POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA OFICIAL DE LAGOS DE MORENO (MÉXICO).
DE: MAXIMILIEN ROBESPIERRE PARA ARTURO ZALDÍVAR LELO
Monsieur Supremo Cortesano Presidente. Espero acertar en la manera en que me debo dirigir a votre honneur.
Sabrá usted, por sus estudios quién fui en el mundo, principalmente por haber desempeñado la Presidencia del Comité de Salvación Pública durante el mal llamado Reino del Terror, en el que aplicamos miles de veces aquello de que “si no coopelas, cuello” -literal-.
El gobierno de la república lo impuse de forma autocrática, al igual que “tu sais qui”; revolucionarios como éramos, nunca se nos ocurrió una dirección para devolver al pueblo lo robado, pero de seguro, por menos que la renuncia de su secrétaire, nos lo hubiéramos escabechado.
Veo que usted se ha aplicado por igual a dar clase en la revolucionaria Universidad Nacional que en la Libre de Derecho o en la Universidad Panamericana, infestadas ellas de enemigos de la “quatre te”, -le sugiero que no lo ande divulgando-.
No lo critico, sabrá que inicialmente mi conducta fue la de la oposición a la pena de muerte, principio que tuve que cambiar debido a las circunstancias que me obligaron a justificarla y ordenar su aplicación incluso contra el rey Luis XVI y su opérateur; cualquier miradita que acusara visos de traición, sedición o conspiración: ¡cuello!, siempre estuve decidido a la purificación de Francia.
Escribí en ese entonces: “El terror, sin virtud, es desastroso. La virtud, sin terror, es impotente”. Veo que hoy el gobierno de aquella lejana y simpática Nueva España con la que colabora, carece de virtud y se excede en el terror; cualquier mortal que no acepte y se arrodille a las ocurrencias de mossieur André, debe atenerse a las consecuencias.
Desde las alturas de “La Montaña”, en donde presidí aquella Convención Nacional, estuve impedido de ver detalles; crei que todo se reducía a la lucha contra “Los Girondinos”; sauréz-vous que esa falta de percepción me hizo ser arrestado y guillotinado el 10 de Termidor ante el aplauso de la plebe que antes me vitoreó; por supuesto, ese no será su caso.
Al paso de los siglos, a pesar de ese final, soy conocido como un tirano incorruptible. Le cito y recuerdo a su compatriote -sí, ya supimos urbi et orbi que por eso se llamó así Mussolini, yo no lo andaría pregonando-: pues sabrá que Benoit Juaguéz escribió como cierre de magnífica respuesta a Maximiliano de Habsburgo: “la historia nos juzgará”.
Ahora pregunto: ¿cómo cree que será usted recordado, mosieur Zaldivar? Cordialement, Maximilen Robespierre
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