DE: FRAY JUAN DE ZUMÁRRAGA

PARA: LOS PUEBLOS DE INDIOS

Hermanos míos, llegué a esas tierras en el siglo XVI a llevar a cabo la enorme tarea de la evangelización, mucho se habla de lo que hice o dejé de hacer en mis propósitos, todo lo acepto, ya no estoy para pelear ni ustedes para dar coscorrones a los muertos, pero sí recuerdo que por aquel entonces autoricé a fray Andrés de Olmos la elaboración de una obra que se llamó “Pastorela”, dedicada a la gente más simple del pueblo, en la que se hablara del nacimiento de Jesús, estableciendo el elenco de los actores que debía salir entre sus mismos habitantes, entre quienes se encontrarían unos demonios, a fin de que se pudieran sopesar las trampas que pone el mal distinguiéndolo del bien.

Pasados cinco siglos veo que poco habéis avanzado algunos de ustedes, que siguen siendo engañados como lo eran Bato y Gila por un pobre diablo que no solamente se burla con guturales carcajadas y abominables gestos entre pausas dignas de retraso, al tiempo que corrompe y amenaza.

Pues bien, hoy deseo para estas Navidades que los descendientes de aquel rebaño que me fue encomendado -de los que no mandé asar por lo menos-, que entiendan la diferencia, si no entre el bien y el mal, por lo menos entre la verdad y la mentira, lo que es más fácil de probar, porque ahí no existen los otros datos; ¡cojones, despierten!

Imploro desde mi tumba, la que se encuentra bajo el altar mayor de la Catedral de México, que aparezca pronto entre ustedes, el redentor que salve a México de la ponzoña y la calamidad, de la violencia y la complacencia criminal; que se salve este rebaño mío que ya no siente lo duro sino lo tupido; que no se les cuelen más bueyes, vacas o borregos, sino gente pensante, pastores aspiracionistas y que el pueblo vuelva a marchar erguido nuevamente, para causar el pavor trastocado en furia a ese mentecato.

Abran los ojos y entiendan que este régimen simboliza seis de los siete pecados capitales representados en los picos de la piñata mexicana: su soberbia no requiere explicación alguna; la avaricia evidente en contra los niños que no interesan por carecer de edad para votar; la envidia hacia quien brilla por méritos propios; la pereza de quien deja de trabajar para dedicar las horas del día a preparar y transmitir mañaneras; la ira contra aquellos que no piensan igual; la gula con la que traga tamales de chipilín al tiempo de torcer el brazo a sus convidados. Con la lujuria no me meto, porque el tipo ya no está para esas danzas.

Y si a alguien no le gusta mi comunicado y me la quiere rayar, ya lo sabe… ¡La Zúrraga!

Zumárraga

FUENTE: https://www.facebook.com/oscar.gonzalezazuela