -de las más pobres por cierto- que muere de hambre y de frío tras los ventanales de una cena navideña, cuando imagina ver a su abuela ya fallecida, con una cálida luz resplandeciente, quien viene por ella, muriendo de frío acurrucada entre la nieve.
Escribí muchos más, como el de ese ganso feo y acomplejado que con el tiempo creció elevándose a las alturas sobre aquellos que antes le hacían bullyng, viéndole como un verdadero peligro para… no recuerdo de dónde era el mentado ganso, póngale el lugar que quiera, lo importante es que al final el ganso acabó ejerciendo venganza.
Escribí la historia de un soldado al que le faltaba una pierna; no, no se trataba de Santa Anna, no vaya a pensar que lo estoy cuqueando como dice usted; era un soldadito de plomo que se popularizó gracias a las geniales adaptaciones hechas al igual por un ruso que por un gringo; Tchaikowsky las hizo para su “Cascanueces” así como Disney para su “Fantasía”.
Fueron ellas las que lo popularizaron, más que como lo hubiera hecho mi sola literatura.
Pero no se me arrulle, el cuento que le quiero platicar, pues de seguro no lo conoce, es “El nuevo traje del Emperador”. Resulta que este gobernante perdía el tiempo detallando la ropa que debía vestir, lo que no le es aplicable, sabemos ya cómo lo hace; en cuanto a lo de perder el tiempo, luego hablamos. Resulta que llegaron al lugar unos vivales a sacar dinero al monarca prometiendo hacerle un traje perfecto con una tela que sería invisible para los necios y para aquellos que no merecían su encargo en el manejo del reino, ya fuera en el de devolver al condado lo robado, en las finanzas públicas o cualquier otro similar. Las arcas reales comenzaron a proveer de monedas de oro a aquellos supuestos sastres y el Emperador mandaba cada tarde a su representante -una especie de Gatell de aquellos tiempos- para ver cómo iba la elaboración del traje. Aunque el enviado no veía nada de nada, sabía que en ello le iba la chamba y el futuro político. “Fantástico, soberbio, como anillo al dedo”, informaba el esbirro cada tarde; es más, vamos requetebién…
Así fue que el emperador empezó poco a poco a vestirse con la supuesta ropa inexistente frente al espejo de sus otros datos, saliendo a escena cada mañana a hacer la representación de sus miserias que eran aplaudidas por quienes le escuchaban y alababan mientras él, amenazador, fijaba la mirada sobre quien dudara de aquella farsa.
En el caso de mi cuento, no fue un fifí ni un conservador, sino la voz inocente de un niño la que gritó: “¡Pero si está desnudo!” La realidad hizo que poco a poco aquella representación fuera ya indefendible hasta que el mismo espejo de los “otros datos” cayó estrellado ante las evidencias de la desnudez y la impotencia de seguir presentando aquellas fantasías, debiéndose el Emperador mirar los cueros, ya no con la altiva frente, sino ahora hacia abajo, desde el ombligo hasta los talones.
Pregunto a usted: ¿cómo acabará su cuento hr. Praesident?. Con el debido afecto y salvando las distancias: Hans