POR ÓSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Querida Beatriz: te escribo con la confianza que me da saber que hemos vivido en mundos tan paralelos por lo que me permito tutearte.
Tú, como yo, dispusiste habitar el espacio de Palacio Nacional; y sí, como dice el refrán: en mi casa mando yo, espero sigas haciendo lo conducente, ya se siente el peso de tu mirada por el espacio nacional.
Al igual que tú, a mí también me tocó andar del brazo de un hombre enfermo de poder, cada uno con sus limitaciones; el mío no podía caminar de corridito, algo como lo que le sucede al tuyo en el hablar, pero todo tiene sus recompensas.
Mi marido fue gran apasionado de los gallos -eso sí, nunca se le ocurrió dar presupuesto para construir palenques-; hubieras visto el alboroto celestial cuando se supo que tu marido era fanático de la novena, el genio de Bonn se puso insoportable -ya de por sí-; las carcajadas vinieron cuando nos enteramos que hablaban de beisbol, esa era su pasión, el Rey de los Deportes; creo que de ahí le puede venir su amor por lo monárquico, aunque últimamente ya no dice ni Pío.
Es bien sabido que las dos agarramos pareja ya bastante cascada, ambas en segundas nupcias; yo me casé con Antonio por poder, creyendo que lo único que le faltaba era una pierna pero de lo demás enterito, buen chasco me llevé; reconozco que me aventajas con tu muchacho.
Luego de esa boda por poder, en el ejercicio del poder, renunció a sus deberes maritales creo que por no poder; espero no te pase lo mismo, esa cara con la que sale a dar sus mañaneras no es buen augurio…
Te cuento que yo me iba feliz a la hacienda de Lencero, en busca de sol y cambio de escenario, así como te gusta acompañarlo a ¿La Chingueta?, por Dios, ¡qué nombre! En fin, en gustos y destinos se rompen géneros.
Todo fue felicidad al tiempo en que gobernaba, hasta una estrofa del himno le dedicaron: Del guerrero inmortal de Zempoala… ingratos, se la borraron.
En mis tiempos las mujeres no estudiábamos, si no, me canso ganso que hubiera sido yo la doctora Tosta, para andar recitando y dando consejos por toda la patria, aunque me honra recordar que el pueblo me llamó “La flor de México”, no sé, a la mejor te toca un nombramiento similar, échale ganitas.
Te advierto que el poder es cruel. Habiendo salido del país, mi marido ofreció sus servicios por igual a Juárez que a Maximiliano, pero fue ignorado. Regresamos a México gracias a la amnistía de Sebastián Lerdo; ¿sí sabes qué es amnistía? Es como un ataque de amnesia, hacerte tarugo de un delito que sucedió y se queda en el olvido, pregúntale a Andrés, si hace una reunión con sus cercanos, te lo puede enseñar como con peras y con manzanas.
Cuando regresamos sus propiedades le habían sido confiscadas, tuvimos que ir a Vergara, la calle que hoy se llama Bolívar -no seas mal pensada-.
Para dar gusto a mi marido le tuve que contratar una bola de paleros y de vagos a que le fueran a hacer perder el tiempo con tonterías, a agradecerle su valor, el haber salvado a México; algo así como las conferencias mañaneras al día de hoy; él aparentemente todo se lo creía, aunque en el fondo no sé qué pensaba.
Yo te aconsejo que no te afanes demasiado, los locos desgastan bastante a quien debe soportarlos. A pesar de nuestra gran diferencia de edades, solamente le pude sobrevivir diez años. Si lo deseas, puedes visitar mi tumba y llevarme flores al Panteón del Tepeyac; hay una lápida que me recuerda: “Serenísima señora Dolores Tosta de Santa Anna”. Vieras que ni tanto…
Un beso de Lola